Fetuses para la obra: Luna Xatli Forero Núñez
Editado por VersodestierrO
Cascar áspero canto. Desde el título, línea tomada del
poema Definición de labores, la autora se acompaña de una sonoridad que marca acentos
al ritmo de esta pieza literaria que se convierte en un instrumento de medición
del tiempo, a manera de reloj checador -cacofónica a veces, aliterada otras-, y
lleva celoso registro del espacio que un jornalero pasa en el taller. Ejemplos de este recurso se encuentran en “Érase que se era su negación en el discurso/
su semántica de semen/ su savia salival”. O “-Demeter extasiada—/y la tierra se derrama en frutos/ pertenece a su
antigua permanencia/ permanece en su eterna pertenencia”.
Obrera lectora- obrera poeta ¿cuánto
tiempo pasas frente a la máquina del lenguaje para hacerla verdaderamente
productiva, y que sus objetos no sean sólo producción en serie, sino piezas
únicas de revelación? Bárbara Oaxaca responde
a esta pregunta con hechos declarándose adivina, arqueóloga, curiosa insaciable
de la palabra y sus misterios, de la vida, pues como dice en Edicto “Todo habla de sí. Todo dice cosas”. O
en la instancia tercera de Invocación en horas de oficina: “Palpar
la vida… como todo lo que ama en demasía/inaugurarse en ella como la primera vez/como
un neonato absorto en su sonrisa/abandonarse a su fiebre de pájaros y flores/.”
Sólo así se podrá entonces.”Tocar la muerte tan súbita en su helada mansedumbre”. “Decir qué tal
como se reza un epitafio”.
Planteando este itinerario cronológico
de acuerdo a un día de labores en el que se definen los turnos, se negocian horas
extras y en el que además se da tiempo para el amor (“El síndrome de ti es un sabotaje a la cordura/ no se diga a la arteria
coronaria”), la intimidad (“Una
mujer desnuda solo es tal/ en la otra desnudez que el ojo inventa), y el
cotilleo (“Humo de cigarrillo es el
incienso femenino”) la autora asume, como oficiante de esta tradición, que
por más que quiera trascender el cristal del vaso que la aclara está Gorostianamente
a sí misma condenada, sitiada en su epidermis. Y eso no obsta para darse por
vencida sino al contrario, alegar con la palabra que “Nada es si no se nombra con el tacto”... “La carne es landa de
palpable geología:/el tacto, su certeza dialectal”. A partir de ahí su compromiso
kinestésico desvela las máquinas y canta el sudor musculoso del minero con palabras
que percuten los oficios, que apuntalan los trabajos sobre la herramienta y el
papel, que inciden en el registro puntual de las tareas monótonas y repetitivas,
esenciales para que el engranaje del mundo continúe su paso. “Sólo así prosigue la danza planetaria” como
remata el poema Medio turno.
En este museo humano que huele a
soldadura autógena, herrería y grasa nos topamos con mesas de trabajo,
transportes, manivelas, soportes, engranes, manijas, palancas, metales, limas, huellas,
cigarrillos, oquedades grabadas por el tiempo y la repetición, y parece que las
cosas cantan voluntades, al grado de “querer
tener la consistencia de una soga de prolipropileno” para ceñir “la cintura del amado con nudo de canasta bajo sus propias normas de
seguridad e higiene”.
Esta travesía en el tiempo se parece mucho al viaje del
héroe. Quizás por ello la poeta evoque a estos híbridos del espíritu, mitad
dioses mitad mortales o asimile al obrero como un Jonás posmoderno que habita
el vientre de una ballena de acero. Habla de Lilith, de Ariadna, de Teseo y
Démeter, todos ellos trampolines eufemísticos que catapultan las acciones del
presente y dignifican al individuo detrás de la carcasa, vocalizando linajes
para desgranar el canto áspero del choque de metales ordinario. Sin embargo, al
referirse al dios patrono de todos ellos, sospechosamente lo disminuye
llamándolo menor y lo pone a dar traspiés sobre los elementos terrenales como
un Lázaro recién levantado, inexperto en las lides de la vida frente a la
maestría del artesano mortal. Cifra su esperanza salvífica en el Joven obrero al
que retrata con una dignidad posmoderna al mezclar las herramientas de la
parafernalia mitológica con los útiles de oficio. “Un niño apenas con su carcaj de cuero/y el destornillador/y la pinza/y
el cuchillo floreciendo” para darle la voz a las manos en Minero ““En el
instante de lo no creado/tus manos se conjugan: nacen palabra”.
Cascar áspero canto pregunta a las palabras para expresar
el jornal, pero también al silencio, a la inacción, a las máquinas inertes, a
los despojos del trabajo. “La bestia
desmayada/amasijo de acero cuajado a débil contraluz/vientre estéril/silente
contemplación sin tiempo”. En la instancia VI de Invocación en horas de oficina
dice “¿Si no había rumbo para qué tanto camino, tanta huella?”
Después de todo parece que la
invitación al diálogo con la historia y con las cosas está en ese verso de
Trovar clus al que epitafia con líneas de otro inmortal del canto, Efraín
Bartolomé, para decir “Conversemos/nombremos el discurso de la brisa/charlemos
como charla el mar con sus gaviotas.
Este ejercicio poético de digna altura
vuelve la mirada a lo ordinario, a la rutina, a eterno repetido para reconocer
las esquirlas de un trabajo de vulcano cuyo grito surge desde el fondo de la
tierra cuando en la resignificación de una maternidad creativa bárbaramente
Bárbara testimonia en el poema Madre “Esta
tarde fui fértil de palabras/primípara del aire/gestante del silencio/y volé”.
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