Italo Calvino. |
“Sólo después de haber conocido la superficie de las cosas –concluye- se puede uno animar a buscar lo que hay debajo. Pero la superficie de las cosas es inagotable”. Palomar (Italo Calvino)
Palomar, de Italo Calvino, editado por Siruela, es una
experiencia meditativa, toda vez que la observación detallada del narrador
sobre las cosas simples del mundo (una ola, un seno, una pareja de tortugas, un
mirlo, una parvada de estorninos, una iguana, una jirafa, un pedazo de queso,
el mármol ensangrentado, un gorila en el zoo) deconstruye una realidad asumida
que, por común, se desvanece como significado complejo. El ojo atento,
texturizado, filosófico del señor Palomar, devuelve al lector la conciencia de
que todo objeto en el mundo es un aleph,
en el sentido Borgiano del término, una llave maestra para entrar al universo,
donde todo está conectado; lo múltiple es uno y el uno se multiplica.
El libro se presenta como novela. Es quizás, un género
híbrido, sin embargo, en el que los límites de la descripción coquetean con el
relato y la meditación. Sin embargo, está dividido en tres grandes capítulos. Las
vacaciones de Palomar, Palomar en la ciudad, y los silencios de Palomar. Dentro
de ellos se encuentran otros subcapítulos que están divididos en niveles de intensidad
reflexiva, que a su vez están divididos en triadas: los 1 describen la
experiencia retinal de un suceso, un objeto, una partícula de mundo. Los 2 ahondan en elementos antropológicos,
culturales, eleva el lenguaje a experiencia estética y devela las palabras como
signos y símbolos. En los 3 profundiza en experiencias relativas al cosmos, a
la relación del yo con el universo; la trascendencia.
El ejercicio narrativo tiene mucho de poético, pues frente a la importancia que le da a la cosa observada resalta el lenguaje, las palabras como protagonistas de la acción verdadera; los signos como actores, incluso gráficos dentro de la hoja impresa. Lo que Octavio Paz vaticinaba desde los años sesenta, que la novela se nutriría de la poesía y que ésta conformaría extensas parrafadas difíciles de definir como prosa, en sus sentido lato. Ejemplo de ello es la magnificente prosa de intensidades que cultiva Alberto Ruy Sánchez. Calvino pertenece a este linaje de autores, donde están inscritos también, para mi gusto, Juan José Arreola, Alejandro Rossi, Ricardo Garibay, Marguerite Yourcenar, Ignacio Padilla, por mencionar algunos cuyo compromiso con los conceptos, las ideas y el lenguaje forma parte de un sistema estético, incluso visual, más allá del mero hecho efectivo de narrar.
En Un pecho desnudo, describe el dilema moral, psicológico, social, histórico que representa ubicar la mirada del narrador (hombre) ante el paso de una bañista que se asolea con el pecho descubierto. Y lo que pudo haber sido un acto insignificante se convierte en una sucesión de acciones en busca de la congruencia ética, al poner en juego los valores sociales, morales, estéticos y culturales en medio de los que se generan pensamientos como “…. Si no los miro (los senos) establezco una especie de corpiño mental entre mis ojos y ese pecho que por el vislumbre que de él me ha llegado desde los límites de mi campo visual me paree fresco y agradable de ver”.
Entonces decide regresar con otra actitud y…”consigue que los senos quedaran completamente absorbidos por el paisaje, y que mi mirada no pesara más que una gaviota o una merluza” –se dice. Pero no es suficiente, el súper yo o alguna estructura conciencial superior lo sigue confrontando y piensa: ¿No es aplastar a la persona humana al nivel de las cosas, considerarla un objeto, y lo que es peor, considerar objeto aquello que en la persona es específicamente del sexo femenino? ¿No estoy quizá, perpetuando la vieja costumbre de la supremacía masculina encallecida con los años en insolencia rutinaria?”. Vuelve a pasar queriendo corregir su actitud. “Ahora el pecho de la mujer entra en su campo visual, se nota una discontinuidad, una desviación, casi un escabullirse. La mirada avanza hasta rozar la piel tensa, se retrae, como apresando con un leve sobresalto la consistencia de la visión y el valor especial que adquiere, y por un momento se mantiene en mitad del aire, describiendo una curva que acompaña el relieve de los senos, desde cierta distancia, elusiva, pero también protectora, para reanudar después su curso como si no hubiera pasado nada”. Y como en un juego de espejos de peluquería su yo vuelve a confrontarlo “¿Pero este sobrevalorar de la mirada no podría a fin de cuentas entenderse como una actitud de superioridad, una depreciación de lo que los senos son y significan, un ponerlos en cierto modo aparte, al margen o entre paréntesis? Resulta que ahora vuelvo a relegar los senos a la penumbra, donde los han mantenido siglos de pudibundez sexomaníaca y de concupiscencia como pecado...”
Esta reflexión que Calvino pone en mente de Palomar, su
personaje, no es menor si la consideramos como una disquisición masculina ante
el mercado de la carne que la industria editorial y audiovisual ofrece cada vez
con más descaro; ante la cosificación de la mujer como mercancía. Es una reflexión ética necesaria, no moralista, que concilia
una visión cosmopolita, histórica y en concordancia con el ejercicio del placer
de ver.
De esta manera Calvino no solo posa los ojos si no pasa la
mirada atenta y hace de un movimiento mecánico un nuevo arte ritual extremo, en
el que si uno no está alerta puede resbalar; como si a la acción de caminar o
respirar la comenzáramos a diseccionar en sus partes para luego volverla a
armar.
En La espada de sol ofrece esta imagen poética: “La espada lo sigue, señalándolo como la aguja de un reloj cuyo perno es el sol.” Bellísimo. “Todo es reflejo entre reflejos, incluido yo”. Sin embargo la profundidad de la descripción y la asociación multidisciplinaria que ofrece por momentos roza la narrativa científica, incluyendo teorizaciones más cercanas a la física cuántica que a la literatura -aunque todo se relaciona. La voz narrativa oscila entre la primera y la tercera persona, sabiendo que en última instancia Palomar y el narrador son un alter ego del autor, y viceversa.
“Alzado también por la ola del motóscafo, envuelto en la
marea de escorias, el señor Palomar se siente de improviso como un despojo
entre despojos, cadáver revolcado en las playas-basureros de los
continentes-cementerios.”
Otro ejemplo del poder de sus imágenes es: En La contemplación de las estrellas dice, “el cielo oscuro es como el revés de los párpados surcado de fosfenos”. En La panza de la salamanquesa (reptil) hace una descripción tan puntual y detallada de la textura de la piel y la perfección de las manos que, atendiendo al valor de visibilidad que el mismo autor expone en Seis propuestas para el próximo milenio, es una lección narrativa. Veamos. “Lo más extraordinario son las patas, verdaderas manos de dedos suaves, todos yema, que apretadas contra el vidrio se adhieren con sus minúsculas ventosa: los cinco dedos se ensanchan como pétalos de florecitas en un dibujo infantil, y cuando una pata se mueve se recogen como una flor que se cierra, para volver después a estirarse y aplastarse contra el vidrio, haciendo aparecer estrías minúsculas semejantes a las de las huellas digitales”.
A propósito de la translucidez de la piel del animal, Palomar reflexiona: “Si todas las materias fueran transparentes, el suelo que nos sostiene, la envoltura que ciñe nuestros cuerpos, todo parecería no un aletear de velos impalpables, sino un averno de trituraciones e ingestiones"..."¿Cómo es el sueño de quien tiene ojos sin párpados?"
En La invasión de los
estorninos describe: “allí donde la compacidad de la bandada parece que está
por oscurecer el cielo, entre un ave y otra se abren vorágines de vacío”... “pero
basta que siga con la mirada una sola ave para que la disociación de los
elementos vuelva a tomar la delantera y entonces la corriente que lo
transportaba, la red que lo sostenía se disuelven, y el efecto es de vértigo en
la boca del estómago. “… “ Pero le basta con volver los ojos hacia otra zona del
cielo y allí se van concentrando, como cuando un imán escondido debajo de un
papel atrae las limaduras de hierro componiendo dibujos que por momentos se oscurecen, por momentos
se aclaran, y al final se deshacen y
dejan en la hoja blanca un moteado de
fragmentos dispersos”.
Novela, largo poema en prosa, prosa de intensidades, ensayo
sobre las cosas, todo un sistema de signos que dibujan con gran claridad la
mirada que ve y la mirada que es vista. Un chapuzón en las corrientes de la
conciencia que refresca el lente de la percepción e invita a pensar las cosas
más allá de sí mismas, de uno mismo y del orden en que creemos que suceden.
José Manuel Ruiz Regil
de "Historia de mis libros".
No hay comentarios:
Publicar un comentario