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miércoles, 2 de febrero de 2011

Efecto Hansel-web y el Alzheimer virtual Por José Manuel Ruiz Regil


He denominado Efecto Hansel-web al hecho de publicar aquí y allá, en diversos sitios dentro de la red (blogs, redes sociales, páginas) opiniones, textos, o comentarios, denuncias, réplicas, citas, “posts”, etc. con plena conciencia de que a la postre, esa será la única manera en que los autodenominados biógrafos podrán recuperar el trabajo de quienes no alcanzaron la fama o notoriedad pública que pudiera colocar su nombre en las marquesinas de la historia, y tener una idea de su paso por este mundo y por el ciberespacio, que se parece tanto a la eternidad.
Así como Hansel y Gretel en el cuento de los Hermanos Grimm, van dejando primero piedras para volver a casa, y luego pan, el cibernauta creativo de estos días se apercibe de la misma manera, ya sea consciente o inconscientemente. Antes de que las computadoras fueran la más íntima compañía de las personas, los escritores dejaban evidencia de sus días en cajones destartalados llenos de hojas al garete, o en legajos bien clasificados que a su muerte algún familiar celoso, amigo cercano o amante en turno podía rescatar de la rapiña para darles justo acomodo en un libro antológico, cuando no eran donados a algún museo, biblioteca o institución que valorara la herencia patrimonial.
Hoy, que el orfeón no tiene cupo para tantos creadores anónimos; para los miles de trabajadores de la letra que no hallan, o no buscan, un cajón desastre donde asomarse a saludar a un tímido lector, siquiera; para los obreros de las ideas; los renegados del silencio, correligionarios de la fraternidad del punto y coma; y que el costo de autofinanciar un proyecto editorial aleja las posibilidades de realización (paradójicamente a la capacidad técnica que brinda la época), están las innumerables páginas públicas, ávidas de retroalimentación; los foros de yahoo, el facebook, tweetter, hi5 y cuanto chismógrafo electrónico se pueda uno imaginar: los clubes virtuales de cualquier disciplina que se nos ocurra o práctica, fobia o filia multidenominada eufemísticamente para  destacar sus valores postmodernos, neovanguardistas o protomilenaristas.
Están los grupos de cualquier superstición en turno y es ahí, donde uno puede insertar sus opiniones, textos o propuestas, en tanto encuentran un paradero más tradicional, políticamente correcto o económicamente redituable.
Así opera el efecto Hansel-web, convirtiendo a cada una de estas intervenciones en migajas de pan que el hipotético fan de la posteridad, el representante del futuro, irá recogiendo para desandar el camino que el autor empecinado en revelarse ha ido creando en su paso por el ancho valle de la invisibilidad.
Sin embargo, un leviatán acecha a la puerta. El fantasma del plagio. Ya no digamos el plagio entre particulares que supone acreditarse la autoría intelectual de alguna frase o texto, sino la que puede ostentar el sitio o compañías dueñas del sitio donde se publica. Más aún, la entidad de la red, fragmentada en infinidad de portales que capturan el pensamiento de la humanidad y pueden usufructuar sus valores.
Ante esta paranoia podremos pensar que el día de mañana tendremos que pagar derechos de autor por usar nuestras propias ideas, en el mejor de los casos. ¿Por qué en el mejor? Porque al parecer tampoco existe la manera de respaldar toda esta información como solía hacerse antes en  papel. ¿Qué será de las revistas electrónicas y el sinfín de archivos electrónicos que se perderán, incluso, dentro de los millones de computadoras cuya obsolescencia programada les destina no más de 3 años de vida?
Algunos prevén que esto significará echar a la basura la información de una generación completa (10 años de la historia de la humanidad perdidos). ¿Cómo van, entonces, nuestros textos a volver a casa de la memoria histórica, si el Alzheimer virtual amenaza con comerse nuestras migas?




2 comentarios:

Anónimo dijo...

La respuesta a tu pregunta final quizás no tenga cabida en un mundo automatizado y cibernético. Y si preguntas cuál es esa respuesta, en realidad no lo sé pues cada vez estoy más convencida de que la memoria electrónica tiene irremediable fecha de caducidad. Ilusamente quisiera pensar que la solución sería volcar en papel todos aquellos textos que, como éste, quedan incrustados en el frío ciberespacio, pero el cada vez mayor desinterés por la lectura tradicional le convierte en una respuesta irrisoria. Al final de cuentas, todo aquél que plasma su sentir en los engañosos nichos de Internet está destinado a toparse con la bruja malvada que le arrojará al horno encendido.

José Manuel Ruiz Regil dijo...

Gracias por tu comentario, Quimera. Escalofriante tu conclusión. Y como la vida misma, aún sabiendo que vamos a morir nos empeñamos en vivir de la mejor manera, escribiendo y publicando.