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domingo, 6 de julio de 2014

La danza de Jodorowsky


I

Conozco el trabajo de Alejandro Jodorowsky desde hace más de veinte años. Cuando yo arribé a su obra el dramaturgo, creador del teatro pánico, se había convertido en un maestro espiritual; un conferencista que hablaba del poder sanador del arte; el maestro del tarot terapéutico. Esto fue a principios de los años noventa del siglo pasado.

Asistí, junto con mi hermana, quien en ese entonces estudiaba psicología, a la presentación de su libro Psicomagia, en la Sala Miguel Covarrubias de la U.N.A.M. Todo el tiempo que habló Alejandro estuvo acompañado por su maestro Ejo Tacata sentado a un lado de él, meditando. Desde entonces he leído la mayoría de sus libros, he visto todas sus películas, y recientemente algunos –siempre serán algunos frente a la abundancia de clips en youtube-  de los videos donde lo entrevistan o donde aparece dando recetas psicomágicas o hablando de diversos temas de desarrollo humano.

Digo sin pretensión “la mayoría de sus libros” porque ha editado muchos, y se repite en todos, pero tiene algunos esenciales, como Donde mejor canta un pájaro, auto-biografía en la que describe el método de la psicogenealogía, una especie de Constelación familiar Freudiana a lo esotérico, y cuenta el origen de sus abuelos y sus padres; Los evangelios para sanar, para mi gusto una gran obra que se desprende del corpus auto referencial para hacer una interpretación artístico-simbólica de los personajes y las historias evangélicas; la Antología de Textos Pánicos, donde resume su etapa de artista transgresor, mimo metafísico, dramaturgo satanizado y director estrafalario, como lo suelen recordar la mayoría de los que fueron jóvenes en los años sesenta y setenta, cuando tuvo su auge mediático en México. Resaca de aquellos tiempos es todavía la recurrente obra El juego que todos jugamos, que estuvo en cartelera en el foro El ágora por más de diez años; y La danza de la realidad, punto de partida de su más reciente aventura filmográfica. Por supuesto que habría que mencionar en esta línea de títulos El maestro y las magas, donde con todo su poder hiperbólico nos comparte las experiencias que ha tenido con algunas mujeres de fuego como doña Pachita, María Sabina o la Tigresa.


II

Cuando se habla de arte suele destacarse la capacidad para crear un lenguaje propio, un mundo paralelo a la realidad tangible de todos los días; un universo que se corresponde dentro de un cuerpo estético de valores que funcionan como contrapeso crítico a los valores con que solemos interpretar las cosas de la vida.

El cine de Jodoroswsky es ese espejo a través del cual accedemos a esa otra realidad donde los colores de la culpa, los contrastes de los anhelos, las fantasías, las filias y las fobias, las deformidades de nuestro ego, las excrecencias del alma y las abyecciones del conformismo cobran carta de naturalización y se vuelven autónomas.

La montaña sagrada, Fando y Liz, El topo y Santa Sangre constituyen la estética del horror metafísico, donde lo más abyecto de la materia humana convive con lo más sublime del alma liberada. Con mucho Santa Sangre sigue siendo, para mi gusto, la más lograda, en términos artísticos, pues creo que no se filtra ese discurso iniciático que es muy claro en las otras, especialmente en La montaña sagrada, y me atrevo a decir, en esta última, La danza de la realidad, que está a la mitad entre la pieza, tragedia moderna, y el documental de superación personal, -sin que el comentario sea peyorativo para éste último género. Tiene momentos de alta poesía, aunque en el conjunto caen por su tufo a moraleja.

Desde que me enteré que iba a realizar un nuevo rodaje -¡y en México!- me entusiasmé muchísimo. Hasta tuve la fantasía de involucrarme en algún crew o hacer casting para lograr un personaje, aunque fuera de extra. Pero como suele pasar, todo este aparato mercadológico necesario que se usa para crear expectativa, sirve también para cercar al verdadero círculo de influencia del autor para que las oportunidades de trabajo y contacto queden entre ellos mismos. El caso es que al no poder hacer contacto con él de ninguna manera, me limité a seguir el proceso de colecta de recursos para la producción.



 

Salió un video en el que Alejandro hablaba del proyecto junto con su productor y pedían la colaboración de la comunidad para financiar la producción. Pedían dinero. -millones de pesos-, con la fe de que se conseguiría. Algo así como el proyecto de Fondeadora, pero con el prestigio del mago atrás.

Pasó tiempo y me enteré de que ya se había producido la película. Me emocioné muchísimo, aunque siempre dudé de que se hubiera producido con el dinero del público, pero imagino que fue un apoyo importante que facilitó el apoyo complementario de otros socios o inversionistas. Conozco aquella vieja lección de Alejandro en la que cuenta cómo para obtener millones prestados tuvo que pedir primero a otro amigo miles de dólares, los cuales prometió devolver al instante en que terminara la llamada con su otro acreedor, sólo para tener la seguridad de contar con el dinero en la bolsa al pedir el patrocinio.

Luego supe que estaba disponible la película en internet, sin costo. Que se iba a distribuir así: gratis. Accedí a todos los sitios que me conducían hacia ella, pero por alguna razón me atoraba en todos los links antes de que empezar a correr el filme. Tuve que esperar a que se estrenara en salas comerciales, apenas el 12 de junio de 2014 para verla.





 III

La danza de la realidad es un acto psicomágico de 130 minutos en el que el protagonista, el niño Alejandro, (Jeremías Herskovits), funge como alter ego del autor, El mago, arcano I, quien quizás de manera antagónica al Tambor de hojalata, en la que a través de la imagen de un niño, Óscar, Gunter Grass simboliza la incapacidad del pueblo Alemán para crecer; en esta otra, Jodorowsky, refleja el deseo constreñido del pueblo chileno por crecer y acceder a la madurez político-social.

 Jaime, el padre, (Brontis Jodoroswsky) es el retrato del padre que nos ha revelado Alejandro en sus libros: ese ser autoritario, tirano, machista, obcecado por el poder, cruel, que en esta historia se convierte en un héroe contemporáneo al emprender un viaje iniciático que le hará descubrir que ese dictador al que quiere asesinar es él mismo. En su larga odisea de regreso se pierde. Encarna al Ermitaño, arcano IX, y se encuentra con la Gran Sacerdotisa, arcano II, quien, de manera metafórica lo pare espiritualmente y lo echa al mundo cuando recupera la memoria, después de un largo sueño.  

La madre (Pamela Flores) es una mujer exuberantemente arquetípica, (La emperatriz, arcano III) nutridora y sensual que funge como hilo que hilvana todas las vicisitudes de la vida a través del canto de su voz. Cuenta Jodorowsky que su madre siempre quiso ser cantante de ópera. Aquí ella es una valkiria que trensa el ave de su corazón con las alas de la esperanza, y acompaña al pequeño Alex en su travesía por la sombra y los miedos, llenándolo de magia y de fe. Es el contrapunto sonoro de la trama, sus parlamentos operísticos hacen que la narrativa adquiera un toque surreal, y en ese contexto uno puede esperarlo todo, hasta la sanación de la lepra por medio de la cascada dorada.


La historia, que comienza siendo individual, auto-referencial, un fuerte exorcismo sobre la judeidad y el complejo de la diferencia, se vuelve colectiva al traspolar las inquietudes básicas del niño Alex a las necesidades políticas del adulto, Jaime, quien al tiempo que figura como un personaje castrante, vive un proceso de liberación, a través del tormento y el dolor al combatir lo que él mismo encarna.

Una de las primeras secuencias, hermosas por su realismo mágico, es cuando Alex corre a la playa y tira piedras al mar para desahogar su enojo. Entonces aparece la Reina de copas como una mujer ebria que advierte al niño de no hacerlo pues “una sola piedra puede matar todos los peces del mar”, y en una ola gigantesca el mar vomita miles de sardinas muertas que van a dar a la playa, para regocijo de las gaviotas y de los pobres pescadores de Tocopilla, para quienes la desgracia de unos es su bendición. Esta escena que muestra la relatividad del bien y el mal abre la lógica a la serie de acciones poéticas que se van a suceder a lo largo del filme.

El encuentro con el Teósofo (Axel Jodorowsky) refrenda la inocencia del niño reflejada en la sabiduría cósmica y la voluntad creadora que representa El Loco, 0, quien lo impulsa a creer en la unidad del espíritu, como piedra fundamental para el manejo de sus elementos (Bodisua…, la felicidad…).

No es de extrañarse que a lo largo de la historia nos topemos con representaciones de otros arcanos, pues éstos forman parte del cuerpo discursivo de Alejandro. Los personajes secundarios, terciarios y extras que aparecen en las coreografías, como los amputados de las minas, que son recogidos como basura por el servicio de limpia de la ciudad; los soldados nazis, que son apaleados por la fuerza descomunal que surge al evocar la fuerza dadora del padre, Don José, El Sol, arcano XVIIII; los leprosos, El juicio, arcano XX; los payasos de circo, La rueda de la fortuna, arcano X; los travestis, prostitutas y prostitutos, hermanos masones, el dentista, forman parte de esta estética particular, cuyo ritmo y color hace de la composición en pantalla una obra de arte típicamente jodoroswskiana. Sí, que hunde sus raíces en Fellini, Buñuel y Pasollini,  y no lo niega.

La sensación de los planos, las texturas y los contrastes entre los colores primarios y la monocromía del paisaje mineral, así como del grupo de leprosos vestidos de negro con sombrillas herrumbrosas que amenazan la ciudad, metáfora de la pobreza, es una de tantas imágenes alegórica que enriquecen la narrativa con gran valor semántico.

La dirección de arte es de una delicadeza soberbia. Recrea un tiempo sin tiempo muy parecido a los años cuarenta en Latinoamérica. El diseño del pueblo de Tocopilla, Chile, en el que solo resaltan de entre la grisura y el abandono la Casa Ukrania en color azul celeste, con su aparador, sus mostradores y anaqueles que exhiben productos de uso íntimo como guantes, ropa interior femenina y algunas baratijas; la estación de bomberos, que está a dos casas de ahí con su rojo intenso y sus uniformes impecables; el consultorio del dentista, con su muela de cuatro raíces como anuncio exterior; el prostíbulo El Loro mudo -no me extrañaría que tuviera un significado oculto que se esconda en la fonética que relaciona al oro y al silencio-; y  el barco púrpura, color de la transmutación, en el que se aleja finalmente la familia en compañía del arcano XIII, a escribir otra historia, lejos, en otro lugar, tienen una consistencia fantástica producida por la intensidad de los colores y la calidad de los props. 


Las máscaras que cubren los rostros de los pobladores, a veces caras sin rasgo; otras, calaveras, significan mucho más los rostros definidos de los personajes, haciendo de “los otros” un ballet de engranes donde los actores principales de la historia cobran vida; una metáfora de la realidad y de la concepción del self.


Los efectos especiales, particularmente el manejo del fuego, es de gran maestría. Aparece mucho este recurso, como elemento transformador. Todo se quema. Hay un gran incendio en la ciudad perdida, al que acuden los bomberos y donde se calcina uno de los comandantes, símbolo de lo ardiente de la situación en el pueblo. El padre de la madre, un bailarín ruso cae en un barril de alcohol y se incendia al querer encender una bombilla. En otro momento el grupo de conspiradores contra el régimen quema sus documentos de identidad; el padre, después de sentirse humillado frente a sus compañeros del grupo de bomberos quema los uniformes de él y de su hijo en una hoguera improvisada en el jardín de su casa; al morir Bucéfalo, el equino favorito del dictador Ibañez, (Caballero de espadas) al que Jaime no pudo asesinar, éste le ordena quemarlo todo y largarse a otro lado. Cuando regresa a su casa quema la imagen de Stalin, del presidente de Chile y de sí mismo en un acto psicomágico que lo libera de su tirano interior.


La música, creación de Adan Jodorowsky evoca las estepas rusas que yacen en la genealogía del narrador. El sonido melancólico de la Balalaika lleva la voz principal del tema, y las líneas melódicas de todos los parlamentos de la madre suenan a coros griegos. El sonido de la banda popular que respalda la presencia de los payasos guarda ese espíritu melancólico que esconde el maquillaje detrás de la sonrisa artificial.

La danza de la realidad, como toda buena obra de arte, trastoca nuestra percepción, cuestiona nuestros valores y entinta el presente con un dejo de magia que se vive aún momentos después de abandonada la sala.

No sé si podremos ver otro trabajo de esta magnitud de nuestro querido hermano mayor. Lo que sí sé es que nos ha dejado un gran tesoro viviente que debemos saber valorar, explotar y transformar, para que como él mismo nos lo recuerda en palabras de Jaime:  “tú le vas a arrancar la vida. Y yo te voy a ayudar”, que es otra forma de decir “Cuando te encuentres un buda en el camino, córtale la cabeza”.

José Manuel Ruiz Regil.

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