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martes, 3 de diciembre de 2013

¿Artista o vedette?

En una plática casual con un artista plástico me decía que después de treinta años de trabajo y más de ciento cincuenta exposiciones por todo el mundo lo único que quiere es encerrarse en su estudio a pintar, y tener dos o tres personas que se dediquen a vender su obra. Ese deseo es legítimo si ya tienes un mercado y tu obra se vende como pan caliente, o has encontrado la estacionalidad  con la que tus compradores sustenten tus periodos productivos. Si no es así, seguramente es porque cuentas con una fuente de ingresos para cubrir los honorarios de tus vendedores, ya sea a través de un fondo familiar, un ahorro muy profuso, una renta asegurada  o negocio propio que deje lo suficiente como para invertir; una pensión, un sueldo o una beca, como bien señala Zaíd en Dinero para la cultura, que son las fuentes más viables de ingreso para un artista, porque de otro modo sólo es un sueño guajiro de una vedette del siglo pasado que sigue aferrada al idilio del creador en su torre de marfil.

¡Maestro! Ya el poeta Nicanor Parra con su anti-poesía había vaticinado el descenso de los poetas del Olimpo. Bienvenido al siglo XXI.  Hoy, si un artista, de la disciplina que sea, no es favorecido por el rayo dorado de CONACULTA, o pertenece a un círculo socio-económico que lo consuma o cuenta con los contactos suficientes para exportar su trabajo y vender su imagen como académico o conferencista de talla internacional, o tiene la suerte del loco del tarot y una solaridad a prueba de crisis, que donde se pare vende, tiene que asumir que la suerte no está de su lado y sumarse al ejército de trabajadores de la subsistencia para pagar sus cuentas, y con lo que quede ejercer su oficio. 
Esa es la cuota que paga el talento en un país donde todo está al revés; donde se valora la forma antes que el fondo, donde la basura es paraíso y la ignorancia reina sobre las ideas; donde pensar, es delito y el arte y la cultura son mero entretenimiento, que si no es gratuito ofende.

Pero pasemos del negligé a la estrategia: un artista verdadero habla de las cosas del mundo, está inmerso en la problemática social y la critica, si no es que es factor de cambio él mismo. Un artista comprometido con su poética ha de llevar su voz a todas partes, encontrando los caminos más innovadores para lograr sus resultados. Un artista contemporáneo, es decir, de estos tiempos, tiene también una vis empresarial necesaria. Sabe distinguir su etapa creativa de su fase administrativa, ha de encontrar las más bellas abstracciones lo mismo que diseñar la logística práctica de cómo colocar su producto estético en un mercado; crear el mercado, si es necesario; conocer a sus clientes, saber sus necesidades y reflejarlas en su obra. Salir de la auto-referencia  y asumir el liderazgo filosófico que tanto se ha reblandecido en los últimos años, en aras autocomplacientes y divescas.

Un artista de verdad es líder y empresario de su propia obra, bien lo haga de manera independiente o se alíe a promotores, se asocie con otros artistas o se sume a algún grupo o empresa que lo represente, porque hoy la celularidad se está convirtiendo en tejido. Como diría León Felipe: o vamos todos juntos o no va nadie. Es hora de empezar a trabajar en equipos multidisciplinarios que den respuesta y propuesta ante los sobre-estimulados consumidores potenciales de arte; esos buscadores de experiencias extremas cautivos de los medios tradicionales de comunicación.

Por ello el trabajo del artista debe ser más fuerte y más profundo, para trascender el inmediatismo y hacer de la experiencia estética no solo un hábito, sino una necesidad, para que sea vista también como una inversión, no como un gasto.

“…y no estoy dispuesto a poner un solo peso para promover mi obra” –me decía, muy orgulloso de su postura. Pues a menos de que encuentre en la lagunilla la codiciada lámpara maravillosa de Aladino, y luego de frotarla, le aparezca el mecenas –digo, genio-  no veo cómo podrá acceder a los espacios necesarios de promoción y penetración que le ofrecerán mayores posibilidades de posicionamiento en un grupo de consumidores más amplio que el de sus amigos de generación.

El artista que siga aferrado a las limosnas que buenamente le den aquellos que “quieran apoyarlo” estará condenado a una minoría de edad que sólo se rebasa cuando se gestiona con éxito, además de con una buena propuesta estética, una autonomía económica.

El modelo del arte en un mercado tan enigmáticamente caprichoso y diverso como es el nacional ha de encontrar un camino de estandarización y diálogo con una sociedad polarizada, carente de recursos, que no sabe que no sabe en el mejor de los casos, o que sabe que no sabe y no quiere saber. Pero es ahí donde más se necesita la acción artística, la transformación, el activismo y la negociación entre el ideal y la realidad.

José Manuel Ruiz Regil

Analista cultural.

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