Elenco de ¿Quién teme a Virginia Woolf? |
“A pesar de todo, cada hombre mata lo que ama, Para cada
uno, oigan esto, Algunos lo hacen con una mirada amarga, Algunos con una
palabra adulatoria, El cobarde lo hace con un beso, ¡El hombre valiente con una
espada!”
― Oscar
Wilde, The Ballad of Reading Gaol and Other Poems
La libertad es esa tan querida, como sabe quien por ella da
la vida
Martha (Blanca
Guerra) y Jorge (Álvaro Guerrero) son una desgraciada pareja de mediana edad
que ha encontrado en el escarnio mutuo una razón para justificar su amor
perdido y cultivar el odio que los mantiene juntos como víctimas responsables
de su mutua frustración. Una noche después de una gran fiesta que ha dado el
padre de Martha, rector de la universidad donde han perdido sus ilusiones,
reciben after hours a una pareja de jóvenes, Nicolás (Sergio Bonilla) y
Linda (Adriana Llabrés).
Él biólogo; ella, rica heredera. El paralelismo de
historias entre las parejas, separadas únicamente por veinte años de tropiezos,
supone una suerte de espejo para los mayores, a la vez que profecía para los
incipientes trepadores sociales, víctimas de las veleidades de una Martha alcohólica
que pierde el pudor con facilidad –si es que lo tuviera- y busca cualquier coyuntura para envilecer la
existencia de su marido, al tiempo que él le revira sus insultos con un agudo
sarcasmo, generando entre ellos un juego de inteligencias donde la palabra es
la preciada moneda de cambio.
Las tensiones van aumentando a medida que corre
el alcohol hasta descubrir que este juego de abyecciones va a ir a parar, como
suerte de novatada, a los ingenuos aspirantes al sistema. Tímidos y acartonados
al principio, los jóvenes van cayendo poco a poco en esta espiral degradante de
la que, sin embargo, es posible, quizás, que se libren. No lo sabemos.
Jorge es un maestro de historia con una ética firme que se
contrapone a la ambición desmedida de Martha, quien se ha casado con él con la
esperanza de que pueda conquistar la posición de poder que debería heredar ella
por ser hija del rector, pero no puede “¿por ser mujer?” Esta
expectativa se frustra al tiempo que no les es posible tener familia. De tal
forma que Martha se ve encadenada en un calabozo oscuro de tiniebla en el que
no recibe la atención del padre, ni del hijo que pudo haber tenido.
Nicolás, traducción del Nick original, es una lumbrera
académica, profesor de biología, se ha casado con Linda a raíz de un embarazo
psicológico que no tuvo mayores consecuencias. Bella, joven y simplona, pero promete
ser la rica heredera de un “hombre de dios”.
¿Qué hay detrás de todos estos entretelones y misterios? ; ¿Dónde está la raíz de tanta
rabia, tristeza y coraje? ¿Qué nos lleva a la madurez arrastrando tantos miedos,
atavismos y ansiedades al grado de matar aquello que amamos; nuestras íntimas
ilusiones, los sueños más justos?
“Lloramos, lloramos
mucho los dos, todo el tiempo lloramos por dentro” -dice Martha en uno de sus parlamentos.. “y
guardamos las lágrimas en estos cubitos
de hielo que luego servimos en los vasos de alcohol que nos bebemos”.
¿Qué es lo que nos viene a decir a principios del siglo XXI
este dramaturgo estadounidense, homosexual, abandonado por sus padres
biológicos, poseedor de una franca profundidad en su argumentación capaz de
incomodar a toda una generación (la de los sesenta), y cultivar la tragedia
realista moderna como pocos?; ¿Qué relevancia tiene hoy la sola mención del
nombre de una de las escritoras más emblemáticas de la emancipación femenina?
Lo mismo que a principios del siglo XX, y a mediados. Porque la lucha por ser
persona, levantarse individuo ante la masa, construir un destino propio a
partir del reconocimiento y cultivo de los talentos personales a favor o en
contra de las tendencias sociales, sigue siendo amenazada cada día por la
cultura de la conveniencia y la comodidad.
¿Acaso las exigencias sociales, la moda, los prejuicios, las
inercias, las ideologías o la misma ignorancia
siguen oprimiendo tanto al individuo contemporáneo como para verse reflejado en
un cuadro trágico como el que aquí se presenta; o ya estamos viviendo los
estragos del siguiente paso?
¿Ya brincamos la cerca del autoritarismo y no sabemos qué
hacer con tanta libertad?; ¿Estamos abrumados ante la multiplicidad de opciones
que nos encajonan en un autismo defensivo y seguimos responsabilizando al otro
por aquello que podemos o no hacer?
¿Cuál es la respuesta correcta –efectiva-
ante una sociedad contradictoria que por un lado te invita a ser tú, libre,
único, y por otro discrimina las diferencias, reduce las oportunidades para
todo el que no se alinee al sistema económico-productivo imperante?
¿De dónde
el reclamo de tantas y tan emergentes minorías que luchan por sus derechos
básicos ante la inercia boba e insulsa de la uniformidad controlable? ¿Por qué
está tan de moda la discriminación positiva y ahora celebramos la moralidad,
cómplice del atraso y la cerrazón, con el eufemismo de lo políticamente
correcto?
La escalada femenina ha sido enorme. Sin embargo, hay
entreveradas, muchas facturas históricas pendientes que huelen a revancha, al
tiempo que cierta reticencia por perder del todo los privilegios que la minoría
de edad social reserva para quienes optan por seguir al amparo de la figura
masculina, dominante, llámese hombre, Estado, empresa, institución, logia o
cualquier entidad que represente una figura paternal de sujeción, incluso
mujer, lo que no es poco común en estos días.
La misma propuesta escénica en estos tiempos es una graciosa
impostura. Dentro de la cartelera donde la mayoría de las propuestas son
consideradas espectáculo suenan las alarmas. ¡SE HA COLADO TEATRO DE TEXTO EN
LA ESCENA! El tema rebasa –quisiera- la reflexión de género para abarcar a todo
individuo y confrontarlo con su realidad vocacional, sacudir el fuego de su
espíritu y salir del sonambulismo rutinario en el que lo único que se persigue
es dinero y poder –en el mejor de los casos-; cuando no al menos llegar a fin
de mes. “¿Quién teme a Virginia Woolf?”
El tono irónico que mantiene muy bien la traducción al
español chilango de Víctor Weinstock, especialista en la obra del dramaturgo
estadounidense, favorece este contacto con el público. Mantiene la intensidad
trágica y la ironía característica de la voz autoral sin perder de vista el
humor, los giros de lenguaje, inflexiones y profundidad de los argumentos que
son los que construyen, finalmente, ese espacio emocional propicio para la catarsis.
Utilizar el título de la obra con la tonadita de Los tres cochinitos
como un acento irónico que a la vez relaja la tensión es uno de los muchos
aciertos de la dirección de Daniel Veronese.
La homofonía del apellido Woolf
con la palabra lobo en inglés justifica la posibilidad del miedo ante la
presencia de todo aquello que representa el pensamiento de la autora de Un
cuarto propio, en el sentido de cuestionarnos si uno realmente estará
preparado para cuando llegue la hora de confrontarnos cara a cara con la verdad
desnuda, con nosotros mismos; con eso que en la intimidad rebasa lo
políticamente incorrecto para convertirse en
horrorosamente cierto, pues ¿habremos construido nuestra casa con la soberbia de la paja
que se abulta de ilusiones falsas, vicios, mentiras y apariencias; con la
humildad de la madera, que suele conformarse y flotar sobre las aguas en medio
de la tempestad; o con el sólido
ladrillo de la crítica y el trabajo comprometido que edifica una axiología fuera
del chantaje y el sometimiento vil?
La escenografía de Óscar Acosta no deja nada a la
imaginación. Reproduce el interior de una casa de dos pisos donde hay un sofá
al centro de la sala, una mesa baja en frente con unos libros desperdigados. Del
lado izquierdo del público una puerta corrediza que abre a los jardines de la
universidad, y del lado derecho el bar con botellas a medio vaciar y vasos de
la juerga anterior, junto a una puerta que conduce al baño y al interior de la
casa. Hacia el fondo y centro del foro está la puerta de entrada. A un lado un
enorme librero de piso a techo. Contiene algunas enciclopedias, libros sueltos,
legajos, espacios vacíos, junto a un clóset sin puerta del que cuelgan algunos
ganchos desaliñados donde las visitas habrán de colgar sus abrigos, y del otro
lado, detrás de un panel de cuadros traslúcidos, suben las escaleras a las
habitaciones.
El piso de madera resalta el realismo que el género exige y la
iluminación estable de Patricia Gutiérrez tiene pocos cambios. Los necesarios
para sugerir el paso del tiempo, apoyada también por una música, selección de
Edher corte, que devela las tensiones
escondidas en el silencio. Quiero pensar que la metáfora de los materiales con
que los cochinitos del cuento infantil construyen su casa está presente en varias
ocasiones, y se hace evidente también en los materiales con que ha sido lograda
esta ambientación.
La tragedia albeegoriana, término acuñado por Ruby Cohn en
los años setenta, se rinde ante el poder de la palabra. Es ahí donde sucede la
acción, en esos significantes, que a la vez crean la dimensión dramática. El
teatro sucede entre la escena y el espectador en la medida que sus emociones y
su conciencia son trastocados por el testimonio de los personajes. ¿Quién teme a Virginia Woolf? ¿Tú, yo, el
Estado, el orden trastocado de las cosas? La respuesta la ofrece Martha antes
del telón.
Esta obra clásica fue escrita originalmente en tres actos y
su primera representación fue en Nueva York en 1962, duró tres horas. Luego fue
llevada a la pantalla en 1966 interpretada por Richard Burton y Elizabeth
Taylor en una dirección de Mike Nichols, y ahora se presenta en una versión de
1 hora 50 minutos sin intermedio en el Foro Cultural Chapultepec, con una producción de Arturo Barba, Rodrigo Trujillo y Jacobo Nazar , producción ejecutiva de
Mar y Sol Rodríguez, del 4 de julio al 28 de septiembre de 2014.
José Manuel Ruiz Regil
Analista cultural
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