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jueves, 1 de mayo de 2014

La senda del camino que transito


Zen, amanecer en occidente, de Roshi Philip Kapleau, editado por Arbol editorial, S.A. de C.V. en 1981,fue uno de los primeros libros que leí consciente, no sólo del hábito de lector que quería forjarme, sino del camino de conciencia que intuía recorrer. Está etiquetado por la librería El parnaso, hoy desaparecida, desafortunadamente no se lee el precio, pero con toda seguridad costó varios miles, antes de los nuevos pesos. Firmado por mí del 23 al 29 de diciembre del 1989 en Huatulco, práctica que acostumbraba para motivar mi apresurada lista de pendientes y dejar testimonio de la velocidad con que apropiaba títulos, obras y autores. Por supuesto que una lectura superficial y súbita de esa naturaleza ha merecido varias revisiones concienzudas en distintos momentos. Esa fue una de las últimas vacaciones que tuve con  mis padres. Recuerdo que esos seis días me los pasé sentado en la arena tratando de entender el misterio de la unidad cósmica. Quizás fue en esa ocasión en la que una noche disfrutando con mi hermana las delicias de la conversación en la playa, me dijo, luego de unos cuantos cocteles de más “¿ves esa luna? Te la regalo”.

Así transcurrió ese diciembre, con  mis bermudas de licra, entre tragos V.I.P. y acuaeróbics en la alberca guiados por Gios, mientras en lo íntimo ya buscaba la iluminación. Para entonces era un joven muy parecido al adulto en que me convertí. La lectura ha marcado mis tiempos y mis escenarios internos.

El libro de Roshi Philip Kapleau está dedicado a quienes desean no buscar, sino encontrar. No sé aquí cuál es el huevo y cuál es la gallina, pues esa frase la usó Picasso también, quizás, influido por las enseñanzas de oriente o debido a su desbordada originalidad que hizo de un desplante de arrogancia todo un Koan esencial.

El autor fue alumno del legendario D.T. Suzuki y es, casi estoy seguro, el fundador de este hoy famoso centro de meditación Zen en Rochester, Nueva York, nutrido por el boom de los aspirantes new age a la iluminación, y que tanto ha influido en la formación de nuevos meditadores en todas partes del mundo. Su experiencia y entendimiento de la mentalidad occidental ha permitido transmitir las enseñanzas Zen a un amplio número de adeptos que, como yo, quieren encontrar la vía sagrada del vivir consciente.

El libro está dividido en cuatro partes. La primera, Destellos de zen, es la recopilación de las preguntas que a lo largo de varios años y en distintos lugares de la unión americana le hacía la gente que se acercaba a él en sus conferencias. La mayoría están respondidas desde la sabiduría del Zen, lo cual inquieta e incomoda al gentil americano promedio que considera una grosería toda respuesta que no sea lógicamente formal y directa, sobretodo, si está pagando unos buenos dólares por entrar al recinto donde se ofrece. Algunas de las inquietudes del público en los años sesenta y setentas eran, ¿cómo combinar el zen con el sexo, con la religión, con la vida cotidiana?; ¿cuáles son los pensamientos dañinos?; ¿puede la iluminación venir sin ningún entrenamiento?

En la segunda parte, El período de entrenamiento en reclusión (Sesshin), el autor comparte las experiencias de disciplina dentro del monasterio zen, las pláticas de estímulo a lo largo de la formación en el retiro, como el sermón de “Las tres incapacidades”, donde el maestro explica lo que es verdaderamente ver, oír y decir para un monje budista zen; “Un hombre en un árbol” o “No pienses ni bien ni mal” y algunos relatos de iluminación como “Tal felicidad te hace darte cuenta de cuán infeliz eras antes”, o “Cada día el tesoro de la vida gana en esplendor y belleza”.

En esta parte el lector se familiariza con algunos de los términos más comunes de la disciplina Zen como samadi, satori, dokusán, makio, sensei, zazen, samsara, mantra y otros que van enriqueciendo el léxico de los aspirantes. En la parte posterior del libro se ofrece un glosario donde poder disipar todas estas dudas conceptuales, así como un índice temático que permite relacionar los términos de acuerdo a diferentes contextos.  

La tercera parte, Devociones, penetra en el misterio ritual del Zen: cantos, cartas y diálogos. Aquí está la bellísima oración El corazón de la perfecta sabiduría, de la que transcribo un fragmento

La forma aquí sólo es vacío
El vacío sólo forma.
La forma no es otra que vacío
El vacío no es otro que forma.

El sentimiento, el pensamiento, el albedrío
Y la conciencia misma
Son también así.

Los darmas están aquí vacíos,
Todos son vacío original.

Ninguno nace ni muere,
No tienen mancha ni son puros,
Ni crecen ni decrecen.

Así en el vacío no hay forma
Ni sentimiento ni pensamiento,
Ni albedrío ni conciencia.  

Es tan significativa para mí porque en mi entrenamiento para holo-terapeuta en Iztac Multiversidad (1998-2000) este tipo de cantos, junto con otros de la tradición japonesa e hindú fueron prácticas cotidianas, y al recordarlas ahora evoco el rítmico sonsonete con el que las recitábamos en medio de una sesión de meditación en el Ashram, y convoco la paz interna que entonces suscitaban.

En la cuarta parte del libro, Moralidad y responsabilidad social, se exploran algunas cartas y respuestas, muy en el tono de la primera parte, así como diálogos como aquel que dice que “El Zen está por encima de la moral, pero la moral no está por debajo del Zen”, y cierra con una plática Darma sobre el primer precepto: No matar, sino apreciar todas las formas de vida, que además resume todos los demás principios que constituyen un decálogo universal en sí mismo, pues incluye no tomar lo que no se ofrece; no participar en prácticas sexuales impropias; no mentir; no hacer que otros usen licores o drogas que confunden o debilitan la mente, ni hacerlo uno mismo; no hablar de los defectos de otros; no alabarse a uno mismo y condenar a otros; no negarse a dar ayuda espiritual o material; no enojarse y no vilipendiar los tres tesoros: el buda, el darma y el sanga.

Esta edición de 413 páginas, en rústica tiene una portada en tono ocre donde se ve el trazo a mano de la palabra Zen con pincel caligráfico y entre el título y el nombre del autor, en un recuadro tiene la imagen de la trucha o pez coi, un dibujo de Richard Wehrman, “Carpa subiendo una caída de agua para convertirse en dragón”. En la China antigua una fábula popular era la de una carpa luchando para alcanzar la cresta de una caída de agua. Después de repetidos intentos, finalmente, la carpa hace acopio de todas sus energías y de un gran salto llega a la cima convirtiéndose en dragón. Ya que en el Oriente la carpa es un símbolo de vigor, perseverancia y valor –cualidades indispensables para el despertar- grandes esculturas en madera de este pez se encuentran a menudo en los monasterios Zen. La caída de agua representa la vida diaria del aspirante espiritual, y el dragón significa la Mente despierta.

En los interiores se reproduce el dibujo de Shakiamuni, por Liang Kái, que aparece en Zen y la Cultura japonesa de D.T. Suzuki.
Incluye la fotografía del Sexto Patriarca, tomada de Chan y las Enseñanzas Zen (Tres series) de Charles Luk, y el dibujo de Hakui de Bodidarma que aparece en Zen Dust de Ishu Miura y Ruth Fuller Sasaki.  

Las enseñanzas del Budismo Zen llegaron a mi vida para acompañarme como una sustancia esencial que permea el resto de mis aprendizajes, por eso son la senda del camino que transito.

De “Historia de mis libros”

José Manuel Ruiz Regil.

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