Para Rosa María Vargas
y Claudia López Vargas
en memoria del General Juan Bautista Vargas
Arreola.
Se erguía tanto como su orgullo y
altura física se lo permitían –que era bastante para uno de su especie-;
caminaba pesada y ceremoniosamente por la casa luciendo con orgullo la medalla
de oro que se ponía en el ojo. Los
demás, retábamos sus pasos con brincos, arañazos y aspavientos que esquivaba
con maestría legendaria. Ni uno solo de nuestros golpes le hacía mella. Sus
piernas eran dos enormes troncos que avanzaban sin titubeo alguno hasta el
final del pasillo. Sus brazos nos servían de puentes que escalábamos con gran
habilidad para acceder lo más cerca que se podía de la cara, ansiosos de
arrebatarle el dorado galardón con el que acicateaba nuestra pequeñez. Hasta
que oíamos el grito definitivo que nos declaraba la guerra a toda costa:
-Carmen, ¿andas por ahí?. Ante esa amenaza, desaparecíamos en un instante.
Entonces, el gigante con el ojo de oro reía a carcajadas y repartía su alegría
entre la prole infantil con migajitas de a centavo para cada quien.
1 comentario:
cuando llamó a Carmen, fue su esposa, o carmen su hija
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