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jueves, 29 de marzo de 2018

Muerte ladrona


    
 

No puedo creer que te hayas muerto, mi Leo.
Me faltas tanto,
me ausencias,
me huecas.
Me dueles en el corazón que me arreglaron
para soportar tu ida.


Recuerdo tu cuerpo preparado para lucir bajo el cristal
de tu ataúd, el día de tu velorio.
Pero tú ¿dónde estabas?
¿Quién entró a la casa de nuestra amistad,
al palacio de nuestra hermandad y violentó
tanto nuestras risas,
los quereres que se forman con los días y las horas?
¿Por qué demonios,
con qué derecho detuvieron de golpe tus latidos,
tus angustias,
tus dolores,
si apenas acababas de entender cómo vivirlos?
-o creías haberlo hecho-.


Muerte ladrona.
Escribo con el llanto en el gañote,
con el mareo del dolor inexplicable,
sin respuestas, lleno de dudas,
los ojos anhelantes, inundados
de rabias y preguntas.


¿Dónde estás, hermano?
mi siempre joven y hermoso Leyo.


Este calor de pensarte, de llorarte,
de saberte infinito y a la vez ennadecido;
minúsculo, reducido a los recuerdos,
que se agotan;
a las fantasías del “hubiera”,
al futuro inexistente del “si acaso”.

En unos días van a bautizar a tu hija,
la más pequeña,
catecúmena de 9 añitos.
Que su nombre la guíe por la senda
del saber y la plenitud.
(Sofía)
Quiere llevar tu nombre,
ser Ruiz, como tú y como yo, como la Nena y papá,
como mis abuelos y todos los tíos que no conocimos.


Ella no lo sabe así, todavía.
Al pedir tu nombre
reclama su herencia:
la bonhomía de mi padre, amparo infinito y eterno,
la risa fácil de Chava, su noble renuncia
para contemplar en la butaca de la vida
el espectáculo de sus quereres;
el amor a la música de su tatarabuelo Panchito,
el deleite de las palabras, la declamación y
la autonomía de la tía María;
la alegría y el gusto por la música del tío Pepón,
-que también yo heredé-.


Tenías mucho de papá.
Quizás fuiste tú
quien más recibió de su esencia.
Idealista, por un lado,
práctico, sociable y chabacano, por otro.
Querías con desesperación ser un patriarca, como él,
ejemplar.
Tuviste tus tiempos.
Te gustaba la familia.
Hiciste dos.
Las amaste en su tiempo,
desde tu hermosa contradicción bienintencionada.
Destruiste lo andado una vez;
anduviste lo destruído, otra y otra.



Ya son seis meses de tu partida, y aún
sigo esperando tu llamada,
con la ilusión de saber de ti,
-aunque llames del más allá,
haciendo sonar el windchime,
o trayendo chupamirtos que nos miran
de frente.


Lhasa te ve y juega contigo
en las madrugadas.
Yo confío en su intuición y sonrío.
Le doy una cucharada de azúcar
a la melancolía.


Amado Leo,
dejas tanto:
todo lo que no caminamos,
la música que no hicimos,
las risas que no gastamos,
el tiempo que nos separa.



Será más difícil administrar tu ausencia
que distribuir en carcajadas tu memoria.


jmrr

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