Zen, amanecer en occidente, de Roshi Philip Kapleau,
editado por Arbol editorial, S.A. de C.V. en 1981,fue uno de los primeros
libros que leí consciente, no sólo del hábito de lector que quería forjarme,
sino del camino de conciencia que intuía recorrer. Está etiquetado por la
librería El parnaso, hoy desaparecida, desafortunadamente no se lee el
precio, pero con toda seguridad costó varios miles, antes de los nuevos pesos. Firmado por mí del 23 al 29 de diciembre del 1989 en Huatulco, práctica
que acostumbraba para motivar mi apresurada lista de pendientes y dejar
testimonio de la velocidad con que apropiaba títulos, obras y autores. Por
supuesto que una lectura superficial y súbita de esa naturaleza ha merecido
varias revisiones concienzudas en distintos momentos. Esa fue una de las
últimas vacaciones que tuve con mis
padres. Recuerdo que esos seis días me los pasé sentado en la arena tratando de
entender el misterio de la unidad cósmica. Quizás fue en esa ocasión en la que
una noche disfrutando con mi hermana las delicias de la conversación en la playa, me dijo, luego
de unos cuantos cocteles de más “¿ves esa luna? Te la regalo”.
Así transcurrió
ese diciembre, con mis bermudas de
licra, entre tragos V.I.P. y acuaeróbics en la alberca guiados por Gios,
mientras en lo íntimo ya buscaba la iluminación. Para entonces era un joven muy
parecido al adulto en que me convertí. La lectura ha marcado mis tiempos y mis
escenarios internos.
El libro de Roshi Philip Kapleau está dedicado a quienes
desean no buscar, sino encontrar. No sé aquí cuál es el huevo y cuál es la
gallina, pues esa frase la usó Picasso también, quizás, influido por las
enseñanzas de oriente o debido a su desbordada originalidad que hizo de un
desplante de arrogancia todo un Koan esencial.
El autor fue alumno del legendario D.T. Suzuki y es, casi
estoy seguro, el fundador de este hoy famoso centro de meditación Zen en
Rochester, Nueva York, nutrido por el boom de los aspirantes new age
a la iluminación, y que tanto ha influido en la formación de nuevos meditadores
en todas partes del mundo. Su experiencia y entendimiento de la mentalidad
occidental ha permitido transmitir las enseñanzas Zen a un amplio número de
adeptos que, como yo, quieren encontrar la vía sagrada del vivir consciente.
El libro está dividido en cuatro partes. La primera, Destellos
de zen, es la recopilación de las preguntas que a lo largo de varios años y
en distintos lugares de la unión americana le hacía la gente que se acercaba a
él en sus conferencias. La mayoría están respondidas desde la sabiduría del
Zen, lo cual inquieta e incomoda al gentil americano promedio que considera una
grosería toda respuesta que no sea lógicamente formal y directa, sobretodo, si
está pagando unos buenos dólares por entrar al recinto donde se ofrece. Algunas
de las inquietudes del público en los años sesenta y setentas eran, ¿cómo
combinar el zen con el sexo, con la religión, con la vida cotidiana?; ¿cuáles
son los pensamientos dañinos?; ¿puede la iluminación venir sin ningún
entrenamiento?
En la segunda parte, El período de entrenamiento en reclusión
(Sesshin), el autor comparte las experiencias de disciplina dentro del
monasterio zen, las pláticas de estímulo a lo largo de la formación en el
retiro, como el sermón de “Las tres incapacidades”, donde el maestro
explica lo que es verdaderamente ver, oír y decir para un monje budista zen; “Un
hombre en un árbol” o “No pienses ni bien ni mal” y algunos relatos de
iluminación como “Tal felicidad te hace darte cuenta de cuán infeliz eras antes”,
o “Cada día el tesoro de la vida gana en esplendor y belleza”.
En esta parte el lector se familiariza con algunos de los
términos más comunes de la disciplina Zen como samadi, satori, dokusán,
makio, sensei, zazen, samsara, mantra y otros que van enriqueciendo el
léxico de los aspirantes. En la parte posterior del libro se ofrece un glosario
donde poder disipar todas estas dudas conceptuales, así como un índice temático
que permite relacionar los términos de acuerdo a diferentes contextos.
La tercera parte, Devociones, penetra en el misterio ritual
del Zen: cantos, cartas y diálogos. Aquí está la bellísima oración El
corazón de la perfecta sabiduría, de la que transcribo un fragmento
La forma aquí sólo es vacío
El vacío sólo forma.
La forma no es otra que vacío
El vacío no es otro que forma.
El sentimiento, el pensamiento, el albedrío
Y la conciencia misma
Son también así.
Los darmas están aquí vacíos,
Todos son vacío original.
Ninguno nace ni muere,
No tienen mancha ni son puros,
Ni crecen ni decrecen.
Así en el vacío no hay forma
Ni sentimiento ni pensamiento,
Ni albedrío ni conciencia.
Es tan significativa para mí porque en mi entrenamiento para
holo-terapeuta en Iztac Multiversidad (1998-2000) este tipo de cantos, junto con
otros de la tradición japonesa e hindú fueron prácticas cotidianas, y al recordarlas
ahora evoco el rítmico sonsonete con el que las recitábamos en medio de una
sesión de meditación en el Ashram, y convoco la paz interna que entonces
suscitaban.
En la cuarta parte del libro, Moralidad y responsabilidad
social, se exploran algunas cartas y respuestas, muy en el tono de la
primera parte, así como diálogos como aquel que dice que “El Zen está por
encima de la moral, pero la moral no está por debajo del Zen”, y cierra con una
plática Darma sobre el primer precepto: No matar, sino apreciar todas las
formas de vida, que además resume todos los demás principios que
constituyen un decálogo universal en sí mismo, pues incluye no tomar lo que no
se ofrece; no participar en prácticas sexuales impropias; no mentir; no hacer que
otros usen licores o drogas que confunden o debilitan la mente, ni hacerlo uno
mismo; no hablar de los defectos de otros; no alabarse a uno mismo y condenar a
otros; no negarse a dar ayuda espiritual o material; no enojarse y no
vilipendiar los tres tesoros: el buda, el darma y el sanga.
Esta edición de 413 páginas, en rústica tiene una portada en
tono ocre donde se ve el trazo a mano de la palabra Zen con pincel caligráfico
y entre el título y el nombre del autor, en un recuadro tiene la imagen de la
trucha o pez coi, un dibujo de Richard Wehrman, “Carpa subiendo una caída
de agua para convertirse en dragón”. En la China antigua una fábula popular era
la de una carpa luchando para alcanzar la cresta de una caída de agua. Después
de repetidos intentos, finalmente, la carpa hace acopio de todas sus energías y
de un gran salto llega a la cima convirtiéndose en dragón. Ya que en el Oriente
la carpa es un símbolo de vigor, perseverancia y valor –cualidades indispensables
para el despertar- grandes esculturas en madera de este pez se encuentran a
menudo en los monasterios Zen. La caída de agua representa la vida diaria del
aspirante espiritual, y el dragón significa la Mente despierta.
En los interiores se reproduce el dibujo de Shakiamuni, por
Liang Kái, que aparece en Zen y la Cultura japonesa de D.T.
Suzuki.
Incluye la fotografía del Sexto Patriarca, tomada de Chan
y las Enseñanzas Zen (Tres series) de Charles Luk, y el dibujo de Hakui de
Bodidarma que aparece en Zen Dust de Ishu Miura y Ruth Fuller Sasaki.
Las enseñanzas del Budismo Zen llegaron a mi vida para
acompañarme como una sustancia esencial que permea el resto de mis
aprendizajes, por eso son la senda del camino que transito.
De “Historia de mis libros”
José Manuel Ruiz Regil.
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