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viernes, 2 de noviembre de 2012

El amor es un par de alas entre la lengua y el fuego




a José Ignacio Aldama 


Héctor Javier Ramírez presenta Blue téte, una expresión en francés que evoca un sentimiento de melancolía intelectual, tristeza, una especie de saudade mental derivada, quizás, de un profundo rumiar del pensamiento, sin dar mucho cauce a las ideas, lo cual deja una tortuosa pesadumbre o, por otro lado, un desentendimiento total de lo que en la mente orgánica sucede. Esta exploración la hace a través de una serie de óleos de mediano y gran formato  formato en los que aborda la cabeza humana como objeto plástico y conceptual de la pintura, desde la estructura geométrica hasta su construcción anatómica y simbólica. Y para ello ha realizado, en la primera parte de la exposición, una serie de retratos de niños con síndrome de Down, esta alteración genética conocida como trisomía 21, por la repetición de parte del par cromosómico veintiuno, lo que genera cierto retraso en el ritmo de aprendizaje, algunas complicaciones cardíacas, endocrinas y otras disposiciones patológicas en el aparato digestivo y que, además, signa la morfología con rasgos mongoloides que la hacen evidente.
Durante años la sorpresa del advenimiento de un ser con estas características imprimía un aura crepuscular a la vida de los parientes, quienes adoptaban posturas diversas ante el hecho real. Éstas podían ir de la culpa a la vergüenza, pasando por la autocompasión, la negación y el ostracismo. Sin embargo, es de todos sabido que dentro de ese caparazón grosero, torpe a veces, habita una flor delicada que irradia la luz más pura, la aceptación de lo que es, tal cual; la expresión de la vida desnuda, camuflada en una de las formas más vulnerables del amor, para tantear las apariencias y confundir los egos inmersos en la prisa y el deslumbrón intelectual tan valorado en estos días.
En esta primera sección de la muestra, Ramírez despliega un políptico compuesto por cuatro retratos realistas de niños, cuyas expresiones congelan la emoción en un gesto básico que, a pesar del desarrollo que estos individuos logran alcanzar en su incipiente madurez, los mantiene en un estado de inocencia refractaria con la que transitan gracias al salvoconducto de su sonrisa. Alegría, miedo, ensimismamiento y asombro, flanqueados por dos cortes sagitales radiográficos en los que se puede apreciar claramente el contorno del cráneo y la médula oblonga engrosada, síntoma que asegura la presencia de esta condición que puede detectarse durante el embarazo, a través de una ecografía conocida con el nombre de translucencia nucal.

Políptico

Este azul radiológico, casi hielo, casi luna, característica cromática en el lenguaje plástico del autor, nos ayuda a concentrarnos en el sujeto del retrato para conectar con su emoción, su mirada clara, sin filtro, que trasluce lo mismo aceptación que miedo. Los sujetos de los retratos parecen iluminados por dentro, como si fueran de cristal y a su través pasara un haz de luz blanca cuyo principal receptor es el observador de la obra. Como un truco iniciático que Héctor Javier pusiera sobre la mesa para llamar nuestro consciente hacia el camino de transformación posible en cada uno de nosotros, en la medida que sepamos reconocer el mensaje de amor y contribuyamos a cambiar la tristeza que imprimía la ignorancia en estos rasgos, por la esperanza que se cifra en el conocimiento y en el reconocimiento de lo posible.

El discurso estético del autor, tanto en el políptico como en la pieza individual de esta sección, ubica dos elementos alegóricos unidos por un común denominador. La mariposa y el ave. El primero aparece en los retratos: una mariposa dentro del cráneo a la altura de la glándula pineal, en el panel que abre la serie, y otra sobre la lengua, en el que la cierra. Este elemento es un símbolo que comunica la idea del alma inmortal, toda vez que la mariposa es el producto final de un proceso de transmutación de la oruga en capullo y del capullo en ser alado. Sin dejar de lado su contraparte semántica que es la ligereza, la inconstancia y lo efímero de la alegría y de la belleza. Esto sugiere al espectador, quizás, la idea de que allí donde se asienta el alma bioquímica yace también el misterio, que será trasmutado a través de la palabra, la creación articulada por una conciencia conectada a la fuente. Porque la voz de estos niños es poesía. Y la poesía se inventó para llegar donde la lógica no alcanza.
El ave  aparece en la pieza suelta en la que dos jóvenes se abrazan en una clara actitud de mutua protección (Teardrop): un pájaro  se eleva a partir de la cabeza de una de ellas. Es el ave que lleva el fuego del espíritu en la punta de su pico como una representación de la vivencia de la unión esencial y los diferentes estados del alma en su viaje místico. Es el pájaro solitario del alma en vuelo extático que, según lo describe San Juan de la Cruz, “va a lo más alto, pone el pico hacia donde viene el aire, no desea más compañía que la de Dios, canta suavemente, y no tiene un color determinado”.



"Porque estás en tus días y no en los míos"
 
Con el corazón en la punta del asombro.

Como contraparte de esta exposición, Héctor Javier Ramírez nos ofrece diversos escenarios de la desesperanza. Con esa misma paleta teatral con la que diseca un tema, explora las oportunidades perdidas, las posibilidades truncas, la crudeza de la vida en automático, donde la voluntad es la gran ausente. Continúa con el uso del elemento ave, pero ahora como contra-valor, pues todo lo que el alma encendía en la primera parte es desencantado en este. Las plumas enjutas, las alas cerradas, los picos caídos, las garras exangües, reposan sobre la indolencia de un futuro cancelado, de un dead end donde, acaso, la chispa de fuego espiritual regala su último aliento.
Las imágenes, de por sí fuertes y explícitas, operan como metáforas de un discurso social donde el sinsentido, la evasión por medio de experiencias artificiales o el abandono del sí mismo ante la inviabilidad de la conciencia, matan toda posibilidad de sueño o aspiración hacia la dignidad. A menos que los temas de esta sección sugieran un contenido esotérico referenciado en la obra de Lewis Caroll, Alicia en el país de las maravillas. Si fuera así, el camino iniciático en busca del espíritu iniciaría con White Rabbit, en una representación de la futilidad de la vida, donde el conejo blanco, que representa la realidad, está sentado sobre el símbolo de la victoria del tiempo: la muerte; vista ésta no como final, sino como transformación. Y poder entender, entonces, Caída libre como un viaje interior en donde el alma (ser alado, mariposa) puede perderse o salvarse. Cloroformo es la versión sintética del efecto alucinógeno del hongo amanita muscaria que hacía ver a Alicia cómo las cosas se achicaban o se agrandaban según su percepción era alterada. De ahí Mirada perdida, que funciona como un stand by, una abstracción contemplativa donde el espíritu se pone en automático y la conciencia entra en el ciclo de las ensoñaciones fecundas, con Porque estás en tus días y no en los míos, una deconstrucción simbólica del ciclo menstrual, como un ejemplo de un proceso que determina la vida de la mujer –y de los hombres- en el que no interviene la voluntad de ninguna manera, sino que la posibilidad de vida se convierte en un botón de rosa que se despetala en gotas de sangre que pasan como los días, cifrando la evidencia de lo que pudo haber sido y no fue, o sí; hasta otra oportunidad, otra vida, otro ciclo, otro conducto por donde Alicia, regresa, nuevamente, a través de un nacimiento vaginal que es lo único reconocible y tangible de todo este proceso (representación de la imagen del sexo sobre-impuesto en la radiografía), pues lo demás queda en la alegoría hiperrealista y en la respuesta del espectador.

Lic. José Manuel Ruiz Regil
Analista cultural
arteduro.dealers@gmail.com


                     
 

1 comentario:

sombrerero loko dijo...

me encanto la forma que describiste la obra, realmente asi es...