Los verdaderos grandes
maestros son aquellos que con su obra y su vida inspiran a los demás a
intentarlo también. Abismos de talento, práctica y técnica separan a unos de
los otros, pero hay algo que los une en la conciencia: esa chispa de
posibilidad que comparten ante la incertidumbre de la aparición inminente. El
artista consumado, el genio, el gran maestro, se caracteriza porque sabe,
precisamente, que no hay final posible, ni cumbre que alcanzar, sino el
incesante azar que regala al que trabaja, encuentros inesperados con la verdad
y la belleza; la constante impermanencia, la reinvención del sí mismo para
alcanzar, en la singularidad, la dimensión universal.
Picasso decía “Yo no
busco; encuentro”. Y en ese no buscar se encontró a un amigo que lo acompañó
día a día hasta el final para dar testimonio fotográfico de los últimos
diecisiete años de su vida. “David Douglas Duncan era un destacado fotoperiodista
que había sido enviado por la Marina de
los Estados Unidos de Norteamerica a cubrir la Segunda Guerra Mundial. Tiempo
después se convirtió en uno de los más reconocidos de la revista Life, por un periodo de diez años. Las
temáticas que abordó para esta revista distan desde el final de la British Raj
en India hasta los conflictos en Turquía, Europa del Este, África y Medio Este.
A finales de 1950, cubrió la guerra de Corea. Sus fotografías retrataron la
guerra de Vietnam para la revista Magazine
y para la ABCTV, acercando la acción
del conflicto a las familias de América. Estampas impactantes como aquella
mirada de desesperanza del soldado que lo ve todo perdido.
A instancias de Robert
Capa, David decidió encontrar a Picasso en su casa-taller de La Californie, en Francia. Cuenta la historia que cuando llegó a la finca
lo recibió Jaqueline Roque, segunda esposa del maestro malagueño, y le comentó
que se estaba bañando. Sin embargo, éste lo hizo pasar a encontrarlo en la a
bañera para que le tomara la primera foto, en una especie de happening precoz y privado que selló
para siempre una amistad fraterna, lejos de los egos de artistas y las intrigas
entre profesionales, quedando para la posteridad esa emblemática fotografía que
abre la exposición Picasso revelado por
David Douglas Duncan, en la Sala Nacional del Museo Palacio de Bellas Artes,
y que estará abierta al público hasta el 20 de julio de 2014.
Esta muestra presenta
alrededor de 280 piezas originales entre dibujos, cerámicas, óleos, tintas,
bronces, litografías, grabados y otras técnicas, provenientes de diferentes
museos como Centre Pompidou, Museu Picasso en Barcelona, Moderna Museet en
Estocolmo y el New Orleans Museun of Art, el Kunstmüseum Picasso, el Münster Museum of Modern Art de Israel, y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Las curadoras son las
especialistas en arte moderno y contemporáneo, Stephanie Ansari, quien del año
2000 al 2003 trabajó para el Pury et
Luxemburg Art en Ginebra, responsable de catalogar e inventariar 3 mil
fotografías de Pablo Picasso tomadas por David Douglas Duncan; y Tatyana Frank
de Maud´uy, quien ha estado a cargo de los archivos Claude Picasso desde el
2007, y fue curadora de The mystery of Picasso´s creative process. The
art of printmaking, una
selección de piezas del Singapore, en el Tyler
Print Institute en 2013. Es fundadora y encargada de la línea editorial de
la página web ArtyParade.com. y miembro
de la fundación Henri Cartier-Bresson,
y de Amis de la Maison Rouge en
París.
Picasso revelado por David Douglas Duncan fue pensada para itinerar por diversos países. Ha
estado en España, Alemania, Francia, Suiza, y ahora le toca a México disfrutar
de este exquisito acervo, pues no sólo la integran piezas de gran valor
estético e histórico, sino que a través de las instantáneas de Duncan podemos
acercarnos a la intimidad más solitaria de un ser desbordante, cuya capacidad
para producir y generar experimentos y momentos para la sorpresa, la risa y la
reflexión nos sigue invitando a jugar,
nos da permiso y nos hace sentir que no tendría por qué ser difícil empezar a
dibujar o a modelar una figura, por el simple hecho de trastocar la realidad.
Picasso realizó más de 2000 piezas que se encuentran en diversos museos y
galerías del mundo. La mirada literal de Picasso ha sido captada por el lente
translúcido del fotógrafo, quien se la devuelve para cumplir su insaciable
deseo de trascendencia. Y le obsequia también más de 25 mil instantáneas en las
que se refleja el caleidoscopio de su magma creador.
Para muchos la
distancia sacramental que impone esta figura, el marco institucional en el que
se presenta, la gala internacional que representa sugerirá esta actitud como un
sacrilegio, pero creo que la intención de las curadoras y del museo al crear un
Programa Académico que incluye pláticas con especialistas, recorridos
temáticos, proyecciones de documentales y visitas guiadas, así como la edición
de un bello catálogo de la exposición y el tiraje de varias fotografías, un cuento
y souvenires para que los niños se
apropien del objeto, busca, sin duda, hacer de la visita una experiencia
significativa.
La película que se
proyectó el miércoles 4 de junio en la Sala Manuel M. Ponce, El misterio de Picasso, de Henri George
Clouzot, con fotografía de Claude Renoir,
es un documento excepcional, pues en él se ve, gracias a modernas técnicas
cinematográficas, el proceso de creación sin trucos, ni matices, sino tal cual
el devenir de una línea que se convierte en horizonte para derivar en travesaño
que será la quilla de un barco del que luego saldrán velas que simularán el
cabello ondulado de una figura femenina; o de una curva que podría ser perfil
pero terminó siendo burladero y abrazó la suerte de un torero en una tarde de
sol. El seguimiento puntual de la elaboración de unas tintas a cámara, donde el
espectador puede intuir las decisiones, tropiezos, equívocos, borraduras y
hallazgos felices por los que el maestro atraviesa hasta llegar a la imagen
final es una gran lección de arte.
Todo esto es parte del esfuerzo museográfico
que logra acercar la sensación de estar rodeado por las arcadas y los muros de la Ville La Californie, mirando el día a
día, a través de la presencia discreta de Duncan, el surgimiento de un
prodigio. Este experimento creativo desmitificará, por un lado, la figura del
genio, y por otro la hará crecer en la justa dimensión en que cada quien capitalice
su experiencia y la haga trascender en su vida.
Ocupa un lugar
relevante dentro de la narrativa museográfica el óleo Cabeza de mujer (1957), a
la que acompañan fotografías de Duncan que documentan el proceso que, según la
historia, duró tres días seguidos. Asimismo, se exhibe la versión
tridimensional en metal, y una extensa colección de máscaras incidentales que
Picasso solía realizar para jugar con sus hijos Paul y Paloma. Llama la
atención la presencia de búhos, lechuzas y palomas como elementos recurrentes
de su fantasía.
Algo que revelan las
fotografías de Duncan es la estrecha relación que el autor mantenía entre su
trabajo y su vida personal. Prácticamente, no había distinción. Las imágenes
testimonian momentos donde se encuentra el maestro trabajando sentado en la
misma mesa donde comía y en la que recibía a sus invitados a cualquier hora.
Este entusiasmo generoso prodiga momentos inolvidables de alegría creativa que
seguramente, comenzaban con una humorada, y culminaban con una cerámica en el
horno (ver la cerámica de los peces).
El testimonio fílmico
que se presenta al final del recorrido en el espacio de murales muestra a un
Duncan anciano que no deja de asombrarse, agradecido de haber vivido esa
experiencia. Revela momentos de gran perplejidad como aquel en el que toma la
foto de Picasso con sombrero cordobés y evoca el momento preciso en que al
calzarlo el artista cambia profundamente su mirada.
Asombra la capacidad
histriónica que lo hacía transformarse en un segundo con una pasión venida de
fuentes desconocidas. Otro momento feliz para el gatillo de la cámara es cuando
se pone un penacho y por un instante –cuenta el viejo- “hunde los carrillos para,
por breves segundos, encarna al indio americano” en una especie de
metempsicosis natural en él.
Disparos cotidianos a
todas horas, hechos con total libertad, sin poses ni repeticiones, sin censura
ni discurso prefijado. Un diario iconográfico que revela la transparencia de
una lente dispuesta a captar la vida como es, a vivirla sin más. La
transparencia de un ojo que se mira de frente. Decía Duncan que le sorprendía
cómo Picasso se había acostumbrado a tenerlo en su casa como a un mosquito. Una
escena memorable es Picasso bailando ballet vestido únicamente con calzón de
playa frente al gran lienzo Los bañistas
de La Garoupe (1951), o cuando lo vemos brincando la cuerda con sus hijos.
Lo mismo relata Duncan estos momentos que la angustia que sufrió cuando sintió
traicionar la confianza del amigo al echarle a perder un autorretrato al
carbón, queriéndolo limpiar para fotografiarlo.
Pero hay otros juegos
que vale la pena comentar y son todos estos rasgos primitivos que pintó sobre
mosaicos, y grabados que hizo sobre teja o ladrillo, cuyo valor artístico
aportaría datos a la reflexión de si un objeto artístico lo es porque es
realizado por un artista o por que contiene un valor estético en sí mismo.
Hace alarde de
maestría con el políptico taurino donde capta en tinta los contrastes de luz y
sombra, así como las agregaciones y
desagregaciones de gestos que sugieren el duelo mortal entre torero, picador,
público y bestia, como en La suerte
llamada de Don Tancredo (1957). Diríase que al mirar estos trabajos se oye
el “¡Ole!” atrapado en cada hoja.
La trascendencia que tiene la instalación Cabeza
de Toro (1942-43), hecha con un manubrio y un sillín de bicicleta es
apoteósica, pues es el material genético del que está hecho el arte
contemporáneo, y no ha sido superado.
Tres bronces ocupan un lugar privilegiado, al
final del la muestra La mona y su cría (1951),
Cabeza con casco (1933) y La cabra (1950), ubicados en la última
sala junto con Naturaleza muerta (1943)
y Mujer con chongo y sombrero amarillo
(1961-62), imagen líder de la muestra, junto con la fotografía de Picasso
bailando.
Alrededor, las platas sobre gelatina de Duncan contextualizan la
relación doméstica que la familia tenía con dichas esculturas, al grado de ver
en una de ellas a Esmeralda, la cabra viva que sirvió de modelo a la escultura
atada con una correa a la cola de la cabra de bronce a la entrada de la
propiedad.
Siempre ha sido de
gran trascendencia el trabajo del equipo multidisciplinario de Museo Palacio de
Bellas Artes. Sin embargo, en la medida que nos acercamos a sus eventos y
conocemos el profesionalismo con el que se manejan, nos sentimos más orgullosos
de esta institución, pues se confirma una vez más que no sólo con políticas y
acuerdos se alcanzan los nobles objetivos, sino con el compromiso y entusiasmo
de personas que con su talento y energía hacen que las cosas sucedan. Agradecemos
el empeño y la calidad que han puesto en la elaboración tan puntual y bella de
los materiales para prensa.
José Manuel Ruiz Regil
Arte Duro
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