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sábado, 1 de septiembre de 2012

Cronopsias o el peso de viajar en un instante*, por José Manuel Ruiz Regil


*Texto para el catálogo de la exposición Vida en tránsito La naturaleza muerta revisitada 23 de febrero al 9 de marzo de 2011, Galería Aldama Fine Art.

Paren al mundo que me quiero bajar.
Mafalda / Quino

Todo es vanidad de vanidades
Eclesiastés 12:8

Mientras Lot y su familia huían de Sodoma, su mujer Yrit (Edith), desobedeciendo al mandato de Yahveh, se volvió para mirar hacia atrás la ciudad devastada, y quedó convertida en estatua de sal, como castigo. Esta minúscula, pero significativa anécdota bíblica, puede ser la semilla que engendre una explicación acerca del interés que muestra el espíritu colectivo de los últimos años por mirar, de una manera perenne, fragmentos de la historia inmediata que quisiéramos detener y estudiar con detalle. Sobre todo, cuando nos hemos dado cuenta de que no sólo es la cantidad de eventos con los que la contemporaneidad nos azota, sino la velocidad con la que los presenta. Esa es, quizás, la búsqueda de ruptura que algunos artistas emprenden, desde diferentes trincheras, y sin una aparente conciencia de grupo (al menos no declarada).
Los artistas que en la colectiva Vida en tránsito. La naturaleza muerta revisitada presenta la Galería Aldama Fine Art reflejan que, perteneciendo a generaciones distintas, hay una demanda espiritual, un llamado interno de este tiempo que los conduce por el camino de la recuperación figurativa, aun en abstracto (Gustavo Quiroz); del estatismo en sus temas, aun en la vorágine de la escena (José Antonio Farrera); del viaje del héroe que está destinado a hallarse en el paraje más lejano de su ego para volver al principio (Elia Andrade). Estas biopsias que le hacen al tejido del tiempo en sus obras, es decir, Cronopsias —valga la licencia—, les permite eternizar el instante y contemplarse en el espejo de lo ordinario, a sabiendas de que habrán de correr la misma suerte que Yrit (Edith), con la diferencia de que no serán ellos personalmente quienes muten mineral, sino su tránsito, el cual en un aparente Still, empujará la historia, a través de un pasaje de la nueva pintura contemporánea. Si la visitación trae epifanía como pretexto, la revisita es por demás evangélica; y en tiempos de apocalipsis, salvación.
Quizás el dominio de la técnica, la experiencia académica, tácito en su factura, plantee en ellos un dilema muy grave, en un momento histórico donde la esperanza de vida es cada día mayor, y la ilusión de trascendencia puede desvanecerse de un segundo a otro, como la sonrisa del gato de Cheshire, pues teniendo la elocuencia técnica que muestran ¿de qué temas se ocuparán? Al parecer los artistas que conforman esta colección sólo quieren decir su día, su entorno, el mundo tal cual. Y al hacerlo revelan, queriéndolo o no, racimos de presencias que por encima de las preferencias, los homenajes y las influencias asumidas, acuden a la revisita, resolviendo la paradoja del género en el tiempo.
La cartografía fantástica que presenta Silvia Andrade resignifica al bodegón pautando meridianos que armonizan la desproporción de los objetos, para crear una topografía portátil como el tiempo, diseñando rutas donde el movimiento alterna lo real/virtual en un espacio bidimensional.
Los objetos de Yampier Sardina revelan el diálogo de las categorías (El exquisito sueño de la relación) en el que los objetos esbozan una leve empatía entre sí, y hasta posturas bipolares (Jineteras). O incluso, resalta el valor de los objetos de su afecto en contraste con lo artificioso de su atrezzo, en un entorno que a la vez denuncia una inevitable decadencia del mundo exterior a la composición (Propuesta deseada / Sesión con el deseo).
En algunos, de una manera más o menos clara, se advierte un tirar el guante que reta a duelo a los grandes maestros. Es el caso de Elia Andrade que en el caballo de Troya de sus bodegones despliega una intertextualidad transdiciplinaria. Rescata la imagen del cine (Todas las mañanas del mundo, Alain Corneau, 1991) y la devuelve a la tradición pictórica con un guiño de complicidad. La botella de vino encestada, la copa y el plato con gofrenatas constituyen el modelo de cuadro que mira el cuadro, que mira el encuadre, que mira el cuadro original de Monsieur Baugin Le dessert de Gaufrettes. El pasaje fílmico tiene especial trascendencia por el cuestionamiento acerca del arte, lo efímero y la eternidad, en el que se inserta también la propuesta de la autora.
Otro claro manotazo histórico lo da Miguel Angel Garrido, cuya fuerza y luminosidad sacan brillo a las paletas de las cuales sí se atreve a decir su nombre (Aves y pescado con Bacon), como si estuviera decidido a arrebatarles el podio. Jarra con girasoles, es un gesto desenfadado que se sacude el super-yo impuesto por el maestro holandés y arrasa con las cosas de la mesa para plantarse en ella renovando el tema; liberándolo para sus contemporáneos, con una luz de sótano que revela al objeto una presencia rotunda, y sin embargo, asume caminar en armonía con la poderosa gran sombra de su pasado.
A esta conversación silenciosa entre contemporáneos se integra José Antonio Farrera, ahora en su encarnación de florista experto en fragancias cromáticas y olores primarios, presentando un arrebato natural (Viejo bouquet en vasija, Bouquet de la casa amarilla y Bouquet muy muy viejo en rojo y amarillo), cuya profusión de pétalos se derrama sobre el lienzo, en un desparpajo orgánico al que el corsé de la cultura le es insuficiente para esconder sus raíces instintivas llenas de inercia germinal.
Haciendo un bello contraste en la paleta y el concepto, El desayuno y Una mañana de domingo de Gustavo Quiroz, relajan la tensión y brindan una claridad chispeante provocada, tal vez, por la palidez que desdibuja los objetos, incrustándolos en una sugerida atmósfera onírica o fantástica, casi urbana, sin por ello abandonar el género acordado.
Las piezas de Juan Carlos del Valle, aportan la crudeza de lo dos veces inerte. Apenas nos detiene en el memento mori del ave, pues por lo regular en la acción abrumadora de preparar las viandas, se pierde conciencia del cadáver que acabamos de crear. Así en Caída libre, la docilidad con que se abandona a la fuerza de gravedad el objeto, evidencia la calidad material que en estado inanimado conserva.
Manuel Garibay parece inscribirse en la estética del deterioro, y desde ahí, establecer un diálogo con la historia, sin maquillajes, ni retóricas rancias. Caída, ese arriate de girasoles muertos amarrados por una cadena herrumbrada ante una puerta de madera podrida, pareciera el testimonio simbólico de cien años de batalla icónica. El Comal solar arde provocando un acomodo concéntrico del muro a su alrededor.
La festividad de la muerte la plasma Miguel Ángel Ramos en Moras e Indio / Red Coca, La pesadilla, y Honoris causa, donde actualiza el Vanitas aportando ese toque de contemporaneidad, que de quedarse en la inclusión de un objeto cotidiano, quizás, sería menor; mas, el tratamiento del lienzo, el escurrimiento y derretimiento de los elementos en su composición —incluso el deterioro del fondo— parecen compartir el desencanto de una época que oscila entre lo onírico y la ficción, sin que por ello se soslaye la autodestrucción.
Las aves que presenta Luis Argudín reiteran la figura mitológica de la estatua de sal a la que hemos recurrido para abordar esta exposición. La simbología que reviste a estos depredadores (libertad) se mantiene resguardada doblemente en estos Vanitas naturae, (por la disección y la pintura) en que el movimiento, la velocidad y sagacidad que los caracteriza, y que inspiran al hombre a soñar con la posibilidad de emularlos, ha quedado inmóvil en un instante para siempre. La dura luz proyecta las siluetas sobre la pared o la cortina con una fuerza que quisiera impregnarse en el tiempo, dejando la huella de lo que ya no será más.
Estas piezas y sus autores, como Yrit miran eternamente la ciudad de la pintura devastada por el tiempo y las ideologías. Se detienen y se separan en el camino de sus más cercanos. Pero a cambio ganan el privilegio de lo cotidiano, aunque sea pasajero; apenas una breve transición entre la nada y el ser.

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