En una plática casual con un artista plástico me decía que
después de treinta años de trabajo y más de ciento cincuenta exposiciones por
todo el mundo lo único que quiere es encerrarse en su estudio a pintar, y tener
dos o tres personas que se dediquen a vender su obra. Ese deseo es legítimo si ya
tienes un mercado y tu obra se vende como pan caliente, o has encontrado la
estacionalidad con la que tus
compradores sustenten tus periodos productivos. Si no es así, seguramente es
porque cuentas con una fuente de ingresos para cubrir los honorarios de tus
vendedores, ya sea a través de un fondo familiar, un ahorro muy profuso, una renta
asegurada o negocio propio que deje lo
suficiente como para invertir; una pensión, un sueldo o una beca, como bien
señala Zaíd en Dinero para la cultura, que son las fuentes más viables de
ingreso para un artista, porque de otro modo sólo es un sueño guajiro de una
vedette del siglo pasado que sigue aferrada al idilio del creador en su torre
de marfil.
¡Maestro! Ya el poeta Nicanor Parra con su anti-poesía había
vaticinado el descenso de los poetas del Olimpo. Bienvenido al siglo XXI. Hoy, si un artista, de la disciplina que sea,
no es favorecido por el rayo dorado de CONACULTA, o pertenece a un círculo
socio-económico que lo consuma o cuenta con los contactos suficientes para
exportar su trabajo y vender su imagen como académico o conferencista de talla
internacional, o tiene la suerte del loco del tarot y una solaridad a prueba de
crisis, que donde se pare vende, tiene que asumir que la suerte no está de su
lado y sumarse al ejército de trabajadores de la subsistencia para pagar sus
cuentas, y con lo que quede ejercer su oficio.
Esa es la cuota que paga el
talento en un país donde todo está al revés; donde se valora la forma antes que
el fondo, donde la basura es paraíso y la ignorancia reina sobre las ideas;
donde pensar, es delito y el arte y la cultura son mero entretenimiento, que si
no es gratuito ofende.
Pero pasemos del negligé a la estrategia: un artista
verdadero habla de las cosas del mundo, está inmerso en la problemática social
y la critica, si no es que es factor de cambio él mismo. Un artista
comprometido con su poética ha de llevar su voz a todas partes, encontrando los
caminos más innovadores para lograr sus resultados. Un artista contemporáneo,
es decir, de estos tiempos, tiene también una vis empresarial necesaria. Sabe
distinguir su etapa creativa de su fase administrativa, ha de encontrar las más
bellas abstracciones lo mismo que diseñar la logística práctica de cómo colocar
su producto estético en un mercado; crear el mercado, si es necesario; conocer
a sus clientes, saber sus necesidades y reflejarlas en su obra. Salir de la
auto-referencia y asumir el liderazgo
filosófico que tanto se ha reblandecido en los últimos años, en aras
autocomplacientes y divescas.
Un artista de verdad es líder y empresario de su propia
obra, bien lo haga de manera independiente o se alíe a promotores, se asocie
con otros artistas o se sume a algún grupo o empresa que lo represente, porque
hoy la celularidad se está convirtiendo en tejido. Como diría León Felipe: o
vamos todos juntos o no va nadie. Es hora de empezar a trabajar en equipos
multidisciplinarios que den respuesta y propuesta ante los sobre-estimulados
consumidores potenciales de arte; esos buscadores de experiencias extremas
cautivos de los medios tradicionales de comunicación.
Por ello el trabajo del artista debe ser más fuerte y más
profundo, para trascender el inmediatismo y hacer de la experiencia estética no
solo un hábito, sino una necesidad, para que sea vista también como una
inversión, no como un gasto.
“…y no estoy dispuesto
a poner un solo peso para promover mi obra” –me decía, muy orgulloso de su
postura. Pues a menos de que encuentre en la lagunilla la codiciada lámpara
maravillosa de Aladino, y luego de frotarla, le aparezca el mecenas –digo,
genio- no veo cómo podrá acceder a los
espacios necesarios de promoción y penetración que le ofrecerán mayores
posibilidades de posicionamiento en un grupo de consumidores más amplio que el
de sus amigos de generación.
El artista que siga aferrado a las limosnas que buenamente
le den aquellos que “quieran apoyarlo” estará condenado a una minoría de edad
que sólo se rebasa cuando se gestiona con éxito, además de con una buena propuesta
estética, una autonomía económica.
El modelo del arte en un mercado tan enigmáticamente
caprichoso y diverso como es el nacional ha de encontrar un camino de
estandarización y diálogo con una sociedad polarizada, carente de recursos, que
no sabe que no sabe en el mejor de los casos, o que sabe que no sabe y no
quiere saber. Pero es ahí donde más se necesita la acción artística, la
transformación, el activismo y la negociación entre el ideal y la realidad.
José Manuel Ruiz Regil
Analista cultural.
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