Agradezco mucho cuando una expresión artística, un evento estético, un choque fortuito con la belleza me recuerda que estoy vivo: me dan ganas de escribir y compartir lo que veo. Es el caso de la pintura del hidalguense José María Martínez en la exposición que inauguró Aldama Fine Art el 17 de de mayo y que estará abierta hasta el 30 de junio de 2017.
La luz de la sombra es un excelente título para esta reunión de piezas, para mi gusto inquietantes, por lo simbólico y lo aparentemente sencillas que son. Lo primero que me inquieta es este personaje un poco mago, un poco payaso y un poco muerte, vestido de overol azul, saco de terciopelo rojo cereza, sombrero de copa cuando adulto y plano cuando niño y máscara de pájaro, que bien puede evocar las máscaras que usaban los médicos en la edad media o a las mascaradas italianas del siglo XVIII. En todo caso su misterio es macabro frente al resto del atuendo. El enigma cumple con ensombrecer la luz de un rostro, supuestamente sonriente detrás de esa nariz aguileña y larga -la más desconfiable de todas las formas, según el estudio de las fisonomías-, a la vez que ilumina, con una personalidad anónima o neutra las sombras del rostro que cubre.
En la pieza icónica -Mi hermano-, esta suerte de mimo-ilusionista aparece una rosa y la suspende en el aire, despetalándose. ¿Qué es una rosa roja aparecida por las manos enguantadas de un ilusionista? ¿Alude, acaso, a la ilusión del amor, de la belleza, de la permanencia; de los valores que creemos eternos, y este nigromante nos los pone en un limbo blanco para socavar nuestra ingenuidad?
La luz de la sombra también sugiere una lectura positiva de las cosas; es decir, hallarle el lado amable a la vida. Llama la atención que este anacronismo urbano, resabio del siglo XIX, aparezca cómodamente en escenarios rurales bastante simples. Tan simples como tierra, horizonte y cielo (azul y beige), sin otro código que un respaldo de color claro, simple, casi transparente, que resalta al primer plano el objeto pintado.
Piezas como El aguador, Camino a la Ciudad de México, Niño con acordeón, Contador de historias, parecen narrar momentos de la odisea del migrante del campo a la ciudad; pero también un proceso de maduración simbólica: de la niñez a la adultez, del placer al dolor, de la ilusión a la magia, considerada ésta como maestría, conocimiento.
Encuentro una relación entre el niño con acordeón y La muerte, o La muerte chiquita, pues el niño extiende los brazos a los lados igual que el ave las alas para ser retratada. El niño carga un instrumento musical que da voz a sus sentimientos y lo acompaña en la travesía hacia la ciudad, como el canto característico del ave.
Creo que hay una clave interpretativa en Caradura, aquella pintura donde el objeto representado es un cráneo que pende de un tallo de rosa y en el hueco de la nariz aparece una bola de payaso. Es su “memento mori” con gran humor negro, y la alusión a la rosa que por muy bella y vibrante que haya sido en su plenitud, acabará por morir. Así la sonrisa, la felicidad, que es efímera.
En otra sección de la muestra encontramos piezas de formato más pequeño y gran exquisitez estilística, pintadas quizás con pinceles de un solo pelo. Es el caso de Nido, Aires de primavera, donde la similitud cromática del objeto representado y el fondo lo abraza y lo muestra al mismo tiempo, transmitiendo tranquilidad, reposo, calma. Es el caso también de Mujer pájaro o la Hechicera donde el único contraste de color entre el cuerpo claro, desnudo, rosado, y el entorno blanco, casi transparente, como la máscara que esconde la identidad femenina, es la negra cabellera.
La serie Tu Tlacoyo, con su erotismo implícito, Los alimentos, Tuna, son una exposición del dominio técnico y perfección dibujística, como los dibujos en grafito y lápiz azul. Es el caso de Mujer Pájaro-Jaguar, en la que Martínez recompone, a través de la anatomía femenina, la fuerza de nuestras raíces y la ambivalencia de los símbolos, pues el personaje está de espaldas y trae la máscara hacia atrás, escondiendo doblemente el rostro de la mujer. En Alicia encontramos una prefiguración de la anciana mata-conejos que vemos posteriormente con gran colorido y fondo azul. El sacrificio anunciado del conejo asomado en la chistera sobre la silla es la culminación de la vida en la ancianidad: tiempo cumplido. Muerte al mito de Carrol.
La exposición cierra con una pieza por demás emblemática, Luz tibia, en la que se integran las figuras del niño con acordeón montado en un burrito y el aguador, un personaje trajeado con sombrero y máscara de pájaro que, por decirlo de manera burda, tiene sed en medio de la fuente; símbolo de la insatisfacción constante, en una composición onírica que completa el discurso estético. ¿Acaso el sueño del niño que se aventura a lo desconocido; sed de saber, sed de ser?
Aquí pueden ver el magnífico catálogo que como siempre ha editado Aldama Fine Art para esta muestra.
José Manuel Ruiz Regil
Poeta y analista cultural
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