Tan pronto vi la nota en el periódico, me lancé a la Sala Miguel Covarrubias. Minutos antes de las seis sólo quedaban lugares en el segundo piso. Caras conocidas, gente del medio artístico, cultural y diplomático mirando hacia todos lados y dejándose ver en el estreno de “Don Pasquale”, de Gaetano Donizetti, puesta en escena de José Antonio Morales.
El mismo grupito de predilectos y amigos de los amigos, que en cada presentación se saludan y quedan de verse a la salida; los que entran con influencias y los beneficiados del azar, y también los aficionados que se hacen un lugar por el puro gusto de honrar uno de los espectáculos interdisciplinarios con más posibilidades dentro del arte contemporáneo: La ópera.
Una exquisita combinación de música de concierto, teatro, danza, literatura, artes plásticas y multimedia, que busca llegar a un público más amplio, a través de montajes que vivifiquen las preocupaciones de los grandes autores universales, conservando sus elementos más ricos y nutriéndolos con nuevos lenguajes.
Una enorme pantalla-telón reproduce la composición intervenida de “Le Liberateur” de René Magritte. Enormes cortinajes pautados se recogen a ambos lados de la imagen. Inicia la orquesta Filarmonía con el tema principal de la última obra en su género (Opera buffa) - lo que hoy sería una comedia de enredos grave-. El personaje principal, Don Pasquale (Bajo-Charles Oppenheim), es burlado por un astuto rufián (El Dottor Malatesta/ Barítono-Josué Cerón) sacando provecho de su ingenuidad y raboverdismo. Este utiliza los encantos de su hermana (Norina /Soprano- Rebeca Olvera) en colusión de su buen amigo y sobrino del patrone (Ernesto /Tenor-Javier Camarena), hasta llegar al descaro Maquiavélico que no esconde su ambición.
La acción se desarrolla tan ágil como un recitativo lo permite. Las arias entrelazadas acentúan las emociones que van experimentando los personajes a lo largo de la historia, con intervenciones en conjunto y duetos tan complicados como efectivos e hilarantes. La escenografía, elegantemente sencilla - por no utilizar el choteado término minimalista- dialoga con algunos elementos surrealistas, a los que se integran detalles de tecnología urbana (mensajes de texto y correo electrónico), y acentúan el tono fársico del libreto con una frescura que deleita la pupila y alimenta el discurso estético.
La dirección musical de Rodrigo Macías logra un bello ensamble entre actores en escena y los mantos orquestales del subsuelo.
Uno puede experimentar sentimientos que van desde la compasión del iluso carcamal que fantasea consumar su pasión con la joven embustera, hasta la solidaridad perversa que sana al bribón que todos llevamos dentro, pasando por la masoquista posibilidad de ver de lejos a la hembra dominadora, sin ser su víctima, o correr la suerte del sobrino quien parece que lo pierde todo y finalmente sale beneficiado por conveniencia.
En este banquete polifónico, cada elemento aparece revelando su sustancia, sin adornos excesivos ni falsas pretensiones, actores, música, arte y público, todo está en su punto.
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