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domingo, 3 de abril de 2011

Réplicas bastardas. Se ve mal vs. No hay de otra Por José Manuel Ruiz Regil


“En un estado fallido, el hombre libre es criminal”
JMRR
La campaña cinematográfica contra el consumo de películas pirata me parece desatinada, acomplejada y moralista, además de inoperante. Es frívolamente ingenua –como lo es su público objetivo (arribistas clasemedieros)- si pretende que a través del estigma social va a generar un cambio en los hábitos de consumo. ¿Qué, los auspiciantes no saben que el mexicano socialmente más pretencioso es el mismo que guarda para sí todas las miserias que no expone a los demás? ¿o es precisamente, porque lo sabe, que ataca ese motivador neural de la convivencia? El populacho al menos las acepta y hasta las exhibe impunemente. En ese cinismo excesivo crecen los niños, se hacen un lugar los adolescentes, se conforman los jóvenes, y se resignan los adultos. Repito: se con-forman los jóvenes.
¿Puede alguien a estas alturas de la impunidad distinguir entre un producto original y uno pirata, más allá de la distancia que les impone el precio? ¿Es real el valor de factura cuando el utilitarismo se ha impuesto por sobre las causas de los gremios, o el deleite del coleccionista exquisito, cada vez más escaso?
México, pirata por antonomasia, ha estado condenado a disfrazarse para sobrevivir, a imitar para reconocerse, a fingir para distinguirse, a simular para desconocerse, a aparentar para crecer, en fin, a suponer que es lo que se imagina que fue, y a emular aquello en lo que no podrá convertirse. En esta identidad anfibia nace y muere todos los días, con la esperanza de hallarse en una de esas con su verdadero rostro. Y en medio de esta lucha subterránea se disputa el pan con su semejante, el hombre fotostático en blanco y negro.
Orgullosos de una independencia formal, pagamos tributo a la dependencia real de los complejos de clase, del pasado mítico que no sale del códice, de la herida abierta aún de la conquista, y del compatriota moderno que no suelta todavía sus atavismos, convencido de que mariachi, tequila y fusca es sinónimo de patria, pero no atina entre defender al indio, restañar la efigie de Felipe VII o adorar a George Washington, ni a crear una identidad original, por lo que el resultado orgánico es la estafa como modus vivendi. Pero ese es otro tema. Volvamos a los clones y a las regalías.
Sabemos que muchos cineastas, músicos y creadores de diferentes disciplinas estarían felices de que su obra se difundiera aunque fuera como réplicas bastardas. Entre broma y no, hacer ese guiño es una auto-abyección que pretende vacunarse antes de ser infectado. Aquí planteo otra diferencia básica: las obras son para difundirse, los productos para venderse. Las unas no excluyen a los otros. Pero los otros pueden o no incluir a las unas.
¿Qué es lo que se clona cuando se “piratea” una obra intelectual? ¿Qué intereses se afectan o se benefician en uno y otro caso? Por supuesto que es deseable para un autor que genera una obra –no sólo un producto cultural- recibir a cambio remuneración como producto de su trabajo. Pero ante la censura o el castigo del “mainstream”, el propósito básico es la creación de lenguaje, la difusión de un pensamiento, la expresión de un universo individual, que por naturaleza no comparte los valores de la cultura de masas.
Por el contrario, en el caso de productos comerciales, que lo que buscan no es inseminar la duda, o dar luz sobre un problema determinado, sino entretener, distraer y favorecer el cronicidio, (matar el tiempo), la autopista del comercio es ancha y llena de luces. 
Es sabido el caso de muchos autores de culto cuyas obras han circulado en la sombra sólo porque su contenido ideológico no corresponde al del “stablishment”.
Y todavía se asume el hecho como un folklorismo místico del quehacer.
Una vez más surge la pregunta: ¿prohibir, vetar, excluir, soslayar de lo social o políticamente correcto una industria –como se ha hecho con el narco-; desalentar su mercado, garantiza su desaparición? ¿No hemos aprendido que esa estrategia sólo genera malestar, y un mayor deseo de posesión? Por eso pululan los “respaldos” –eufemismo de copias- de mucho material de gran calidad artística, que convierten al objeto de ínfimo valor práctico en un talismán de poder para quien lo posee. Pues a veces los riesgos que se corren para conseguirlo en el mercado negro son heroicos. Este trofeo entonces, se vuelve más codiciado que si se hubiera invertido en él una cifra millonaria en publicidad. 

¿Por qué criminalizar la diferencia en vez de diversificar la oferta y hacer crecer el mercado? La ecuación no es tan ingenua cuando la incógnita a despejar se llama NEGOCIO.
Los mensajes de la campaña “¿Qué le estás enseñando a tus hijos” no persiguen el objetivo de crear conciencia sobre el trabajo autoral o la situación de la industria cinematográfica. Ni siquiera exponen el daño que ésta práctica conlleva a la economía, ni educan sobre el consumo responsable, ni ofrecen nada a cambio que identifique al consumidor con el productor y genere una fidelidad basada en un beneficio mutuo, o que gane su simpatía. Al contrario, utiliza el más burdo chantaje moral, el que tiene a los hijos de por medio, la voz de la inocencia manipulable, para alimentar el sentimiento de culpa.
Resalta claramente que de lo que se acusa a los padres, entonces, no es de robar las regalías a los artistas, sino de cometer el imperdonable pecado de Lesa clasitud, pues lo primero que se lastima cuando en vez de llevar a casa un DVD en cajita brillante multicolor se lleva un disco en bolsa de celofán, es la pretensión tácita de parecer de la “high”, de ser “nice”. Porque por otro lado, es muy probable que dentro de la industria oficial o legal, se realicen más fraudes y robos y explotación a los artistas por parte de las compañías disqueras, representantes y distribuidores que lo que dejan de ganar por el supuesto pirataje.
Esta satanización que se hace de los productos pirata y de quienes los consumen es exagerada, mañosa e hipócrita. Se pretende mostrar un ambiente familiar idílico que se viene abajo porque uno de los individuos del grupo transgrede un orden moral: compra una película prohibida. El resto del grupo lo señala y castiga como producto de la decepción. Y lo que comenzó siendo una historia de buenas familias conviviendo en armonía, acaba siendo un santo tribunal, por un asunto que en la práctica es una reverenda trivialidad, cuando en esos mismos núcleos familiares es muy probable que existan muchos otros secretos de mayor trascendencia, y tal vez hasta muchas otras mentiras funcionales que si se ventilaran de la misma hipócrita manera, de seguro no dejarían títere con cabeza. Pero como atina a decir los cómicos de carpa en la última escena de la película de Jorge Fons, El Atentado, parafraseando al sumo pontífice de la simulación: “Haiga sido como haiga sido, shhhhh…. FADE OUT. (perdón por contarles el final).
De cualquier manera pienso que quien compra productos pirata –la mayoría de los mexicanos, pues son como los impuestos, lo hace a veces hasta sin querer-. No va a dejar de hacerlo porque le digan en el cine que “se ve mal”. Es más, me atrevo a suponer que la mayoría de las personas que van de vez en cuando a alguna sala de cine comercial, tienen en sus videotecas una subsección de réplicas que forma su pirateca. Y, seguramente, las muestran desenfadadamente a sus cómplices de confianza, igual que las esconden frente aquellos ante quienes se sienten menos valorados en la escala social.
Quien compra productos pirata, muy probablemente no sólo los consume, sino quizás, hasta los venda. ¿De qué están llenos si no, todos los puestos de los mercados sobre-ruedas que circulan por las delegaciones del D.F. dos o tres veces por semana? ¿Qué venden entonces los ambulantes que pueblan las desmejoradas entradas y salidas de las estaciones del metro? ¿No forman parte del paisaje urbano, ya? ¿Alguien se cuestiona si es moral o no, si se ve bien o mal comprar un chicle, una torta, una revista o un cd en alguno de esos tendidos?
“Se ve mal” Qué infantil y barato slogan. Está sustentado con palillos. Se necesitaría estar muy desconectado de la realidad para no mimetizarse en la escena del crimen cotidiano y no participar del delito que entraña circular por las calles del D.F. en cualquiera de sus modalidades (auto, bici, moto o a pie) ¿Qué es entonces si no el cabaret de la miseria que se presenta con puntual rigurosidad entre cada estación del metro? Si hasta parece que los tiples fueron a la misma escuela del pregón, que lo mismo les da anunciar la música más romántica que las pastillas de miel y eucalipto o el libro de chistes y el curso de inglés. 

Vivir y/o sobrevivir en esta dinámica es el pan de cada día en esta ciudad. No ser atrapado, burlar la autoridad, despreciarla, o bien ser la autoridad misma y aplicar la norma a discreción para favorecer a unos y someter a otros.
¿Quién se ha topado con un policía al que no se le note el gusto de haber capturado in fraganti al detenido? No se supone que en caso de delitos menores u omisiones de tránsito su labor es educar, prevenir, cuidar y proteger a la ciudadanía?
Pasar junto a una patrulla de tránsito convierte a cualquiera en sospechoso. ¿No tiene el ciudadano autoridad para denunciar la prepotencia y el patrullaje casi vandálico que ejercen algunos uniformados, muchas veces a bordo de carros oficiales que infringen metódicamente las mínimas y evidentes recomendaciones automovilísticas? no se diga en cuanto a la impunidad con la que recorren las calles, brincándose los semáforos, dándose vueltas prohibidas o invadiendo los carrilles de contraflujo innecesariamente, so pretexto de un “operativo”.
¿Quién se atreve a cuestionar semejante argumento? ¿Puede alguien señalar la diferencia entre un chofer de microbús y un patrullero sin uniforme ¿ A juzgar por sus actos y el cuidado de sus unidades no parece haber ninguna.
Caminar por Eje Central, sobretodo de Salto del agua hasta Donceles, y si se quiere un poco más allá, hasta Garibaldi, entraña un aprendizaje de técnicas de venta dignas de cualquier mercado Hindú. El que menos se para frente a uno y despliega su catálogo de productos patito, ofreciendo la opción más rápida y barata ¿Por qué comparar barato y chafa cuando se puede comprar a un precio competitivo y original? Porque hay algo en el alma del mexicano promedio que le dice al oído: “Antes de que te chinguen, chinga tú primero”. En lo más profundo del alma abajeña de un chilango hay un resquemor de haber sido chingado en algún momento. No sabemos cómo, ni cuando, ni por qué, ni quién. Quizás haya una respuesta en la conquista, (El laberinto de la soledad) pero ¿no sería momento de superar la anécdota ya? ¿Esa posible venganza, ese desquite histórico se lo tenemos que hacer saber a quien sea de la forma que se pueda? No importa el nivel educativo, moral, económico que se tenga. Siempre habrá una rendija por la cual se cuele ese veneno de resentimiento mestizo. Por eso en México lo que no es jodido es ostentoso. Y romper ese círculo entraña una guerra civil.
Si piensas que la piratería es una expresión aislada a todo lo anterior, entiendo que concibas una campaña ramplona como la que está al aire; si no, considerarás que la estrategia de comunicación es errada. Porque enfoca el problema del plagio intelectual en un punto del mapa que ni forma parte esencial del conflicto, ni su solución está en echarle más tierra al complejo fenómeno socio-cultural que significa gestarse, nacer, crecer y desarrollarse en un país que vive en crisis permanente. El ciudadano sólo responde ante la realidad que tiene enfrente. La moralidad de ayer atenta contra la sobrevivencia de hoy.
Estigmatizar al usuario o al consumidor y devaluarlo moralmente es un mecanismo tan infantil como las situaciones que retrata (muy simpáticas y con muy buena dirección escénica, eso sí. Y con ese tufillo de producción comercial evidenciado en los talentos y en el acento de los personajes).
Seguramente, apuesta a las lecciones de la miss. T.V. y espera que el salón de clases telenovelero compre también ese modelo, para usarlo como brazo de escarnio y control, mientras que el corazón del problema, mucho más relacionado con la legislación y un ejercicio judicial eficiente, sigue generando enormes dividendos para los líderes de grupos, sindicatos y asociaciones igualmente piratas, al margen de la ley e incluso en contubernio con quienes la representan.
Una vez más la ingenua clase media es carne de cañón. Sobre la hoguera de sus vanidades se levanta la cortina de humo que protege al crimen organizado del más alto nivel, desde el peón que saca las copias hasta el jefe de todos.
¿Sospecha alguien, acaso, que los miles de ambulantes que flanquean Palacio Nacional son entonces potenciales acarreados piratas que se disfrazan de comerciantes en tiempos de paz para desenmascarar su filiación política en tiempos de guerra electoral? Eso sí que se ve mal, ¿no?

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