"Querido lector"
Querría criticar las campañas de fomento a la lectura que han pululado en televisión, prensa, revistas y espectaculares en la Ciudad de México, pero pensándolo bien, me ha parecido injusto hacer de ese esfuerzo -loable, aunque equivocado- una burla o una anti-campaña. Sólo me preguntaré: ¿Han servido de algo? ¿Más gente está interesada en leer, y si lee sobre qué temas lee y por qué?
De que se compran más libros no tengo duda. 10 mil millones de pesos al año es lo que genera la industria editorial mexicana, a pesar de que solo 46 personas de cada 100 que compran libros los leen (Milenio/negocios, Frida Lara. 10-09-17), y más de la mitad de lo editado son libros de texto y cursos de inglés.
Curiosamente, las razones que dan las personas para no leer son la falta de tiempo y el desinterés, y no el factor económico, necesariamente. Lo que demuestra que aunque no son tan buenos los mensajes, compramos más. Los libros se han convertido en un objeto de “status”, tanto intelectual como social. Pero los supuestos lectores, ¿irán más allá del desfloramiento del retractilado? (quitarles el celofán) Por eso quiero compartir mi punto de vista sobre el fenómeno de leer. Sí con doble e y acento prosódico en la segunda, como le dijo la niña mamona, esa, al Nuño.
Como publicista noto que, salvo la campaña de la librería Gandhi, que merece todos mis respetos, todas las demás parten de una estrategia prejuiciosa, institucionalista, que posiciona la lectura como una actividad snob, lejana a los intereses de la gente, y que es algo “cool” para los “millenians” o los “hipsters” que, por cierto, consumen más e-books que libros de papel. Promover la imagen de un tipo leyendo es para algunos atractivo, “sexy”; pero para la mayoría, es aburrido. Recomendar leer 20 minutos al día es como sugerir tomar 2 litros de agua, hacer 15 minutos de jogging, o usar condón; comer frutas y verduras: una actividad sana. Además, los libros están tan caros que para decidirse a comprar uno se tienen que descartar muchos otros títulos deseables.
Siempre que veo alguien con un libro en la mano me fijo qué tan avanzado va en su lectura. Por lo regular compruebo que no han pasado de las primeras páginas. Y resuelvo que esa persona no es un lector consuetudinario, sino que lee porque “hay que leer. Leer es bueno”. Se lo dijo el sistema. Ahora resulta que una pulsión ética se ha convertido en una moralina. No deja de ser una aproximación frívola de algo que resulta tan íntimo y personal como hacer el amor.
El problema es que se ha visto al libro como un fin y no como un medio. Claro que el libro-objeto (arte) puede ser un fin en sí mismo. Pero aquí quiero hablar específicamente del instrumento transmisor de información. Del conocimiento ya ni hablamos, pues ese sucede en el lector, al procesar la información con su experiencia (pensar). El libro es el trámite burocrático por el que hay que pasar para saber, saber que se sabe y qué no se sabe; la carretera que hay que recorrer para encontrar el destino. Entonces el tema es saber qué se quiere saber y dónde encontrarlo. Hay que generar problemas, discusiones, historias de casos que remitan a autores, temas, lugares, situaciones que lleven a leer una novela para poder hablar de sus valores literarios; a conocer la obra de Montaigne para hablar de todo o exaltar su habilidad de observación. Elevar el nivel de las conversaciones del reporte de las actividades domésticas al intercambio de ideas, a la discusión, el debate y, ¿por qué no? llegar a conclusiones que deriven en la creación de un nuevo conocimiento. Innovación. Cultivar ese bagaje será, entonces, como platicar que en el camino te paraste a comer en un restorán, y luego en una gasolinera, y que pasaste la noche en un motel y al día siguiente acampaste a cielo abierto.
Vuelvo a la metáfora del amor. Cuando se lleva una vida sexual activa, gozosa y feliz, se nota en el rostro, en el brillo de los ojos, en el ritmo de hacer las cosas, en la disposición proactiva hacia la vida, en el buen humor y en la forma en que se afrontan las catástrofes. Nada importa demasiado, si uno goza de lo trascendental. Y no hace falta exhibirse ante todos en el acto, sino que esa experiencia se vuelve privada e íntima; es como un alimento único que nutre el alma y el espíritu; hay pudor, privacidad. La lectura es así.
Al respecto del pudor en la lectura hemos tenido que trasponer las puertas de la intimidad para hacerlo masivo, por razones que le competen más a la mercadotecnia que al conocimiento. Y es porque en las conversaciones ya no sucede ese encuentro secreto entre las personas que comparten experiencias de lectura como para no caer en la vulgaridad de la cita bibliográfica, sino en el guiño de un concepto, un autor, algún pasaje, una frase como la de “are you talking to me?” o “el amor que no se atreve a decir su nombre”. La educación no es homogénea, y eso hace que la seducción de las ideas no permee igual a todos. Quizás ahora eso pase más con las películas, aunque el individualismo colectivo lo atomiza todo*.
Si hacemos eso, ¿qué más da comprar un libro usado en vez de uno nuevo, si además, podemos ahorrarnos unos pesos; pedirlo prestado o sacarlo de la biblioteca? Las librerías de nuevo sólo venden libros nuevos. Difícilmente vamos a encontrar textos que no estén de moda, a menos de que sean lecturas escolares, clásicos o novedades. Hay una enorme cantidad de textos a los que uno puede llegar si sigue la ruta de su curiosidad, no la del mercado. Un libro lleva a otro. Y para eso están las librerías de viejo, llenas de historias de historias. (Sí. lo dije bien) Y en esos espacios mágicos, que parecen saturadas panzas de bajeles, lo importante es no perder la brújula de los saberes, y el sabor de la intuición.
Lo ideal sería tener una variedad de intereses que nos lleven a buscar la información, por lo regular contenida en un libro del tema. Por eso suponer o dar por hecho que a todos nos interesa la historia o los cuentos para niños es algo reduccionista y peligroso porque habrá personas con inquietud por otros temas más prácticos que se van a perder en el camino y dirán: Yo no soy muy afecto a la lectura. ¿Pues cómo, si la mayoría de esos esfuerzos están enfocados a promover la narrativa (novela, cuento) y la poesía, nada más (literatura). También están las biografías, los libros técnicos, los clásicos, los religiosos y esotéricos, los compendios de recetas, las instrucciones para armar un cohete o una bomba casera.
Si el objetivo de las campañas ha sido aumentar las ventas de las editoriales, van muy bien. Pero si éste es acercar a los lectores a escribir su historia de autoconocimiento y despegue de sus potencialidades, no vamos por buen camino.
Leer es lo de menos. Lo importante es estar interesado en un tema, tener curiosidad, necesidad, hambre de saber. Por falta de todo esto fracasan las materias de español, literatura e historia en las escuelas. Porque no parecen tener una aplicación práctica en la vida cotidiana. ¿Qué le va a aportar el Mester de Clerecía a un chavo de quince años cuando lo que le interesa más bien está en la exquisita narrativa de Arturo Perez Reverte en La reina del sur? Los libros nos revelan, sobretodo, y cada vez más, todo aquello que nos falta por saber. Y ahí está el enganche. Por eso es una aventura personal, no escrita, sin reglas, mas que la honestidad del “querido lector” al que dirigió sus palabras el maldito poeta, Baudelaire.
José Manuel Ruiz Regil
Poeta, publicista y analista cultural.
3 comentarios:
Es una gozada leer un texto reflexivo, a la vez desafiante, como si me lo estuvieras contando en un cafecito o en la sala de mi casa.
Cuando se escribe bien, con experiencia y oficio como tú lo haces, la lectura es eso: una gozada, una gozadera
Gracias por tu texto. Coincido con el comentario anterior. Te abrazo.
Gracias por tu texto. Coincido con el comentario anterior. Te abrazo.
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