Tachita abierta de piernas.
“Lo único inmutable es la
constante impermanencia” Proverbio Sufi
Sabemos de la
existencia de los electrones porque la ciencia ha podido retratar la huella del
lugar donde estuvieron. Pero no ha sido posible saber el lugar donde se
encuentran en el instante que son fotografiados. Esa es la primera idea que
asocio al enfrentar la obra de Miguel Angel Garrido en la Galería Aldama. La
forma expresa el fondo a la manera de un acelerador de partículas, para demostrarnos
lo que ha pasado, sin detenerse en lo que es; y anuncia lo que será, a través
de la sugerencia del movimiento, del impulso vectoriano de su composición.
La colección “Mientras sigamos vivos”, nos recuerda
que nada es lo que parece. En esta serie de retratos expresionistas el
personaje principal es el movimiento; y su discurso, la mutabilidad de lo
estático, utilizando como gramática a la luz, que revela, compensa, destella,
acerca y oculta elementos, que concentran en un lienzo la riqueza de los 24
cuadros por segundo de la pantalla grande.
La física cuántica ha
demostrado que el 99% de la materia es vacío, y que entre partículas ocurren
muchos fenómenos, incluso el tiempo y el cruce de dimensiones. La pintura de
Garrido testimonia lo dicho. Y para no distraernos con el tema, toma prácticamente
cualquier escena de la vida cotidiana. Pretextos fútiles, si se quiere, para adentrarnos en la algarabía
de su visión.
El artista revela,
anticipa, denuncia, consigna que lo que vemos sólo es, cuando mucho, el trazo
de lo que ha sido, o de lo que está siendo mientras deja de serlo. Como toda
creación el significado no está en lo dicho, sino en lo evocado. La pintura de
Garrido reanima lo que la fotografía congeló, trastocando la vocación de ambos
lenguajes. Además, no está solo. El autor se ha montado en un linaje que
descifra en el DNA de su trazo los genes de Lucien Freud, Edvard Munch, o
Siqueiros, y recombina su talento bajo el principio de incertidumbre, para dar
como resultado un festín de luces y masas polimorfas; vorágine del instante.
Frente al poste.
Como base de la
obra se adivina un dibujo académico de buena factura, el cual sacrifica en pos
de la pintura, de la frase ideológica final que le exige descomponer el preciosismo
vulgar de lo evidente, desdibujando formas y rasgos, para poner a prueba al
espectador.
Lo incomoda un poco
y lo invita a salir de lo reconocible para tentalear el mundo del misterio
detrás de lo aparente, no sin la recompensa de la evocación que permite que uno
imagine, adivine, suponga o construya a partir del título, la cercanía social
con el autor o la recreación de escenas comunes, a manera de asidero al cual
volver de la experiencia estética o desde el cual partir hacia la reflexión.
Con sensibilidad de
punta, el pincel de Miguel Angel, apoyado en la foto y, seguramente, en el
software -herramientas a mano-, nos
ofrece estas visiones que tambalean la tan codiciada búsqueda de la seguridad,
que en estos días busca invadir todo los espacios de cambio, y nos restriega la
ilusión de certidumbre para encontrar en la metafísica de la acción una
retratística contemporánea, quizá más real, aunque menos asible.
Esteban.
*Este texto lo escribí por el impacto que me causó la obra -como suelo hacer siempre que eso me sucede-, y al mostrarlo a José Ignacio Aldama sucedió lo inesperado, pero lo tantas veces deseado. Me lo compró y me pidió escribiera un comentario sobre la siguiente exposición en su galería. Desde 2009 Aldama Fine Art me ha confiado algunos comentarios críticos de sus artistas, lo que ha sido para mí un gozo extraordinario.
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