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domingo, 5 de agosto de 2012

Una voz enam(i)rada, por José Manuel Ruiz Regil



“El fado se inventó para llorar” Amalia Rodrígues
 
Me enteré del fado cuando vi por primera vez a Teresa Salgueiro cantar en la película Historia de Lisboa (Wim Wenders, 1998) en la Cineteca Nacional, hace más de doce años. Quedé impactado, primero por la belleza de su voz, la estampa de su imagen y el misterio solidario de los músicos que la acompañan (Madredeus) en una especie de coro de plañideras que custodian un catafalco rumbo al precipicio del destino. Gusté los discos de la agrupación portuguesa, bebí a borbotones la tesitura de su solista más de una madrugada, monté sobre la carrera de sus cuerdas un torpe mimo en mi guitarra y emulé esa saudade que acompaña al solitario en su profunda mirada interior. “El fado se inventó para llorar”, dice la autora de las canciones más melancólicas en lengua portuguesa. Quienes padecemos-gozamos de temperamento crepuscular hemos bebido de esta absenta musical que embriaga los sentidos de hipersensibilidad, hasta el punto en que el dolor existencial es sublimado por el éxtasis casi místico, como esos que los poetas medievales registraron en sus libros de horas.

Hace apenas pocos años en el festival de cabaret  presentaron una puesta en escena de La reina del fado, como se conoce a Amalia Rodrígues, figura icónica del género, reconocida por la profundidad de su interpretación y su terrible historia de amores, desencantos y miserias, redimidas únicamente por el bálsamo de su voz; una voz que convoca todos los lamentos de la humanidad y los acaricia tiernamente entre sus labios. Querida, admirada y deseada mujer de la península ibérica, esta artista, acaso la Edith Piaff portuguesa, robó el corazón de su público dentro y fuera de su país,  y marcó una época con el velo del gozo mórbido. Cofrade de la hermandad de las suicidas marinas, ahogó su voz en el océano de penas y desapareció dejando un hueco enorme en el corazón de la melancolía.

Uno de estos días de taxi abordé, tan al azar como el destino puede ser planeado, un taxi al medio día. –De frente. –Indiqué al chofer. No había pasado un segundo cuando identifiqué en las bocinas del auto esa belleza que sólo la tristeza puede producir en tono menor. -¿A poco es Amalia Rodrígues? –pregunté. Al instante ese hombre maduro, de aspecto jovial, cabello coronado y bigote entrecano, destinado a ilustrarme musicalmente los próximos veinte minutos, que vestía playera futbolera azul sin mangas, me miró por el espejo retrovisor. -¿Le gusta el fado? –Me encanta. –contesté. Algo en su ánimo se encendió al instante. -¿Entiende portugués? –me preguntó sin esperar respuesta. Llevó su mano al stereo del auto y cambió de track el disco.- Así es más fácil entenderle. Despacito se parece mucho al español –dijo, luego de aclarar que en ese disco sólo traía 167 canciones. Advertí que, prensado en la visera del copiloto, yacía un diccionario portugués-español. Sonó Sardinheiras 

Como un cazador de mariposas iba tras las palabras aprendidas, para hacer de mi trayecto un viaje único con traducción simultánea donde me enteraría de la historia de una adolescente que se enamora de la mirada de un muchacho que vivía en Alfama, al que vio por casualidad una vez y del cual se enamoró. 

Um dia ele seguiu-me
Da água onde eu morava
Cumprimentou-me, fugiu-me
E a outro dia lá estaba
Atirei-lhe de trapeira
Da minha água furtada
Uma rubra sardinheira
Que se tornou mais corada
Depois, nunca mais o vi
Nem do seu olhar a chama
Passou tempo, descobri
Que ele morava na Alfama
Uma noite, sem pensar
Pus o meu xaile, meu lenço
E fui atrás desse olhar
Que deixara o meu suspenso
Hoje moro onde ele mora
Hoje durmo onde ele dorme
E só olho por dentro e por fora
Da minha alegria enorme.

Como vio mi interés en el título de la canción me extendió una copia fotostática que sacó hábilmente de la otra visera, mientras escuchábamos Perseguicao.

Se de mim, nada consegues,
Não sei por que me persegues
Constantemente na rua!
Sabes bem que sou casada
Que fui sempre dedicada
E que não posso ser tua!
Lá por que és rico e elegante,
Queres que eu seja a tua amante,
Por capricho ou presunção?
Ah, eu tenho o marido pobre
Que tem uma alma nobre,
E é toda a minha paixão!

Rasguei as cartas sem ler,
Nem nunca quis receber
Jóias ou flores que trouxesses!
Não me vendo, nem me dou,
Pois já dei tudo o que sou
Com o amor que não conheces!

En esta pieza clásica la autora desprecia a un pretendiente que no conoce de amor, pues no sabe respetar su condición de casada. Ya casi para llegar a mi destino el Sr. Alejandro Becerra, compartido y paciente me explicó que en la película Primal fear (Las dos caras de la verdad), donde actúa Richard Gere haciendo un papel de mafioso, entra en un bar donde está sonando la Canción del mar pero interpretada por Dulce Pontes. El actor antes de retirarse pide al camarero le muestre el disco que escuchan y se lo lleva. Ese es el soundtrack de la película. El mismo tema musical que Sara Brightman volvió un éxito en Harem. Dice don Alejandro que es la pieza que tocaba la orquesta del Titanic mientras el buque se hundía en las heladas aguas. No estoy tan seguro de este último dato y no he encontrado evidencia contraria. Pero la idea es muy atractiva.

Fui bailar no meu batel
Além do mar cruel
E o mar bramindo
Diz que eu fui roubar
A luz sem par
Do teu olhar tão lindo
Vem saber se o mar terá razão
Vem cá ver bailar meu coração

Se eu bailar no meu batel
Não vou ao mar cruel
E nem lhe digo aonde eu fui cantar
Sorrir, bailar, viver, sonhar contigo

Vem saber se o mar terá razão
Vem cá ver bailar meu coração

Se eu bailar no meu batel
Não vou ao mar cruel
E nem lhe digo aonde eu fui cantar
Sorrir, bailar, viver, sonhar contigo.

A este sensible servidor del volante le conmueve el valor de las mujeres cuya obsesión por buscar el amor ideal las ha llevado al fondo del mar es el caso de Amalia Rodríguez y Alfonsina Storni. Una voz enamorada de unos ojos que cantan profundo y que miran alto y quedo, para consuelo de un chofer y un pasajero que transitan por las aguas tempestuosas del tráfico chilango. Remeros que luchan contra el Kraken de la indiferencia y llegan a puerto victoriosos con ánimo para otra aventura.

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