“ Bendita oscuridad, haces que brillen auténticos diamantes enterrados”.
Mónica Suárez
“Diamonds are the girls best
friends”.
Marilyn Monroe
Foto: Ojos para ver, Graciela Iturbide.
Si el verdadero sentido de la poesía es el conjuro, este
poemario amplio, depurado, construido a manera de testimonio de quien ha
transitado por las catacumbas de la existencia, es un recetario de filtros para
revelar la luz. No quiero decir con esto que Instrucciones para buscar en la
niebla, de Mónica Suárez sea un libro luminoso, al contrario, es un trabajo
oscuro, instalado en la sombra, en la que se regocija la mayor parte del tiempo,
pero que contiene la semilla de la revelación espiritual a la que aspira todo
ejercicio poético. En él, la voz creativa se alza en primera persona a manera
de anfitrión que nos advierte acerca de la inevitable oscuridad que es menester
absorber si se quiere acceder al destello luminoso.
La maestría con que
Mónica Suárez detenta el oficio escritural me hace pensar que nada es
casualidad. Cada palabra, línea, verso, espacio está destinado a construir un
edificio sonoro y conceptual, cuyos cimientos se enraízan en los lodazales del
olvido para erigirse herrumbrados hacia las alturas de la claridad. Horadados
muros cuyas costras traslucen haces que se cruzan a medida que ascienden, construyendo
una red de intersecciones lumínicas sobre ese aparente campo vacío ausente de
luz que llamamos sombra, pero que es esencial para su existencia. En este tapiz
de claroscuros, la densidad emocional se va sustituyendo por la profundidad de
una transparencia que a ratos aletea en la cara y otras asesta un ramalazo de
oscuridad provocada por el relumbrón del hallazgo. Luz anclada en la sombra, como
un tributo constante al origen.
En esta travesía la autora evidencia una larga estadía en la
región de las tinieblas, y percibo unos pasos cansinos sobre las cenizas de una
soledad construida no por el fruto de la fantasía, sino por el anhelo de lo que
se ha perdido. Quizá, por ello sea más difícil huir, brincar al otro lado de la
barda, hacia la tierra fértil nutrida por el sol; porque el abrigo de la
memoria es más seguro que el frío de lo conocible. Sin embargo, una nostalgia
superior, tal vez el recuerdo de otros tiempos, una intuición primigenia, casi
genética, anima a esta poeta viajera, a adentrarse en la nubosidad incierta del
abismo propio, que también es el de todos - he ahí el carácter universal de la
particularidad sagrada que aporta el fenómeno estético- y golpear fuerte con el
zapapico de sus versos la dura corteza de su mina oscura, confiada en que tarde
o temprano la roca cederá a su canto y le regalará esos diamantes enterrados.
Instrucciones para buscar en la niebla es un texto místico,
en el sentido más literal y sagrado del término, pues la nebulosa que se
antepone a la realidad opera también como una nube de incienso que limpia y
descubre ese portal por donde transita la poesía como único vehículo hacia la
verdad del espíritu, para nombrar al Absoluto; dama del lago que navega por la noche
oscura del alma.
Los poemas están agrupados en cuatro secciones de las que la
primera es la más extensa, y da nombre al libro. Aquí nace ya la necesidad de
curar, sanar, recomponer, recobrar, revelar, iluminar lo que la sombra anuncia.
Y en una suerte de hechicería la autora ofrece su metáfora como una medicina para
iniciar la cura de sombra “cataplasma de silencio y otros lodos”.
En la segunda parte, La bruma y sus puñales, atisba una
claridad, pero se duele aún de sus inercias “Hay
quien se asusta del ruido de sus alas cuando camina, sin atreverse a deshojar
el aire con los aletazos de su verso”.
En la tercera parte, Astillas de la noche, canta al cascarón
roto por el que se desangra. Sangría de un parto en el que se reconoce materia
nueva. “Ya instalada la noche puedo
abandonarme bajo el manto de los párpados a las callejuelas oscuras de mi
cuerpo”.
Y en Filos de luz, suelta una ojiva nuclear cuya explosión
filosófica hace vibrar el libro entero “Cómo
explicarle a la luz que su madre es la sombra”.
Yo quisiera decir que después de este acto terrorista Mónica
se planta en la cima del escombro mirando al horizonte con altivez para
remontar la luz que ha creado, pero sospecho que no; que es tal su amor a la
penumbra que nos entrega este instructivo-testamento con la tímida humildad de
quien ha visto más allá, pero no se atreve a cruzar; como si no tuviera los
arrestos suficientes para emprender camino, o es quizás, porque los tiene, y de
sobra, que prepara el viaje del héroe, disponiendo su embalaje mortuorio con la
claridad que el último aliento depare, bien sea de día, de tarde, de noche, en
el que pide “... se miren desnudas mis
palabras abiertas,/ que las dejen soltar su ceniza morena, / que de su polvo
nazcan conjunciones más ciertas”.
*Comentario al libro de Mónica Suárez, Instrucciones para buscar en la niebla, de editorial VersodestierrO.
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