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miércoles, 27 de noviembre de 2013

Crítica:celebración del conocimiento o Para nombar el asombro

José Manuel Ruiz Regil, Gustavo Alatorre, Guillermo Vega Zaragoza y Juan Cú.

Al maestro Arrigo Cohen

El límite de tu lenguaje es el límite de tu  mundo

Wittgenstein


En una de sus clases en la Escuela de Escritores de la S.O.G.E.M. el maestro Arrigo Cohen, ese sabio medieval que jugaba a combinar palabras desvelando el significado de sus entrañas etimológicas, dio con el término crisis. Habló de cribar, cernir, separar elementos por su densidad para poder identificar de qué está hecho algo. De esta raíz (Krinein) deriva crítica, que significa el análisis o estudio de algo para poder emitir un juicio. De ahí también criterio, que es el razonamiento adecuado. Y si nos metemos en detalle el sufijo arium que indica lugar dónde, entenderemos entonces que es allí donde se ejerce la crítica, donde hay juicio, donde se separan los elementos constitutivos de ese algo para comprenderlo, apropiarlo y aprehenderlo. No para darle una categoría moral de bueno o malo, sino para conocerlo en su unicidad ética.

El desarrollo del pensamiento crítico nos permite transformar la indolencia en conciencia, la anestesia del sobre-estímulo en la aesthesis (sensación) necesaria para sabernos vivos, para darle sentido a las cosas, afrontar con el ojo de la razón el mundo caprichosamente subjetivo de la percepción, y conformar realidades a partir de un diálogo de códigos con los objetos, los sucesos, las ideas y sus autores.

Todo es signo y comunica. La vida es una sucesión constante de discursos personales, institucionales, oficiales, contraculturales, naturales y metafísicos que vamos montando sobre nuestra biografía, entreverando al espíritu en cada uno de ellos. –Aunque algunos pretendan desterrarlo del discurso en un pragmatismo estéril-.

Enfrentarse a la obra de arte es exponerse a una multiplicidad de discursos, la mayoría de las veces en crisis, es decir en ruptura con su línea genealógica, y dejar que el cerebro se reconfigure a partir de esta nueva experiencia. Se resistirá y buscará abrigo en las viejas formas. Identificará el lugar común y cómodo al que querrá aferrarse, pero la disciplina de la razón buscará un sitio donde ubicar esa nueva versión del mundo, tan única como posible, e irá directamente a incrementar el acervo de referencias individuales que hacen más grande el mundo de quien las apropia.




Entiendo que uno hace arte o se acerca al arte por dos razones, principalmente: para honrar la tradición, cultivar la memoria histórica y colectiva de los oficios; y para renovarla. Esta última intención entraña un riesgo muy grande. Por un lado supone el conocimiento del origen y su devenir, cosa que muchas veces sólo se la encomendamos al inconsciente colectivo, y no lo refrescamos con una investigación comprometida y la práctica de la técnica necesaria para intuir los puntos de quiebre, la inflexión histórica que hará el cambio, y solamente nos lanzamos a la creación pura con el valor que da la ignorancia, confiados en la chiripa del talento. Pero el arte también es una ciencia, es decir, una técnica cuya reflexión se va sofisticando en cada hallazgo: es la ciencia del misterio.

Cada poema (creación) es un nuevo crisol que evoca a la tradición y convoca hacia una posible revolución. En cada línea están contenidos los signos seminales del canto universal y la inminencia potencial de vocablos. La construcción de una sentencia anuncia la destrucción de un paradigma y la emergencia de un nuevo orden de cosas.

Acercarse a este proceso no puede ser sino fascinante. Desvelar sus enigmas, que en cada caso son distintos, es adentrarse en una cosmovisión particular a través de la evidencia de sus reglas, unas veces tácitas, otras intuidas; las más de las veces ininteligibles para la lógica formal, pero cuya observación minuciosa siempre recompensa con el rédito de la armonía, aún en el caos.

Dar cuenta de ello es toda una celebración. Es el testimonio de que uno ha salido avante del escollo, de que no sólo ha cruzado el pantano sin mancha, sino que se ha zambullido en él y ha vuelto a salir, con las manchas evidentes del aprendizaje y la experiencia, porque se ha vestido la piel totémica de otra sensibilidad que lo hace fuerte en comunión con ese otro ser que se duele, de diferente manera, pero se duele también de vivir, aún en el gozo.

Escribir sobre la escritura de otros puede convertirse en un trampantojo interminable si uno cae en el equívoco del canon y las categorías. Y eso es tan absurdo como querer guardar a cada ser humano dentro de una caja determinada que se llena o no según sus virtudes. La celebración, en cambio es cantar sus valores y decantar su esencia en una lectura personalizada que a su vez aporte vida al texto, sumándose el comentario a las experiencias que van conformando su aura, ese campo energético que Benjamin describió para la obra plástica como un espíritu único susceptible de perderse al momento de la reproducción, que no en la literatura, pues se guarda en los gramemas que la componen, como cajas del tiempo que explotan su carga al ser leídas, sin importar cuánto hayan permanecido en el silencio.

Escribir a partir de la experiencia estética de otro leguaje es evidenciar la literatura que de suyo existe en ese otro lenguaje como un discurso de pensamiento que se logra desentrañar a través del concepto. No siempre es posible. De hecho, la descripción verbal es apenas una sombra de lo que el sistema de signos gráficos propone, pero es algo; una manera de crear una vía de acceso inteligible; para nombrar el asombro. Si además de todo esto al texto se le mira más allá de un transporte de significados, y se le entiende también como un sistema gráfico, la carga semántica crece y entonces sí estamos hablando de verdadera poesía en el sentido generador que la raíz poiesis sugiere.  

De ahí que sentir sea pensar y pensar sentir lo que pasa frente a uno para sumar la voz al eco de voces que convoca la creación. Significar la mirada ajena al reconocer su reflejo, asir sus destellos de luz y habitar sus oquedades con oficio de espeleólogo, consciente de que en la oscuridad del silencio cualquier sonido se magnifica. Pero también cualquier brillo deslumbra. Hundirse en las entrañas de otra voz es una expedición al centro de uno mismo pero con los ojos de un lazarillo taciturno. Caminar así es un gran acto de amor.
José Manuel Ruiz Regil.

1 comentario:

Maldoror dijo...

Brillante y sensitivo, como siempre. Un abrazo José Manuel.