El 11 de abril se estrenó en el Teatro
El granero Espinen, una obra que
cuestiona la objetividad de la realidad a través de la convivencia cotidiana de
un grupo de internos en un psiquiátrico de los cuales el espectador va
conociendo poco a poco su historia, a medida que transcurre el tiempo. No
porque la cuenten, sino por la abstracción que del lenguaje de cada uno se
desprende, y de los pequeños elementos que conforman sus gestos, manías y
obsesiones.
La efectividad del manejo de los campos semánticos que plantea cada
uno logra conectar con un aparente discurso lógico que acaba por confundir la
frontera entre la locura y la lucidez, pues a pesar del entrecruce de
patologías, pervive en cada uno de ellos una fidelidad ética que quizás ya se
ha perdido en el jardín de los sanos.
Las actuaciones de Mahalat Sánchez,
Héctor Hugo Peña, Duane Cochran y Lazúa Larios, dirigidas por Dana Stella
Aguilar, en una producción de Luz Marina Arcos son de una precisión ejecucional de impactante verosimilitud. La
inclusión de Martha Moreyra al violín como personaje-coromusical también es un
acierto escénico que refresca la puesta y da un guiño de humor. La
participación especial de Miguel Morales en la producción de los videos que interactúan
con la escenografía a manera de video mapping es una innovación que brinda
nuevas texturas a la puesta. Y la eficiente tropicalización chilanga hecha por Maja Schnellman y Pedro Altamirano honra la
dramaturgia original de Sabine Wen-Chi Wang quien escribió esta obra en Alemán.
¿Estamos frente a la versión posmoderna de Esperando a Godot?
José Manuel Ruiz Regil
Analista cultural
arteduro.dealers@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario