Las palabras son peligrosas. Detonan escenarios que no siempre se habitan. Nombran personajes imposibles. Su sonido deja huella que no se difumina con el ruido. Antes de nacerlas hay que callárselas bien. Hacer un mazacote de vocablos y enterrarlo a los piés de un roble viejo para que se fortalezcan. Exhumarlas y ponerlas al sol. Y cuando se hayan casi, pulverizado, volverlas a tragar para pronunciarlas en silencio, y puedan sentirse apenas como arenisca o brisa, si es que llevan llanto y su música silbe como suena un recuerdo que nunca se ha tenido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario