“El fado se inventó para llorar” Amalia Rodrígues
Me enteré del fado cuando vi por primera vez a Teresa
Salgueiro cantar en la película Historia de Lisboa (Wim Wenders, 1998) en la
Cineteca Nacional, hace más de doce años. Quedé impactado, primero por la
belleza de su voz, la estampa de su imagen y el misterio solidario de los
músicos que la acompañan (Madredeus) en una especie de coro de plañideras que
custodian un catafalco rumbo al precipicio del destino. Gusté los discos de la
agrupación portuguesa, bebí a borbotones la tesitura de su solista más de una
madrugada, monté sobre la carrera de sus cuerdas un torpe mimo en mi guitarra y
emulé esa saudade que acompaña al solitario en su profunda mirada interior. “El
fado se inventó para llorar”, dice la autora de las canciones más melancólicas
en lengua portuguesa. Quienes padecemos-gozamos de temperamento crepuscular
hemos bebido de esta absenta musical que embriaga los sentidos de
hipersensibilidad, hasta el punto en que el dolor existencial es sublimado por
el éxtasis casi místico, como esos que los poetas medievales registraron en sus
libros de horas.
Hace apenas pocos años en el festival de cabaret presentaron una puesta en escena de La reina
del fado, como se conoce a Amalia Rodrígues, figura icónica del género,
reconocida por la profundidad de su interpretación y su terrible historia de
amores, desencantos y miserias, redimidas únicamente por el bálsamo de su voz;
una voz que convoca todos los lamentos de la humanidad y los acaricia
tiernamente entre sus labios. Querida, admirada y deseada mujer de la península
ibérica, esta artista, acaso la Edith Piaff portuguesa, robó el corazón de su
público dentro y fuera de su país, y
marcó una época con el velo del gozo mórbido. Cofrade de la hermandad de las
suicidas marinas, ahogó su voz en el océano de penas y desapareció dejando un
hueco enorme en el corazón de la melancolía.
Uno de estos días de taxi abordé, tan al azar como el
destino puede ser planeado, un taxi al medio día. –De frente. –Indiqué al
chofer. No había pasado un segundo cuando identifiqué en las bocinas del auto
esa belleza que sólo la tristeza puede producir en tono menor. -¿A poco es
Amalia Rodrígues? –pregunté. Al instante ese hombre maduro, de aspecto jovial,
cabello coronado y bigote entrecano, destinado a ilustrarme musicalmente los
próximos veinte minutos, que vestía playera futbolera azul sin mangas, me miró
por el espejo retrovisor. -¿Le gusta el fado? –Me encanta. –contesté. Algo en su
ánimo se encendió al instante. -¿Entiende portugués? –me preguntó sin esperar
respuesta. Llevó su mano al stereo del auto y cambió de track el disco.- Así es
más fácil entenderle. Despacito se parece mucho al español –dijo, luego de
aclarar que en ese disco sólo traía 167 canciones. Advertí que, prensado en la
visera del copiloto, yacía un diccionario portugués-español. Sonó Sardinheiras
Como un cazador de mariposas iba tras las palabras aprendidas, para hacer de mi
trayecto un viaje único con traducción simultánea donde me enteraría de la historia
de una adolescente que se enamora de la mirada de un muchacho que vivía en
Alfama, al que vio por casualidad una vez y del cual se enamoró.
Um dia ele seguiu-me
Da água onde eu morava
Cumprimentou-me, fugiu-me
E a outro dia lá estaba
Atirei-lhe de trapeira
Da minha água furtada
Uma rubra sardinheira
Que se tornou mais corada
Depois, nunca mais o vi
Nem do seu olhar a chama
Passou tempo, descobri
Que ele morava na Alfama
Uma noite, sem pensar
Pus o meu xaile, meu lenço
E fui atrás desse olhar
Que deixara o meu suspenso
Hoje moro onde ele mora
Hoje durmo onde ele dorme
E só olho por dentro e por fora
Da minha alegria enorme.
Como vio mi interés en el título de la canción me extendió
una copia fotostática que sacó hábilmente de la otra visera, mientras
escuchábamos Perseguicao.
Se de mim, nada consegues,
Não sei por que me persegues
Constantemente na rua!
Sabes bem que sou casada
Que fui sempre dedicada
E que não posso ser tua!
Lá por que és rico e elegante,
Queres que eu seja a tua amante,
Por capricho ou presunção?
Ah, eu tenho o marido pobre
Que tem uma alma nobre,
E é toda a minha paixão!
Rasguei as cartas sem ler,
Nem nunca quis receber
Jóias ou flores que trouxesses!
Não me vendo, nem me dou,
Pois já dei tudo o que sou
Com o amor que não conheces!
En esta pieza clásica la autora desprecia a un pretendiente
que no conoce de amor, pues no sabe respetar su condición de casada. Ya casi
para llegar a mi destino el Sr. Alejandro Becerra, compartido y paciente me
explicó que en la película Primal fear (Las dos caras de la verdad), donde
actúa Richard Gere haciendo un papel de mafioso, entra en un bar donde está
sonando la Canción del mar pero interpretada por Dulce Pontes. El actor antes de retirarse pide al
camarero le muestre el disco que escuchan y se lo lleva. Ese es el soundtrack
de la película. El mismo tema musical que Sara Brightman volvió un éxito en
Harem. Dice don Alejandro que es la pieza que tocaba la orquesta del Titanic
mientras el buque se hundía en las heladas aguas. No estoy tan seguro de este
último dato y no he encontrado evidencia contraria. Pero la idea es muy
atractiva.
Fui bailar no meu batel
Além do mar cruel
E o mar bramindo
Diz que eu fui roubar
A luz sem par
Do teu olhar tão lindo
Vem saber se o mar terá razão
Vem cá ver bailar meu coração
Se eu bailar no meu batel
Não vou ao mar cruel
E nem lhe digo aonde eu fui cantar
Sorrir, bailar, viver, sonhar contigo
Vem saber se o mar terá razão
Vem cá ver bailar meu coração
Se eu bailar no meu batel
Não vou ao mar cruel
E nem lhe digo aonde eu fui cantar
Sorrir, bailar, viver, sonhar contigo.
A este sensible servidor del volante le conmueve el valor de
las mujeres cuya obsesión por buscar el amor ideal las ha llevado al fondo del
mar es el caso de Amalia Rodríguez y Alfonsina Storni. Una voz enamorada de
unos ojos que cantan profundo y que miran alto y quedo, para consuelo de un
chofer y un pasajero que transitan por las aguas tempestuosas del tráfico
chilango. Remeros que luchan contra el Kraken de la indiferencia y llegan a puerto
victoriosos con ánimo para otra aventura.
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