1er. Round
Los gritones
(Lavadoras.... refrigeradores... estufas...)
Velan calles como persiguiendo viento detrás
de los balcones;
alzan su voz intentando alcanzar oídos sordos;
pregonan servicio, piden limosna digna,
cambian moneda por hilacho percudido,
fierro inservible, periódico, madera o cartón que se pueda volver a usar.
Cantan oficio en medio del asfalto,
empujando una carreta sangre hecha remedos,
donde viaja la esperanza de una chamba,
donde aliento nace y muere cuadra a cuadro.
Algunos pedalean frescura en garrafones y, orgullosos,
gritan su marca:
“¡A-a-a-a-gua Electro pura-a-a-a-a!
Sale grito a borbotones,
alargando vocales como cáuce de río que va
lejos y llega a todas partes.
Agua, palabra que en sí misma es trago
natural.
A-a-a-a, boca abierta a recibir. Gua, trago, sonido
grave,
contracción de esófago y curso digestivo.
“¡Se arre-e-e-e-e-glan cortine-e-e-e-e-e-ros y
cortina-a-a-a-a-a-s!”
E alargada como travesaño regulable al ancho
de cada ventana;
como riel de aluminio por donde pasa piola
recogiendo guías de plástico
con agujeros para ganchos.
A, final, descorre intimidad;
interjección que evoca asombro o
liviandad detrás de un albo lienzo.
“¡Perió-o-o-o-o-dicos que ve-e-nda-a-a-a-n!
O, asombro inherente a la noticia,
ovación, elogio diplomático, queja necia.
¡Ga-a-a-á-s-s-s-s!
Grito acicate y latigazo acento antes del
siseo evaporado.
Gritos musicales, pitazos,
instrumentados tintineos que alertan el antojo
de gorditas,
peneques, tortillas, quesos, salsas.
Gritos cítricos, exprimidos y jugosos:/
“Naranja de jugo para jugo-o-o-o”.
A ritmo de hoja de elote y maizal del
sureste:/ “Lle-ve sus ri-cos ta-ma-les oa-xa-que-ños”
Medio día, tarde y noche
Los gritones son la música de la Colonia.
Conquistan paladares, relucen los objetos,
Saben que detrás de las cortinas siempre hay
alguien que los oye.
Aunque nunca o casi nunca se empine sus
promesas.
2do. Round
Klimt, pintor
Gustavo vive rodeado de ninfas,
jóvenes,
adolescentes que yacen semidesnudas sobre un chesloin,
en el que se confunde el tapiz del mueble
con el estampado de la tela que las viste.
Andan descalzas sobre la duela del estudio,
salpicada de cromos.
Cotillean en corrillos, haciendo del ambiente
una nube de risas lánguidas que embriagan el oído del pintor
mientras trabaja,
como un murmullo de hojas diáfanas.
El trabaja todo el día –aunque por largos ratos parece no hacerlo-,
sino que endulza su sátira mirada,
mesa su barba pánica y deambula,
mientras la luz devora rostros, comisuras,
mentones, ojos, corvas, hombros, hasta encontrar
el ángulo que no buscaba, la pose, el ademán
que dispara su pupila, acelera el corazón y
secuestra el aliento.
Entonces disimula, algo dentro de su túnica se para,
es el tiempo que seduce lento al instante
y comienza el galanteo con un carbón.
A tientas, casi, ensaya un primer trazo,
un tímido dibujo, una curva, un rayón,
la línea de una espalda.
La hoja en blanco es extensión de la piel,
la mínima torpeza desvanecería el idilio.
El maestro avanza firme, haciendo un trazo sensual
en periferia,
las miradas se tocan, y se siguen,
se buscan y se encuentran donde el papel recibe al punto
y el carbón deja su huella.
El rito mágico de poseer la realidad
ha comenzado.
Los dedos trémulos de la joven navegan
la oquedad entre sus piernas,
las ropas son corolas que recubren los pistilos,
la música gimiente de su gozo asciende
a través del cuello que transpira y se contrae
y libera un canto de sollozos por la pipa entreabierta
de sus labios.
La tarde en Viena es cálida
y la ventana estalla de luz cuando Gustavo
con el pincel erguido arremete ante el lienzo
y fecunda los colores, los mosaicos, los tramados,
los holanes del cuerpo,
los hilones del vestido, y culmina su creación
en un ser nuevo, distinto semejante,
óleo inmortal, tacto textil.
3er. Round
YO NO QUERÍA HACER UN POEMA SOCIAL…
“Difiero completamente
de usted, pero daría la vida por el derecho que tiene de expresarlo”. Voltaire.
"Si no puedes agradar a todos con tus méritos y tu arte,
agrada a pocos. Es malo agradar a muchos". Schiller.
A Nicolás Alvarado, por la afrenta que sufrió en la Feria
del Libro del Zócalo.
Yo no quería hacer un poema social –aunque todo poema, de
alguna forma, lo es-. Yo no quería poner en la balanza el amor, el gozo, la
metafísica o el sutil instante en que se rompe el silencio frente a la ola de
violencia tan tsunami que ha ahogado las conciencias, dejando al sentido común
aletargado, autista, mientras la reina roja de la ignorancia gana puntos de rating
en el trono de la autocompasión.
El crimen perfecto, ese que vuelve a un individuo en la
calle una isla al garete del vendaval de los egos –hasta que se convierte en
cliente potencial- es el agente más letal. Pero hay algo peor que la
indiferencia: el miedo del que todavía no sabe que las ideas son para hacernos
mejores personas, no para descalificar al que no piensa como uno.
Yo no quería abonar al grito de los indignados, porque creía
que con mi música y mi poesía bastaba. Pero no. He tenido que guardar en la
carpeta el poema de Klimt y dejar para un momento menos urgente para la
dignidad el verso que espirala el vientre de Dánae, la estrofa que canta la hendidura
del sacro donde se abisma un estampado de oro que cae sobre unos pies acaso
imaginados. No evocaré los ojos lánguidos de Adele que develan el misterio que
su pectoral de flores cubre, porque lo que urge hoy no es gozar de la vida
cuando en el andén se disputa un lugar entre codazos y aires de resentimiento;
cuando la mirada que reconoce siembra más sospecha que concordia; cuando el
miedo de agradar a muchos, me convierte en enemigo de pocos. –¡y qué miedo
tienen esos pocos de lo mucho que ignoran!-. Pero siempre ha sido así.
Por eso hoy, que no quería hacer un poema social porque
estoy cansado de rogar por todos lo que sólo algunos administran, porque no me
interesa fallar otra revolución, ni politizar el arte, ni tengo madera de
hombre-bomba, y lo único que puedo hacer si estoy en contra de Televisa es
apagar la caja idiota, digo que no puede haber poesía política, ni erotismo, ni
idea estética, ni moral religiosa, ni lema revolucionario, ni comercio, ni
estrategias de mercado sustentables, ni ferias, coloquios, marchas, plantones,
reformas, enmiendas, negociaciones inter, intra, supra, infra o trans
institucionales, ni limosnas, pensiones, bonos o apoyos si no se ejerce el
principio mágico de la poesía que es el respeto a la palabra. Esa que hace de
nadie alguien; y de alguien, tú.
José Manuel Ruiz Regil.
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