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domingo, 29 de julio de 2012

Cáscaras, cantar cascado, cascarada, cantarina, caricanto,por José Manuel Ruiz Regil

 Fetuses para la obra: Luna Xatli Forero Núñez
Editado por VersodestierrO

Cascar áspero canto. Desde el título, línea tomada del poema Definición de labores, la autora se acompaña de una sonoridad que marca acentos al ritmo de esta pieza literaria que se convierte en un instrumento de medición del tiempo, a manera de reloj checador -cacofónica a veces, aliterada otras-, y lleva celoso registro del espacio que un jornalero pasa en el taller.  Ejemplos de este recurso se encuentran en “Érase que se era su negación en el discurso/ su semántica de semen/ su savia salival”. O “-Demeter extasiada—/y la tierra se derrama en frutos/ pertenece a su antigua permanencia/ permanece en su eterna pertenencia”.
Obrera lectora- obrera poeta ¿cuánto tiempo pasas frente a la máquina del lenguaje para hacerla verdaderamente productiva, y que sus objetos no sean sólo producción en serie, sino piezas únicas de revelación?  Bárbara Oaxaca responde a esta pregunta con hechos declarándose adivina, arqueóloga, curiosa insaciable de la palabra y sus misterios, de la vida, pues como dice en Edicto “Todo habla de sí. Todo dice cosas”. O en la instancia tercera de Invocación en horas de oficina:  “Palpar la vida… como todo lo que ama en demasía/inaugurarse en ella como la primera vez/como un neonato absorto en su sonrisa/abandonarse a su fiebre de pájaros y flores/.” Sólo así se podrá entonces.”Tocar la muerte tan súbita en su helada mansedumbre”. “Decir qué tal como se reza un epitafio”.

Planteando este itinerario cronológico de acuerdo a un día de labores en el que se definen los turnos, se negocian horas extras y en el que además se da tiempo para el amor (El síndrome de ti es un sabotaje a la cordura/ no se diga a la arteria coronaria”), la intimidad (“Una mujer desnuda solo es tal/ en la otra desnudez que el ojo inventa), y el cotilleo (“Humo de cigarrillo es el incienso femenino”) la autora asume, como oficiante de esta tradición, que por más que quiera trascender el cristal del vaso que la aclara está Gorostianamente a sí misma condenada, sitiada en su epidermis. Y eso no obsta para darse por vencida sino al contrario, alegar con la palabra que “Nada es si no se nombra con el tacto”... “La carne es landa de palpable geología:/el tacto, su certeza dialectal”. A partir de ahí su compromiso kinestésico desvela las máquinas y canta el sudor musculoso del minero con palabras que percuten los oficios, que apuntalan los trabajos sobre la herramienta y el papel, que inciden en el registro puntual de las tareas monótonas y repetitivas, esenciales para que el engranaje del mundo continúe su paso. “Sólo así prosigue la danza planetaria” como remata el poema Medio turno.

En este museo humano que huele a soldadura autógena, herrería y grasa nos topamos con mesas de trabajo, transportes, manivelas, soportes, engranes, manijas, palancas, metales, limas, huellas, cigarrillos, oquedades grabadas por el tiempo y la repetición, y parece que las cosas cantan voluntades, al grado de “querer tener la consistencia de una soga de  prolipropileno para ceñir “la cintura del amado con nudo de canasta bajo sus propias normas de seguridad e higiene”.

Esta travesía en el tiempo se parece mucho al viaje del héroe. Quizás por ello la poeta evoque a estos híbridos del espíritu, mitad dioses mitad mortales o asimile al obrero como un Jonás posmoderno que habita el vientre de una ballena de acero. Habla de Lilith, de Ariadna, de Teseo y Démeter, todos ellos trampolines eufemísticos que catapultan las acciones del presente y dignifican al individuo detrás de la carcasa, vocalizando linajes para desgranar el canto áspero del choque de metales ordinario. Sin embargo, al referirse al dios patrono de todos ellos, sospechosamente lo disminuye llamándolo menor y lo pone a dar traspiés sobre los elementos terrenales como un Lázaro recién levantado, inexperto en las lides de la vida frente a la maestría del artesano mortal. Cifra su esperanza salvífica en el Joven obrero al que retrata con una dignidad posmoderna al mezclar las herramientas de la parafernalia mitológica con los útiles de oficio. “Un niño apenas con su carcaj de cuero/y el destornillador/y la pinza/y el cuchillo floreciendo” para darle la voz a las manos en Minero ““En el instante de lo no creado/tus manos se conjugan: nacen palabra”.
Cascar áspero canto pregunta a las palabras para expresar el jornal, pero también al silencio, a la inacción, a las máquinas inertes, a los despojos del trabajo. “La bestia desmayada/amasijo de acero cuajado a débil contraluz/vientre estéril/silente contemplación sin tiempo”. En la instancia VI de Invocación en horas de oficina dice “¿Si no había rumbo para qué tanto camino, tanta huella?”
Después de todo parece que la invitación al diálogo con la historia y con las cosas está en ese verso de Trovar clus al que epitafia con líneas de otro inmortal del canto, Efraín Bartolomé, para decir “Conversemos/nombremos el discurso de la brisa/charlemos como charla el mar con sus gaviotas.

Este ejercicio poético de digna altura vuelve la mirada a lo ordinario, a la rutina, a eterno repetido para reconocer las esquirlas de un trabajo de vulcano cuyo grito surge desde el fondo de la tierra cuando en la resignificación de una maternidad creativa bárbaramente Bárbara testimonia en el poema Madre “Esta tarde fui fértil de palabras/primípara del aire/gestante del silencio/y volé”.

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