Acaté las prescripciones presidenciales que invitaban a no
asistir a las plazas previendo embotellamientos y empellones, y me quedé en
casa viendo al mismo tiempo dos canales en la televisión. Una transmisión
conducida por la Adelita del canal de las doncellas y el Sr. López, el de los
lentes; y otra, a cargo del mostacho
vengador del periodismo de mercado, Javier Alatorre, a quien acompañaba –oh
sorpresa- un nuevo talento Azteca, cuya presencia sembró expectativas
frustradas en mí, por su reconocida capacidad crítica y crónica: Pablo
Boullosa. Sin embargo, pocas fueron las líneas que dejaron libre la opinión del
literato, que obró como una suerte de patiño en el autoelogio mediático.
Grande también fue la decepción al escuchar la narración del
locutor de moda, que a ratos parecía querer hacer un ejercicio de autocrítica,
pero una especie de superyó corporativo actuaba de brida ideológica y no lo
dejaba. -Esta noche tenemos que ser
felices. Nos merecemos esta fiesta. Qué maravilla, y otras linduras
aplicables también a la descripción fútil de cualquier otro evento de luz y
sonido. -Tenemos que bailar al ritmo de
esta música como lo hacen las torres virtuales de la catedral. Y toda esa
sarta de sandeces que se dicen cuando uno tiene que llenar tiempo al aire y no
puede ejercer una crítica profunda porque le cuesta la chamba.
Caray, decía yo, al menos ahorita que se tire un petardito
crítico Pablito, de esos que sólo algunos captan y no lo hacen quedar mal. Mi
tristeza fue mayor cuando ocupó los últimos segundos para salir de su sonrisa
de dummie publicitario bajo la cual se mordía culposamente la lengua –espero-
para repetir la última frase del guión que le asignaron: ¡Feliz cumpleaños,
México!. No, ese fue el acabose. ¿Qué está pasando con la clase intelectual?,
me reclamé a mí mismo. Me consolé pensando que de algo hay que comer.
No perderé tiempo en describir el desborde de merengue y
brillantinas que derramaron sobre la arquitectura virreinal que conforman los
principales edificios que rodean el zócalo capitalino, pues quien lea este
recado, mensaje, opinión, berrinche, como le quieran llamar, tendrá en su mente
el carnaval sincrético de símbolos patrios y folklorismos étnicos en que se
convirtió la plaza de la constitución; un delicioso licuado de amnesia
neoliberal.
Ya en los cuadros
alegóricos se anunciaba el tinte espectacular que seguiría la fiesta, una vez
cumplidas las formalidades de “El grito”, al que por esta ocasión se le añadió,
nomás para justificar la propaganda, “vivan los cien años de la revolución”.
Dando por sentada la calidad de ejecución de los performances, en cuanto a
coordinación, desempeño de los bailarines y oportunidad de los efectos, queda
reconocer que Vuela México, danza aérea, fue para mi gusto la propuesta más
bella y profunda. Un despliegue de acrobacia que enaltece el espíritu e invita
al esfuerzo colectivo. Pienso que fue el menos apreciado. Sobretodo, por el
rosario de interjecciones de Adela, quien lejos de acompañar los simbolismos
con una reflexión metafórica se detuvo a alabar el esfuerzo gimnástico de los
ejecutantes, y la calidad de la malla que los soportaba.
El árbol de la vida de Friedeman no esconde su influencia
broadwayana y se edifica a partir de fragmentos descontextualizados de la
historia del Cem Anahuac hasta el México contemporáneo, pasando por la visión
comercial que el gabacho tiene del nacional. Charros con guitarrones y
trompetas, a la manera en que Disney retrató a Pepe Carioca y sus compinches.
Franca promiscuidad histórica para lograr conjuntar en una sola pieza todo lo
que es y ha sido este territorio atribulado, a lo que Boullosa subtituló
atinadamente con una referencia Paziana : “un árbol bien plantado, mas danzante”
(Pedra del sol). Comentario que pasó como ripio ante la ausente réplica de
Javier.
El coloso que
representa al insurgente por antonomasia, no es más que un plagio –homenaje,
dice el eufemismo-de la efigie de Michael Jackson en Moscú, y todo lo demás son
salpicones de pólvora y verbena de utilería para que el pueblo olvide que
nuestro México independiente es hoy uno de los países más dependientes y menos
autosuficientes, y el mayor productor de muertos de los últimos años.
Mientras Quetzalcoatl serpentea en la catedral y en todas
las plazas de la República se derrama alcohol en memoria de Hidalgo, esperemos
que la cruda realidad no nos importune demasiado. Al menos no tanto como a los
más de 50 millones de pobres que también quieren festejar. Y de hecho lo hacen.
Total, estando cercados por tan bella realidad de cartón piedra, puede ser que
hasta desaparezcan. ¡Viva México!
HÉROES DE ESTAMBRE (y luego porqué confundimos la historia)
-¿Hola, chula? -¿Quién yo? -No le estaré hablando a la
banderita de junto, verdad? -¿Y usté quién es? -¿No me reconoce, mi alma? –Pos
ora que lo dice… se parece mucho a…. ¡al cura de Dolores que inició la Guerra
de Independencia! –Véngase pa ´cá, que si
se abre mucho la van a comprar estos curiosos ignorantes, y luego no voy
a tener con quién platicar. -Pero ¿Qué no lo habían fusilado y puesto su cabeza
en la esquina de la alhóndiga de granaditas? –Eso dice la historia. La verdad
es que todo fue un truco para hacerle creer a la plebe que habían acabado con
uno de los líderes del movimiento insurgente, pero en realidad los ordenanzas
de Felipe VII me ofrecieron una buena lana a cambio de dejar las cosas ahí, y
me jubilaron en las islas Filipinas donde morí de viejo, rodeado de nativas que
satisfacían mis más perversos deseos noche y día.–Ah, como a Mouriño ¡Ay,
padre! –Sí. De casi todo un pueblo. (rie a carcajadas) ¿Y usted qué hace aquí
colgada junto a los héroes de la independencia, si más bien parece una Adelita?
¿No se le hace que está fuera de temporada? –Yo represento a la mujer
revolucionaria, la que sin ella los de la bola no hubieran sobrevivido. Pero con
esto del marketing político, pues ya ve, sale más barato promover dos eventos
históricos por el precio de uno. –No pos
eso sí. Estos políticos modernos se comportan más como estrellas de rock que
como servidores públicos. Lo único que les interesa es la taquilla. Y ya nos ve
a usté y a mí, el padre de la patria, vueltos unos monigotes de borra y
estambre para ser colgados en el espejo retrovisor de un coche. Qué ironía. Ni
por eso miran atrás con verdad. Mire nomás. Al menos a usté sí le pusieron
cuerpo (la mira con lascivia) y qué cuerpo… - Estése, que de la cintura pa´bajo
soy de unicel. –Como sea los dos convivimos en este carrito bicentenario, aunque
sea por unas horas. Usté celebrando los cien años de su revolufia y yo como
avatar de un país que no acaba de nacer. Ambos mezclados en el tráfago de la
propaganda, confundiendo nuestras luchas, nuestras vestimentas, nuestros
nombres, pero eso sí ambos envueltos, como el niño héroe involuntario, en la
bandera tricolor. -¿Usté también cree que lo de Juan Escutia es puro cuento?
–Pos… de eso hablamos luego, niña. -Ay, qué bonito habla usted, don Miguel.
–Mike, que estamos en confianza, ¿o no?. – Habla usted como un libro. Qué caray, como sea usted y yo ya pasamos a la
historia, estamos más allá del bien y del mal. Lo peor que nos puede pasar es
que nos compren para regalar a un escuincle regordete que quiera fusionar los
hechos en la figura de usted y de mí, y luego nos despanzurre cuando se aburra de
su identidad y nos cambie por el Señor cara de papa.-¡Cuidado, Don Miguel, que
se lo llevan! –Que me hables de tú, chula? –¿Pos agárrate, Mike, que ya nos
están regateando y nos llevan juntos!
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