I
Conozco el trabajo de
Alejandro Jodorowsky desde hace más de veinte años. Cuando yo arribé a su obra
el dramaturgo, creador del teatro pánico, se había convertido en un maestro
espiritual; un conferencista que hablaba del poder sanador del arte; el maestro
del tarot terapéutico. Esto fue a principios de los años noventa del siglo
pasado.
Asistí, junto con mi
hermana, quien en ese entonces estudiaba psicología, a la presentación de su
libro Psicomagia, en la Sala Miguel Covarrubias de la U.N.A.M. Todo el tiempo
que habló Alejandro estuvo acompañado por su maestro Ejo Tacata sentado a un
lado de él, meditando. Desde entonces he leído la mayoría de sus libros, he
visto todas sus películas, y recientemente algunos –siempre serán algunos
frente a la abundancia de clips en youtube- de los videos donde lo entrevistan o donde
aparece dando recetas psicomágicas o hablando de diversos temas de desarrollo
humano.
Digo sin pretensión “la
mayoría de sus libros” porque ha editado muchos, y se repite en todos, pero
tiene algunos esenciales, como Donde
mejor canta un pájaro, auto-biografía en la que describe el método de la
psicogenealogía, una especie de Constelación familiar Freudiana a lo esotérico,
y cuenta el origen de sus abuelos y sus padres; Los evangelios para sanar, para mi gusto una gran obra que se
desprende del corpus auto referencial para hacer una interpretación
artístico-simbólica de los personajes y las historias evangélicas; la Antología de Textos Pánicos, donde
resume su etapa de artista transgresor, mimo metafísico, dramaturgo satanizado
y director estrafalario, como lo suelen recordar la mayoría de los que fueron
jóvenes en los años sesenta y setenta, cuando tuvo su auge mediático en México.
Resaca de aquellos tiempos es todavía la recurrente obra El juego que todos jugamos, que estuvo en cartelera en el foro El ágora por más de diez años; y La danza de la realidad, punto de
partida de su más reciente aventura filmográfica. Por supuesto que habría que
mencionar en esta línea de títulos El
maestro y las magas, donde con todo su poder hiperbólico nos comparte las
experiencias que ha tenido con algunas mujeres de fuego como doña Pachita,
María Sabina o la Tigresa.
II
Cuando se habla de arte
suele destacarse la capacidad para crear un lenguaje propio, un mundo paralelo
a la realidad tangible de todos los días; un universo que se corresponde dentro
de un cuerpo estético de valores que funcionan como contrapeso crítico a los
valores con que solemos interpretar las cosas de la vida.
El cine de Jodoroswsky
es ese espejo a través del cual accedemos a esa otra realidad donde los colores
de la culpa, los contrastes de los anhelos, las fantasías, las filias y las
fobias, las deformidades de nuestro ego, las excrecencias del alma y las
abyecciones del conformismo cobran carta de naturalización y se vuelven
autónomas.
La montaña sagrada, Fando y Liz, El topo y
Santa Sangre constituyen la
estética del horror metafísico, donde lo más abyecto de la materia humana
convive con lo más sublime del alma liberada. Con mucho Santa Sangre sigue siendo, para mi gusto, la más lograda, en
términos artísticos, pues creo que no se filtra ese discurso iniciático que es
muy claro en las otras, especialmente en La
montaña sagrada, y me atrevo a decir, en esta última, La danza de la realidad, que está a la mitad entre la pieza,
tragedia moderna, y el documental de superación personal, -sin que el
comentario sea peyorativo para éste último género. Tiene momentos de alta
poesía, aunque en el conjunto caen por su tufo a moraleja.
Desde que me enteré
que iba a realizar un nuevo rodaje -¡y en México!- me entusiasmé muchísimo.
Hasta tuve la fantasía de involucrarme en algún crew o hacer casting para lograr un personaje, aunque fuera de
extra. Pero como suele pasar, todo
este aparato mercadológico necesario que se usa para crear expectativa, sirve
también para cercar al verdadero círculo de influencia del autor para que las
oportunidades de trabajo y contacto queden entre ellos mismos. El caso es que
al no poder hacer contacto con él de ninguna manera, me limité a seguir el
proceso de colecta de recursos para la producción.
Salió un video en el
que Alejandro hablaba del proyecto junto con su productor y pedían la
colaboración de la comunidad para financiar la producción. Pedían dinero. -millones
de pesos-, con la fe de que se conseguiría. Algo así como el proyecto de
Fondeadora, pero con el prestigio del mago atrás.
Pasó tiempo y me
enteré de que ya se había producido la película. Me emocioné muchísimo, aunque
siempre dudé de que se hubiera producido con el dinero del público, pero
imagino que fue un apoyo importante que facilitó el apoyo complementario de
otros socios o inversionistas. Conozco aquella vieja lección de Alejandro en la
que cuenta cómo para obtener millones prestados tuvo que pedir primero a otro
amigo miles de dólares, los cuales prometió devolver al instante en que terminara la llamada con su otro acreedor, sólo para tener la seguridad de contar con el dinero en la bolsa al pedir el patrocinio.
Luego supe que estaba
disponible la película en internet, sin costo. Que se iba a distribuir así:
gratis. Accedí a todos los sitios que me conducían hacia ella, pero por alguna
razón me atoraba en todos los links antes de que empezar a correr el filme.
Tuve que esperar a que se estrenara en salas comerciales, apenas el 12 de junio
de 2014 para verla.
III
La danza de la realidad es un acto psicomágico de 130 minutos en el que
el protagonista, el niño Alejandro, (Jeremías Herskovits), funge como alter ego
del autor, El mago, arcano I, quien quizás de manera antagónica al Tambor de hojalata, en la que a través
de la imagen de un niño, Óscar, Gunter Grass simboliza la incapacidad del
pueblo Alemán para crecer; en esta otra, Jodorowsky, refleja el deseo
constreñido del pueblo chileno por crecer y acceder a la madurez
político-social.
La historia, que
comienza siendo individual, auto-referencial, un fuerte exorcismo sobre la
judeidad y el complejo de la diferencia, se vuelve colectiva al traspolar las
inquietudes básicas del niño Alex a las necesidades políticas del adulto, Jaime,
quien al tiempo que figura como un personaje castrante, vive un proceso de
liberación, a través del tormento y el dolor al combatir lo que él mismo encarna.
Una de las primeras
secuencias, hermosas por su realismo mágico, es cuando Alex corre a la playa y
tira piedras al mar para desahogar su enojo. Entonces aparece la Reina de copas como una mujer ebria que
advierte al niño de no hacerlo pues “una sola piedra puede matar todos los
peces del mar”, y en una ola gigantesca el mar vomita miles de sardinas muertas
que van a dar a la playa, para regocijo de las gaviotas y de los pobres
pescadores de Tocopilla, para quienes la desgracia de unos es su bendición.
Esta escena que muestra la relatividad del bien y el mal abre la lógica a la
serie de acciones poéticas que se van a suceder a lo largo del filme.
El encuentro con el
Teósofo (Axel Jodorowsky) refrenda la inocencia del niño reflejada en la
sabiduría cósmica y la voluntad creadora que representa El Loco, 0, quien lo
impulsa a creer en la unidad del espíritu, como piedra fundamental para el
manejo de sus elementos (Bodisua…, la felicidad…).
No es de extrañarse
que a lo largo de la historia nos topemos con representaciones de otros
arcanos, pues éstos forman parte del cuerpo discursivo de Alejandro. Los personajes
secundarios, terciarios y extras que aparecen en las coreografías, como los amputados
de las minas, que son recogidos como basura por el servicio de limpia de la
ciudad; los soldados nazis, que son apaleados por la fuerza descomunal que
surge al evocar la fuerza dadora del padre, Don José, El Sol, arcano XVIIII; los leprosos,
El juicio, arcano XX; los payasos de circo, La rueda de la fortuna, arcano X; los
travestis, prostitutas y prostitutos, hermanos masones, el dentista, forman
parte de esta estética particular, cuyo ritmo y color hace de la composición en
pantalla una obra de arte típicamente jodoroswskiana. Sí, que hunde sus raíces
en Fellini, Buñuel y Pasollini, y no lo
niega.
La sensación de los planos,
las texturas y los contrastes entre los colores primarios y la monocromía del
paisaje mineral, así como del grupo de leprosos vestidos de negro con
sombrillas herrumbrosas que amenazan la ciudad, metáfora de la pobreza, es una
de tantas imágenes alegórica que enriquecen la narrativa con gran valor
semántico.
La dirección de arte
es de una delicadeza soberbia. Recrea un tiempo sin tiempo muy parecido a los
años cuarenta en Latinoamérica. El diseño del pueblo de Tocopilla, Chile, en el
que solo resaltan de entre la grisura y el abandono la Casa Ukrania en color
azul celeste, con su aparador, sus mostradores y anaqueles que exhiben
productos de uso íntimo como guantes, ropa interior femenina y algunas
baratijas; la estación de bomberos, que está a dos casas de ahí con su rojo
intenso y sus uniformes impecables; el consultorio del dentista, con su muela
de cuatro raíces como anuncio exterior; el prostíbulo El Loro mudo -no me
extrañaría que tuviera un significado oculto que se esconda en la fonética que
relaciona al oro y al silencio-; y el
barco púrpura, color de la transmutación, en el que se aleja finalmente la
familia en compañía del arcano XIII, a escribir otra historia, lejos, en otro
lugar, tienen una consistencia fantástica producida por la intensidad de los
colores y la calidad de los props.
Las máscaras que cubren los rostros de los pobladores, a veces caras sin rasgo; otras, calaveras, significan mucho más los rostros definidos de los personajes, haciendo de “los otros” un ballet de engranes donde los actores principales de la historia cobran vida; una metáfora de la realidad y de la concepción del self.
Las máscaras que cubren los rostros de los pobladores, a veces caras sin rasgo; otras, calaveras, significan mucho más los rostros definidos de los personajes, haciendo de “los otros” un ballet de engranes donde los actores principales de la historia cobran vida; una metáfora de la realidad y de la concepción del self.
Los efectos
especiales, particularmente el manejo del fuego, es de gran maestría. Aparece
mucho este recurso, como elemento transformador. Todo se quema. Hay un gran
incendio en la ciudad perdida, al que acuden los bomberos y donde se calcina
uno de los comandantes, símbolo de lo ardiente de la situación en el pueblo. El
padre de la madre, un bailarín ruso cae en un barril de alcohol y se incendia
al querer encender una bombilla. En otro momento el grupo de conspiradores
contra el régimen quema sus documentos de identidad; el padre, después de
sentirse humillado frente a sus compañeros del grupo de bomberos quema los
uniformes de él y de su hijo en una hoguera improvisada en el jardín de su
casa; al morir Bucéfalo, el equino favorito del dictador Ibañez, (Caballero de
espadas) al que Jaime no pudo asesinar, éste le ordena quemarlo todo y largarse
a otro lado. Cuando regresa a su casa quema la imagen de Stalin, del presidente
de Chile y de sí mismo en un acto psicomágico que lo libera de su tirano
interior.
La música, creación de Adan Jodorowsky evoca las estepas rusas que yacen en la genealogía del narrador. El sonido melancólico de la Balalaika lleva la voz principal del tema, y las líneas melódicas de todos los parlamentos de la madre suenan a coros griegos. El sonido de la banda popular que respalda la presencia de los payasos guarda ese espíritu melancólico que esconde el maquillaje detrás de la sonrisa artificial.
La música, creación de Adan Jodorowsky evoca las estepas rusas que yacen en la genealogía del narrador. El sonido melancólico de la Balalaika lleva la voz principal del tema, y las líneas melódicas de todos los parlamentos de la madre suenan a coros griegos. El sonido de la banda popular que respalda la presencia de los payasos guarda ese espíritu melancólico que esconde el maquillaje detrás de la sonrisa artificial.
La danza de la realidad, como toda buena obra de arte, trastoca
nuestra percepción, cuestiona nuestros valores y entinta el presente con un
dejo de magia que se vive aún momentos después de abandonada la sala.
No sé si podremos ver
otro trabajo de esta magnitud de nuestro querido hermano mayor. Lo que sí sé es
que nos ha dejado un gran tesoro viviente que debemos saber valorar, explotar y
transformar, para que como él mismo nos lo recuerda en palabras de Jaime: “tú le vas a arrancar la vida. Y yo te voy a
ayudar”, que es otra forma de decir “Cuando te encuentres un buda en el camino,
córtale la cabeza”.
José Manuel Ruiz
Regil.
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