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martes, 7 de agosto de 2012

La familia Romanov en México*, por José Manuel Ruiz Regil



Entrada al museo de Antropología

A Guadalupe Verduzco, Mónica Stembok, Mónica Villaroel y María Eugenia Martínez, por iluminar el recorrido con la luz de su experiencia y conocimiento.
A la maestra Elva Macías
Al maestro Eraclio Zepeda

Una visita guiada a la exposición Zares. Arte y cultura del imperio Ruso, en el Museo de Antropología de la Ciudad de México fue la primera actividad del año para Amigos de Bellas Artes. La ciudad parecía tomar su segundo aire ese 5 de marzo cuando llegamos a la explanada. Esa loca desmemoriada que es la historia había puesto como edecanes, siluetas tamaño natural montadas sobre almas de hojalata, figurando la imagen de Pedro El grande, Catalina II, Aleksandra Fiodorovna, Nicolás I y otros miembros de la parentela Romanov, para darnos la bienvenida con pequeñas leyendas referentes a su papel dentro del ajedrez de destinos, o haciendo sugerencias de seguridad y buena conducta para facilitar la convivencia entre los asistentes.

 Nicolás Romanov
Esta exposición reunió más de 500 piezas que hablan de diversos aspectos de la vida cotidiana de la clase gobernante rusa entre los siglos XVII y XIX, período en que la familia Romanov se constituyó como una dinastía, y entre otras aficiones se distinguió por su constante empeño en adquirir obras de arte realizadas por creadores de diferentes partes del mundo, así como por el apoyo económico que brindaron a las causas culturales. Decían que "lo mejor del arte debía estar con la mejor familia del mundo".
Se formaron cuatro grupos de 15 a 20 personas y comenzó el recorrido a cargo de esas sacerdotisas de Virgilio que son las guías del museo. La muestra distribuida en cuatro salas expone joyas de oro, plata y diamantes, óleos de gran formato, dibujos litográficos, esculturas de bronce y madera, piezas religiosas de la Iglesia Ortodoxa, servicios de mesa, carruajes, indumentaria y demás artículos personales que usaron los zares y zarinas.

Trineo
   
La primera sala es un homenaje al compositor Igor Stravinsky, por lo que lleva el título de su obra más divulgada La Consagración de la Primavera. En ella pudimos ver el trineo de Alejandra niña y apreciar el gélido paisaje del norte asiático a través de un par de ventanas digitales que repetían ad infinitum el ir y venir de la chiquilla jalada en su carruaje por caballos. Ahí mismo conocimos el horno tan preciado que en aquellas latitudes mantenía el calor de las habitaciones.
La sala  Verano, habla de la figura del Zar y muestra la larga gestión del poder que ejerció la familia Romanov hasta convertirse en una dinastía. En ella encontramos bellos iconos y piezas de orfebrería de finísima factura.  Otoño está centrada en la vida de Pablo I. En ella pudimos darnos cuenta de su talla, no sólo como estadista o artesano, sino como hombre de más de 2 mts. de estatura. Hablando de moda, él promovió el cambio de la imagen del líder tradicional vestido de kaftán y barba patriarcal por un fino bigote recortado e indumentaria occidentalizada, sin perder la evocación de los textiles propios de la región.

 Pedro I
Invierno da cuenta de las etapas encabezadas por Alejandro III y Nicolás II. En ella son abundantes las pinturas, los retratos y otras pieza. Llama la atención el retrato de Catalina II en que se aprecia el diamante Orlov insertado en su cetro imperial. 

Catalina  II.

Es orgullo de los curadores decir que en esta muestra se incluyen tres cuadros de la escuela italiana de pintura. Hay que admirar la intensidad de los colores, los contrastes de luz y la perfección en el trazo de estas obras de arte absolutamente apropiadas por el mecenas. ¿Sabrá alguien el nombre de los pintores, o eran acaso meros obreros que vendían su firma por unas cuantas monedas? En un muro junto a la puerta me llamó la atención un cuadro de aspecto moderno que representa objetos de uso cotidiano sostenidos en la pared por unas cuerdas y clavos.  La técnica anticipaba la escuela realista de los años 30 en E.U., mas la cédula fechaba la obra en el siglo XVIII, aunque omitía el nombre del autor. Más adelante, y en vitrina especial se mostraba una colección de los famosos huevos de pascua, diseñados por Fabergé.

 Huevos de Fabergé.
 A decir del curador  ruso Vyashelav Sedorov "Es una exposición muy compleja y completa, incluso por la disposición de las salas. No quisiera acentuar algunas piezas sobre otras, porque para nosotros todas son algo único. Además, en el montaje no se dividieron los conceptos de estética e historia, en algunos casos se acentúa algunos de los dos, pero siempre están equilibrados". Hay que tomar en cuenta que estas piezas son sólo una pequeña muestra de las más de 3 millones de piezas que alberga El antiguo Palacio de Invierno.
Esta muestra llega a México en reciprocidad a la colección que envió este país en el 2000 al museo del Eritage, titulada, México, ciudad de Dioses. Como dato curioso se sabe que el Director del Instituto Nacional de Antropología e Historia,  Alfonso de María y Campos, aclaró que la reciprocidad en el intercambio de exposiciones significa que no se pagó por los derechos, sino únicamente por el traslado, los seguros y el montaje de las obras. "Ya con el apoyo de los patrocinadores, la muestra costó unos 25 millones de pesos". 

 Familia Romanov.
Al terminar el recorrido fuimos invitados al coctel patrocinado por vinos L.A. Cetto, con bocadillos exquisitos de La Escuela Mundial de Gastronomía. Caminamos hacia uno de los extremos del museo, junto a la representación de juego de pelota iluminada con esas luces ámbar que dan al follaje cierta teatralidad, y compartimos la experiencia bajo una carpa blanca a la luz de la luna creciente. En ese corrillo se encontraban directivos de la Asociación, amigos e invitados entre los que se notó la presencia siempre entusiasta de la Dra. Marina Saez, la amabilidad de Ricardo Cortizo, coordinador de Relaciones públicas de ABA, el Lic. Armando Carrillo, así como el narrador Eraclio Zepeda y la poeta Elva Macías, para quienes la exposición fue como un recorrido por un álbum de familia, pues compartieron años en Moscú, donde nació su hija. Además, se dice que hay grandes afinidades entre la cultura eslava y la nacional. Las copas de Cetto darían para más, pero hubo que tomar un taxi y volver a casa. Sin embargo, el anecdotario del maestro Zepeda encontró el momento ideal de la conversación para narrar un episodio de la vida del General Santana, cuando fue preso en Texas por el coronel Adams, y compartió con él un pedazo de goma de mascar. El resto de la historia ya la saben.

*Este texto fue publicado en la Revista de la Asociación de Amigos de Bellas Artes.

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