a José Ignacio Aldama
Héctor Javier Ramírez presenta Blue téte, una expresión en francés que evoca un sentimiento de
melancolía intelectual, tristeza, una especie de saudade mental derivada, quizás, de un profundo rumiar del pensamiento,
sin dar mucho cauce a las ideas, lo cual deja una tortuosa pesadumbre o, por
otro lado, un desentendimiento total de lo que en la mente orgánica sucede.
Esta exploración la hace a través de una serie de óleos de mediano y gran
formato formato en los que aborda la
cabeza humana como objeto plástico y conceptual de la pintura, desde la
estructura geométrica hasta su construcción anatómica y simbólica. Y para ello
ha realizado, en la primera parte de la exposición, una serie de retratos de
niños con síndrome de Down, esta alteración genética conocida como trisomía 21,
por la repetición de parte del par cromosómico veintiuno, lo que genera cierto
retraso en el ritmo de aprendizaje, algunas complicaciones cardíacas,
endocrinas y otras disposiciones patológicas en el aparato digestivo y que,
además, signa la morfología con rasgos mongoloides que la hacen evidente.
Durante años la sorpresa del advenimiento de un ser con
estas características imprimía un aura crepuscular a la vida de los parientes,
quienes adoptaban posturas diversas ante el hecho real. Éstas podían ir de la
culpa a la vergüenza, pasando por la autocompasión, la negación y el
ostracismo. Sin embargo, es de todos sabido que dentro de ese caparazón
grosero, torpe a veces, habita una flor delicada que irradia la luz más pura,
la aceptación de lo que es, tal cual; la expresión de la vida desnuda,
camuflada en una de las formas más vulnerables del amor, para tantear las
apariencias y confundir los egos inmersos en la prisa y el deslumbrón intelectual
tan valorado en estos días.
En esta primera sección de la muestra, Ramírez despliega un
políptico compuesto por cuatro retratos realistas de niños, cuyas expresiones
congelan la emoción en un gesto básico que, a pesar del desarrollo que estos
individuos logran alcanzar en su incipiente madurez, los mantiene en un estado
de inocencia refractaria con la que transitan gracias al salvoconducto de su
sonrisa. Alegría, miedo, ensimismamiento y asombro, flanqueados por dos cortes
sagitales radiográficos en los que se puede apreciar claramente el contorno del
cráneo y la médula oblonga engrosada, síntoma que asegura la presencia de esta condición
que puede detectarse durante el embarazo, a través de una ecografía conocida
con el nombre de translucencia nucal.
Políptico
Este azul radiológico, casi hielo, casi luna, característica
cromática en el lenguaje plástico del autor, nos ayuda a concentrarnos en el
sujeto del retrato para conectar con su emoción, su mirada clara, sin filtro,
que trasluce lo mismo aceptación que miedo. Los sujetos de los retratos parecen
iluminados por dentro, como si fueran de cristal y a su través pasara un haz de
luz blanca cuyo principal receptor es el observador de la obra. Como un truco
iniciático que Héctor Javier pusiera sobre la mesa para llamar nuestro
consciente hacia el camino de transformación posible en cada uno de nosotros,
en la medida que sepamos reconocer el mensaje de amor y contribuyamos a cambiar
la tristeza que imprimía la ignorancia en estos rasgos, por la esperanza que se
cifra en el conocimiento y en el reconocimiento de lo posible.
El discurso estético del autor, tanto en el políptico como
en la pieza individual de esta sección, ubica dos elementos alegóricos unidos
por un común denominador. La mariposa y el ave. El primero aparece en los
retratos: una mariposa dentro del cráneo a la altura de la glándula pineal, en
el panel que abre la serie, y otra sobre la lengua, en el que la cierra. Este
elemento es un símbolo que comunica la idea del alma inmortal, toda vez que la
mariposa es el producto final de un proceso de transmutación de la oruga en
capullo y del capullo en ser alado. Sin dejar de lado su contraparte semántica
que es la ligereza, la inconstancia y lo efímero de la alegría y de la belleza.
Esto sugiere al espectador, quizás, la idea de que allí donde se asienta el
alma bioquímica yace también el misterio, que será trasmutado a través de la
palabra, la creación articulada por una conciencia conectada a la fuente.
Porque la voz de estos niños es poesía. Y la poesía se inventó para llegar
donde la lógica no alcanza.
El ave aparece en la
pieza suelta en la que dos jóvenes se abrazan en una clara actitud de mutua
protección (Teardrop): un pájaro se eleva a partir de la cabeza de una de
ellas. Es el ave que lleva el fuego del espíritu en la punta de su pico como
una representación de la vivencia de la unión esencial y los diferentes estados
del alma en su viaje místico. Es el pájaro solitario del alma en vuelo extático
que, según lo describe San Juan de la Cruz, “va
a lo más alto, pone el pico hacia donde viene el aire, no desea más compañía
que la de Dios, canta suavemente, y no tiene un color determinado”.
"Porque estás en tus días y no en los míos"
Con el corazón en la punta del
asombro.
Como contraparte de esta exposición, Héctor Javier Ramírez
nos ofrece diversos escenarios de la desesperanza. Con esa misma paleta teatral
con la que diseca un tema, explora las oportunidades perdidas, las
posibilidades truncas, la crudeza de la vida en automático, donde la voluntad
es la gran ausente. Continúa con el uso del elemento ave, pero ahora como
contra-valor, pues todo lo que el alma encendía en la primera parte es
desencantado en este. Las plumas enjutas, las alas cerradas, los picos caídos,
las garras exangües, reposan sobre la indolencia de un futuro cancelado, de un dead end donde, acaso, la chispa de
fuego espiritual regala su último aliento.
Las imágenes, de por sí fuertes y explícitas, operan como
metáforas de un discurso social donde el sinsentido, la evasión por medio de
experiencias artificiales o el abandono del sí mismo ante la inviabilidad de la
conciencia, matan toda posibilidad de sueño o aspiración hacia la dignidad. A
menos que los temas de esta sección sugieran un contenido esotérico
referenciado en la obra de Lewis Caroll, Alicia
en el país de las maravillas. Si fuera así, el camino iniciático en busca
del espíritu iniciaría con White Rabbit,
en una representación de la futilidad de la vida, donde el conejo blanco, que
representa la realidad, está sentado sobre el símbolo de la victoria del tiempo: la muerte; vista ésta no como final, sino como
transformación. Y poder entender, entonces, Caída
libre como un viaje interior en donde el alma (ser alado, mariposa) puede
perderse o salvarse. Cloroformo es la
versión sintética del efecto alucinógeno del hongo amanita muscaria que hacía ver a Alicia cómo las cosas se achicaban
o se agrandaban según su percepción era alterada. De ahí Mirada perdida, que funciona como un stand by, una abstracción contemplativa donde el espíritu se pone
en automático y la conciencia entra en el ciclo de las ensoñaciones fecundas,
con Porque estás en tus días y no en los
míos, una deconstrucción simbólica del ciclo menstrual, como un ejemplo de
un proceso que determina la vida de la mujer –y de los hombres- en el que no
interviene la voluntad de ninguna manera, sino que la posibilidad de vida se
convierte en un botón de rosa que se despetala en gotas de sangre que pasan
como los días, cifrando la evidencia de lo que pudo haber sido y no fue, o sí;
hasta otra oportunidad, otra vida, otro ciclo, otro conducto por donde Alicia,
regresa, nuevamente, a través de un nacimiento vaginal que es lo único
reconocible y tangible de todo este proceso (representación de la imagen del
sexo sobre-impuesto en la radiografía), pues lo demás queda en la alegoría hiperrealista
y en la respuesta del espectador.
Lic. José Manuel Ruiz Regil
Analista cultural
arteduro.dealers@gmail.com
1 comentario:
me encanto la forma que describiste la obra, realmente asi es...
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