Como yo,
muchos más tuvieron la suerte de que les regalaran un boleto para el Lunario,
aunque fuera al diez para la hora, o se lo ganaran llamando a Horizonte Jazz o
a Monitor, en la mañana. Como yo, esos muchos tampoco tenían idea de quién era
el conjunto que iban a escuchar. La única garantía para los amantes de la
música era su origen: Colombia. El nombre de la agrupación: Puerto Candelaria.
Otros pudieron ver las entrevistas en canal once y veintidós, y percibir en los
integrantes de la banda esa frescura que da el saberse poseedor de unas raíces
tan vastas que alcanzan para abarcar el mundo, y transformarlo -sin echar de
menos el pasaporte de osadía que da la veintena y una buena formación.
Primera vez en el Lunario
también. Me habían recomendado pedir una cubita y llevármela leve todo el
concierto. A las nueve en punto aparecieron tecladista, trompeta, guitarra y
percusión, destaco este último, por el toque acústico que aporta en medio de las
secuencias y patrones electrónicos que soportan el performance; sin hacer a un
lado la marcial sensualidad de la hermosa Ann Marie, quien parece guardar una
higiénica relación técnico-afectiva con las congas, los bongoes, el triángulo,
platillos y campanas tubulares. Una especie de Lounge cuasi-meditativo con
pinceladas Funk, es Señor Mandril.
Colombianos también, pero no la sal de la noche.
Después de un espacio que
me sirvió para dar un sorbo a mi bebida y acercarme a saludar a unas amigas que
vi sentarse en primera fila –de las que no sabían qué iban a oir, como yo-, de
pronto, unos ataques percusivos interrumpieron nuestra sorpresa, imponiéndose
con una contundencia radical. Volví a mi lugar y en menos de dos compases me di
cuenta de la magnífica propuesta instrumental de los Candelarios. Ocho músicos
magistralmente ensamblados por la dirección del maestro en composición Juancho
Valencia, virtuoso tecladista de 24 años, jugaban, dialogaban, diríase,
albureaban, en una suerte de “a la vío vío cargada de... “ Samba, Rumba,
Cumbia, Chu cu chú, Son, Merengue, y hasta Reguetón, como plataformas de una
narrativa Macondoniana que permite giros circenses, dando a sus temas una
teatralidad que doblega al público de inmediato.
Conocedores profundos de
sus raíces rítmicas, armónicas y anecdóticas, Juan Diego Juancho Valencia, José
Tobón, Juan Fernando Montoya, Juan Guillermo Aguilar, Eduardo González,
Cristian Ríos, Juan Felipe Arango y Gabriel Jaime Vallejo desplegaban su paleta
de sonidos, pintando cuadros pueblerinos, callejones, espacios tuguriales,
cachonderías, así como un excelente
anti-homenaje al North America Style con pinceladas Gershwinianas.
Tema tras otro el humor,
la cadencia de los ritmos salpicados de guiños histriónicos, hacen de su
presentación un ir y venir de sensaciones cómplices, a través del disfrute y
reconocimiento de atmósferas surrealistas, que cobijan a los pueblos
latinoamericanos como una sola bandera.
Una mezcla de travesura,
etnomusicografía y sketch son los ingredientes de esta juguetería sonora que
enriquece la escena del jazz con una propuesta candente que pone los colores
azul, rojo y amarillo en el pentagrama global.
Se puede acceder a una muestra de su música
en mp3 en www.puertocandelaria.com También hay fotos e información sobre la
trayectoria de cada uno de los músicos.
Me despido escuchando un
fragmento de “Porro Lateral” que es como ver bailar a una marioneta con forma
de calaquita borracha celebrando el día
de muertos.
Hasta la próxima.
*Texto publicado en la Galería urbana del 1 de mayo del 2007
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