El monje y un demonio
La muestra pictórica “Frescos” del artista plástico Marco Antonio Trovamala (1944) que presenta El Museo del Carmen en el marco del tradicional Altar de Dolores, es una provocación al tiempo, una mirada indulgente y maliciosa hacia los signos del deterioro que transforman los objetos, convirtiéndolos en lo que son de origen y algo más; aunque a veces ese algo sea también algo de menos. Pues las roturas, raspaduras, erosiones, combustiones, humedades e incluso actos vandálicos que vestigian un diálogo con el espectador, son testimonio de la vida del objeto, muro o papel condenado a la desaparición.
Los cromos manejados como fragmentos de muros,
algunos; reliquias de fe, otros; admoniciones polisémicas, como “El Necio y
el Demonio”, o “Devocionarios”, representan alguna escena mística o
ilustran el contenido de un texto casi siempre medieval.
Quizás, tomar como pretexto las ruinas bizantinas o
los libros oratorios con sus plastas de color que eliminan toda ambigüedad
interpretativa, es buscar la resonancia con la idea de lo sacro que está fuera
de nosotros, representado, y erigirse como un alegato ante la neurosis
contemporánea de lo desechable, pues rescata lo que en estos días se ha vuelto
el antivalor por excelencia: la imagen del envejecimiento.
Trovamala se adelanta al tiempo y propone estos
frescos sobre papel donde consigna el diálogo del objeto con esa esencia
deletérea que va dejando sus huellas lo mismo en el muro que en el libro o en
la piel, sin ninguna intención de perpetuar o restaurar, sino de asimilar las
huellas de los días, desvelando simbolismos no aparentes y desfiguraciones
figurativas, fantasmas emergentes que retan a la casualidad y dan cauce a la
causalidad de significados dormidos tiempo ha.
Sin embargo, no es inocente esta recopilación que
acusa, pues se adivina un juego en el que el autor es a la vez ángel y demonio.
Demiurgo icónico esmerado en la perfección de la factura (el detalle en la
figura, los ornatos, las caligrafías, la cábala escondida. Angel caído que
destruye, pues para llegar al resultado final el pintor acelera el proceso que
le es natural al objeto para lograr un efecto similar a cronos.
Muestra pictórica e intervención de la misma;
arrogancia incalificable por lo que no sólo emula, sino manipula y estimula la
acción de la naturaleza, a la vez que sublimación del deseo colectivo de acabar
con los símbolos de poder que aplastan a las masas (cuando no las congregan,
que es lo mismo), o constriñen la moralidad, para despertar, en una defensa
automática del espectador, la noción de que también son elementos que en la
medida que se apropien, dignifican y enaltecen.
Escurrimientos, craquelaciones, resquebrajamientos,
desportillados. Devocionarios desfigurados, ofertorios mutilados que lejos de
restar valor, agregan, pronuncian aún más el significado de sus símbolos,
desagregan los espacios y operan las transfiguraciones del color y de la forma.
Entonces surge la pregunta: ¿Qué experimenta el autor cuando para cumplir su tesis
tiene que sacrificar la factura impecable de sus cromos y avocarse con igual
detalle y deleite a la destrucción perfecta, metodológica, precisa? Me
adelantaré diciendo que el proceso es tanto exorcismo como sublimación y al
hacerlo él y entregarnos un trabajo tal, lo hacemos nosotros también,
participando más que de la soberbia polar, de la humillación colectiva que
libera y fraterniza.
Cada escena reta a la Gestalt y uno se advierte
lamentándose la pérdida buscada en el efecto, deseando completar la imagen
original, mas concediendo clemencia al anónimo graffiti o al desamparado paso
de los días.
Los “Frescos” de Trovamala se estarán debatiendo con
la tradición y la iconografía renacentista de la muestra que acompaña a la
Virgen de Dolores en el Museo del Carmen en San Angel durante el mes de Abril
de 2007.
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