Nada más ajeno a la idea de “no estudiar” que dedicarse al arte. A menos de que lo que se busque sea comprarlo. Para ello, basta la asesoría de un buen art dealer y una chequera dispuesta. Pero no es este perfil de individuo quien toma al arte como coartada para justificar su ignorancia, sino uno más pretencioso.
Aquel que piensa –o cree pensar, porque a pensar también se aprende- que el aparentemente distendido y glamoroso mundo del arte está esperando ver sus garabatos mono o policromáticos, sus balbuceos gramaticales, sus chirridos polifónicos o sus estrépitos convulsivos (peor aun si se desnuda) sin pedirle sus credenciales de ciudadano del mundo, habitante del tiempo o cernidor de la estulticia mercantil, en la garita de las tesis perpetuas.
Al artista le interesa todo. O una sola cosa en todas sus dimensiones. El arte es la síntesis de la evolución hasta estos días en un lenguaje que no nace todavía. ¿Cómo, entonces, supone alguien que huye de la formalidad o de la obligación de un plan de estudios universitario, o azaroso, pero orgánico e inspirado, que accederá a los elementos que le permitirán crear el nuevo código?
Claro que en todas las épocas hay genios. Pero, ¿no resulta una contrariedad saberse genio y afianzarse analfabeta funcional so pretexto del talento? Para quienes estamos en la media de la estadística estudiar, investigar, preguntar, equivocarnos, pensar, callarse, rumiar, discutir; y al hacerlo, sorprendernos, maravillarnos, subyugarnos por la magnificencia del concepto es y ha sido, en gran medida, la forma de crear conocimiento. Por supuesto que no es la única manera. Y que incluso esta vía de acceso al conocimiento –información- podría inhibir el talento. Pero solo si se sabe que se tiene. Lo cual sugiere, desde esa perspectiva, que quien es consciente de ello no puede más que dedicarse a nutrirlo a través del ejercicio de su disciplina técnica y teórica, la cual renace en cada intención.
Algunos habrá que por intuición descubran la calidad de sus habilidades; otros, lo harán por accidente, o por necesidad desarrollarán ciertos talentos. Lo cierto es que llevar estos impulsos primigenios a la construcción de un lenguaje con el que indagar el pasado, encarar el presente y vaticinar el futuro; y no solo eso, sino convertirlo en escudo de batalla de la vida diaria exige mucho más que divertidas ocurrencias o chispazos de creatividad ramplona apantalla-bobos –Aunque esta última hay que saberla administrar.
El pretenso artista de hoy no puede, no debe o no debería querer convertirse en un “maldito” tardío, para esconder sus tendencias Emo cholesterol free, o embrutecerse en el ahogo del tinto inteligente, con la ilusión puberta de violar a las musas, o erigirse octavo jinete del apocalípsis; sino adoptar la fuerza espiritual que le permita transitar su noche oscura y llegar al albor de su renacimiento con el dominio de su sombra para administrarla en un emprendedurismo estético, muy cercano al de la industria automotriz que cada año emite modelos nuevos.
Por ello quien quiere evitar la tesis final de una carrera universitaria, debería ver aquello como ejercicio de párvulos, pues entregarse al sagrado arte de sentir-pensar la realidad tangible y la realidad imaginada, no es sino el principio de una línea de producción de tesis únicas en el tiempo que se mezclan en la tómbola azarosa de la historia de la humanidad.
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