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jueves, 31 de julio de 2014

¿Who´s affraid of lo políticamente (in)correcto?


Elenco de ¿Quién teme a Virginia Woolf?

“A pesar de todo, cada hombre mata lo que ama, Para cada uno, oigan esto, Algunos lo hacen con una mirada amarga, Algunos con una palabra adulatoria, El cobarde lo hace con un beso, ¡El hombre valiente con una espada!”
― Oscar Wilde, The Ballad of Reading Gaol and Other Poems

La libertad es esa tan querida, como sabe quien por ella da la vida

Martha  (Blanca Guerra) y Jorge (Álvaro Guerrero) son una desgraciada pareja de mediana edad que ha encontrado en el escarnio mutuo una razón para justificar su amor perdido y cultivar el odio que los mantiene juntos como víctimas responsables de su mutua frustración. Una noche después de una gran fiesta que ha dado el padre de Martha, rector de la universidad donde han perdido sus ilusiones, reciben after hours a una pareja de jóvenes, Nicolás (Sergio Bonilla) y Linda (Adriana Llabrés). 
Él biólogo; ella, rica heredera. El paralelismo de historias entre las parejas, separadas únicamente por veinte años de tropiezos, supone una suerte de espejo para los mayores, a la vez que profecía para los incipientes trepadores sociales, víctimas de las veleidades de una Martha alcohólica que pierde el pudor con facilidad –si es que lo tuviera-  y busca cualquier coyuntura para envilecer la existencia de su marido, al tiempo que él le revira sus insultos con un agudo sarcasmo, generando entre ellos un juego de inteligencias donde la palabra es la preciada moneda de cambio. 
Las tensiones van aumentando a medida que corre el alcohol hasta descubrir que este juego de abyecciones va a ir a parar, como suerte de novatada, a los ingenuos aspirantes al sistema. Tímidos y acartonados al principio, los jóvenes van cayendo poco a poco en esta espiral degradante de la que, sin embargo, es posible, quizás, que se libren. No lo sabemos.

Jorge es un maestro de historia con una ética firme que se contrapone a la ambición desmedida de Martha, quien se ha casado con él con la esperanza de que pueda conquistar la posición de poder que debería heredar ella por ser hija del rector, pero no puede “¿por ser mujer?” Esta expectativa se frustra al tiempo que no les es posible tener familia. De tal forma que Martha se ve encadenada en un calabozo oscuro de tiniebla en el que no recibe la atención del padre, ni del hijo que pudo haber tenido.

Nicolás, traducción del Nick original, es una lumbrera académica, profesor de biología, se ha casado con Linda a raíz de un embarazo psicológico que no tuvo mayores consecuencias. Bella, joven y simplona, pero promete ser la rica heredera de un “hombre de dios”.

¿Qué hay detrás de todos estos entretelones y  misterios? ; ¿Dónde está la raíz de tanta rabia, tristeza y coraje? ¿Qué nos lleva a la madurez arrastrando tantos miedos, atavismos y ansiedades al grado de matar aquello que amamos; nuestras íntimas ilusiones, los sueños más justos?

“Lloramos, lloramos mucho los dos, todo el tiempo lloramos por dentro”  -dice Martha en uno de sus parlamentos.. “y guardamos las lágrimas  en estos cubitos de hielo que luego servimos en los vasos de alcohol que nos bebemos”.

¿Qué es lo que nos viene a decir a principios del siglo XXI este dramaturgo estadounidense, homosexual, abandonado por sus padres biológicos, poseedor de una franca profundidad en su argumentación capaz de incomodar a toda una generación (la de los sesenta), y cultivar la tragedia realista moderna como pocos?; ¿Qué relevancia tiene hoy la sola mención del nombre de una de las escritoras más emblemáticas de la emancipación femenina? Lo mismo que a principios del siglo XX, y a mediados. Porque la lucha por ser persona, levantarse individuo ante la masa, construir un destino propio a partir del reconocimiento y cultivo de los talentos personales a favor o en contra de las tendencias sociales, sigue siendo amenazada cada día por la cultura de la conveniencia y la comodidad.

¿Acaso las exigencias sociales, la moda, los prejuicios, las inercias, las ideologías  o la misma ignorancia siguen oprimiendo tanto al individuo contemporáneo como para verse reflejado en un cuadro trágico como el que aquí se presenta; o ya estamos viviendo los estragos del siguiente paso?

¿Ya brincamos la cerca del autoritarismo y no sabemos qué hacer con tanta libertad?; ¿Estamos abrumados ante la multiplicidad de opciones que nos encajonan en un autismo defensivo y seguimos responsabilizando al otro por aquello que podemos o no hacer? 

¿Cuál es la respuesta correcta –efectiva- ante una sociedad contradictoria que por un lado te invita a ser tú, libre, único, y por otro discrimina las diferencias, reduce las oportunidades para todo el que no se alinee al sistema económico-productivo imperante? 
¿De dónde el reclamo de tantas y tan emergentes minorías que luchan por sus derechos básicos ante la inercia boba e insulsa de la uniformidad controlable? ¿Por qué está tan de moda la discriminación positiva y ahora celebramos la moralidad, cómplice del atraso y la cerrazón, con el eufemismo de lo políticamente correcto?

La escalada femenina ha sido enorme. Sin embargo, hay entreveradas, muchas facturas históricas pendientes que huelen a revancha, al tiempo que cierta reticencia por perder del todo los privilegios que la minoría de edad social reserva para quienes optan por seguir al amparo de la figura masculina, dominante, llámese hombre, Estado, empresa, institución, logia o cualquier entidad que represente una figura paternal de sujeción, incluso mujer, lo que no es poco común en estos días.

La misma propuesta escénica en estos tiempos es una graciosa impostura. Dentro de la cartelera donde la mayoría de las propuestas son consideradas espectáculo suenan las alarmas. ¡SE HA COLADO TEATRO DE TEXTO EN LA ESCENA! El tema rebasa –quisiera- la reflexión de género para abarcar a todo individuo y confrontarlo con su realidad vocacional, sacudir el fuego de su espíritu y salir del sonambulismo rutinario en el que lo único que se persigue es dinero y poder –en el mejor de los casos-; cuando no al menos llegar a fin de mes. “¿Quién teme a Virginia Woolf?”

El tono irónico que mantiene muy bien la traducción al español chilango de Víctor Weinstock, especialista en la obra del dramaturgo estadounidense, favorece este contacto con el público. Mantiene la intensidad trágica y la ironía característica de la voz autoral sin perder de vista el humor, los giros de lenguaje, inflexiones y profundidad de los argumentos que son los que construyen, finalmente, ese espacio emocional propicio para la catarsis. Utilizar el título de la obra con la tonadita de Los tres cochinitos como un acento irónico que a la vez relaja la tensión es uno de los muchos aciertos de la dirección de Daniel Veronese. 
La homofonía del apellido Woolf con la palabra lobo en inglés justifica la posibilidad del miedo ante la presencia de todo aquello que representa el pensamiento de la autora de Un cuarto propio, en el sentido de cuestionarnos si uno realmente estará preparado para cuando llegue la hora de confrontarnos cara a cara con la verdad desnuda, con nosotros mismos; con eso que en la intimidad rebasa lo políticamente incorrecto para convertirse en  horrorosamente cierto, pues ¿habremos  construido nuestra casa con la soberbia de la paja que se abulta de ilusiones falsas, vicios, mentiras y apariencias; con la humildad de la madera, que suele conformarse y flotar sobre las aguas en medio de la tempestad;  o con el sólido ladrillo de la crítica y el trabajo comprometido que edifica una axiología fuera del chantaje y el sometimiento vil?   

La escenografía de Óscar Acosta no deja nada a la imaginación. Reproduce el interior de una casa de dos pisos donde hay un sofá al centro de la sala, una mesa baja en frente con unos libros desperdigados. Del lado izquierdo del público una puerta corrediza que abre a los jardines de la universidad, y del lado derecho el bar con botellas a medio vaciar y vasos de la juerga anterior, junto a una puerta que conduce al baño y al interior de la casa. Hacia el fondo y centro del foro está la puerta de entrada. A un lado un enorme librero de piso a techo. Contiene algunas enciclopedias, libros sueltos, legajos, espacios vacíos, junto a un clóset sin puerta del que cuelgan algunos ganchos desaliñados donde las visitas habrán de colgar sus abrigos, y del otro lado, detrás de un panel de cuadros traslúcidos, suben las escaleras a las habitaciones. 
El piso de madera resalta el realismo que el género exige y la iluminación estable de Patricia Gutiérrez tiene pocos cambios. Los necesarios para sugerir el paso del tiempo, apoyada también por una música, selección de Edher corte,  que devela las tensiones escondidas en el silencio. Quiero pensar que la metáfora de los materiales con que los cochinitos del cuento infantil construyen su casa está presente en varias ocasiones, y se hace evidente también en los materiales con que ha sido lograda esta ambientación.

La tragedia albeegoriana, término acuñado por Ruby Cohn en los años setenta, se rinde ante el poder de la palabra. Es ahí donde sucede la acción, en esos significantes, que a la vez crean la dimensión dramática. El teatro sucede entre la escena y el espectador en la medida que sus emociones y su conciencia son trastocados por el testimonio de los personajes.  ¿Quién teme a Virginia Woolf? ¿Tú, yo, el Estado, el orden trastocado de las cosas? La respuesta la ofrece Martha antes del telón.

Esta obra clásica fue escrita originalmente en tres actos y su primera representación fue en Nueva York en 1962, duró tres horas. Luego fue llevada a la pantalla en 1966 interpretada por Richard Burton y Elizabeth Taylor en una dirección de Mike Nichols, y ahora se presenta en una versión de 1 hora 50 minutos sin intermedio en el Foro Cultural Chapultepec, con una producción de Arturo Barba, Rodrigo Trujillo y Jacobo Nazar , producción ejecutiva de Mar y Sol Rodríguez, del 4 de julio al 28 de septiembre de 2014.

José Manuel Ruiz Regil
Analista cultural


martes, 29 de julio de 2014

1er. Coloquio Iberoamericano de Crítica de Arte (Museo del Palacio de Bellas Artes)



Disiento totalmente de lo que usted dice, pero daría la vida por defender el derecho que tiene de decirlo”. Voltaire.

A las diez de la mañana del 17 de julio de 2014 se abrió la mítica puerta de la sala Manuel M. Ponce en el Palacio de Bellas Artes para dejar entrar a los asistentes del coloquio al segundo día de encuentro, en esta ocasión para reflexionar sobre la relación entre la teoría y la práctica crítica.

En el estrado una figura menuda de un hombre entrecano vestido con una chamarra negra de cuero y pantalón de casimir gris daba los últimos ajustes a la presentación que estaba por iniciar. La conferencia magistral La crítica como legitimidad y disidencia, del Dr. Nestor García Cancilini, profesor distinguido en la universidad Autónoma Metropolitana de México e investigador Emérito del Sistema Nacional de Investigadores de México. Autor de libros como Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Consumidores y ciudadanos, La globalización imaginada y Diferentes, desiguales y desconectados: mapas de la interculturalidad. 

La experiencia, el temple y la certeza de que por más que se sepa, el vertiginoso ritmo del mundo nos arrebatará nuestras breves seguridades; la estructura clara de sus ideas y el lenguaje científicamente elegante hizo de su ponencia una obra de arte en sí misma –sin eufemismo.

Dentro de las muchas ideas que compartió me identifiqué mucho con el resultado de un estudio que mencionó en el que se aprendió que un gran porcentaje de jóvenes profesionistas con formación en arte tienen que trabajar como freelance haciendo diversos proyectos en diseño, publicidad o cine, dedicando mucho más tiempo a buscar estas oportunidades de sustento que a desarrollar su obra creativa, lo que relega su vocación principal a la categoría de hobbie; realidad que es importantísimo transformar cuanto antes.

Sería muy pretencioso de mi parte presumir haberme apoderado de alguna idea concreta en medio de ese maremágnum teórico y deliciosamente estético que nos obsequió esa mañana, pero sí rescato la sensación de que en el fondo de su discurso había una invitación a la tolerancia de expresiones, al estudio y a la mediación, conscientes de que la labor de la crítica no es aprobar o desaprobar una propuesta, sino integrarla como parte del gran todo que favorece el entendimiento de un momento humano. 

García Canclini por Santiago Espinosa de los Monteros.

Casi al final de su participación, y quizás, motivado por algunos comentarios del público, mencionó su reciente enfoque antropológico sobre la estética de la inminencia, aunque no le dio mucho peso, pues no era el tema de su conferencia. Sin embargo, me parece que en esta aportación contemporánea, está la clave para la co-existencia de múltiples actores y acciones dentro del panorama cultural.

Al término de esta conferencia magistral el Museo Palacio de Bellas Artes nos invitó a salir al balcón oriental del edificio para hace un Coffee break, favorecidos por una mañana clara y calurosa que revelaba un vibrante edificio de correos bajo un cielo azul claro. Privilegios del D.F. Ahí nos encontramos, nos reconocimos e intercambiamos algunas observaciones sobre el evento Claudia López Vargas, de Arte Duro, Antonio Espinosa, Crítico de Arte, Ingrid Suckaer, Crítica de arte, Casa Maha, Centro Cultural, Verónica Gómez, Coordinadora de Prensa de Bellas Artes y otros compañeros y colegas.

Volvimos a la sala para escuchar la ponencia de Joan Peiró, Matar al mensajero (la obra es el mensaje) en la que a partir de una reflexión sobre la respuesta emocional del espectador o consumidor ante el aparato que contribuye a producir y distribuir una obra de arte, el Doctor en Bellas Artes y Catedrático de Pintura y Entorno en la Facultad de Beles Arts San Carles en la Unviersitat politécnica de Valencia nos invita a hacer el ejercicio de enfrentar la obra cara a cara, desnuda de los valores agregados que le da su paso por un medio legitimador como podría ser el texto curatorial, el museo, el aparato de promoción; y lanzarnos a la experiencia estética aún con todas nuestras limitaciones pero con toda la carga de la experiencia personal.…

Habló también de que el arte ha dejado las calles y ha regresado a lugares privados (colecciones) donde no está al alcance del público, y que lo que ha tomado las calles ha sido el diseño (la publicidad). Polémica visión, y más en la forma llana en que fue dicha, pues esta declaración suscitó fuertes diferencias de opiniones en los participantes a la mesa de debate que precedió a su ponencia. Pero no sólo fue esto, sino que más adelante se refirió a la emoción como el tercer componente del arte (forma, concepto y emoción), lo cual parecía cien por ciento congruente con su discurso humanista integrador, también muy de la mano con los conceptos que había expresado Canclini; quizás no con la elegancia y filo de su antecesor, pero sí con transparencia. Esa que le permite aseverar que la técnica del arte se encuentra en la personalidad del artista. Y eso no se puede enseñar. Quien esté cerca del proceso creador le dará la razón. Pero eso justamente es lo que permitió al público disfrutar de algo así como un cuadro figurativo realista después de un abstracto minimalista. El caso es que en el oxímoron que plantea el título de su conferencia está el secreto de su tesis. “Matar al mensajero” es la actitud que nos propone para salir de la trampa del pequeño barrio que la industria cultural ha creado dentro de esta aldea predicha por Mc Luhan, en la que las afinidades, intereses y orígenes de ciertos grupos niegan y combaten las afinidades de ciertos otros, y desgraciadamente esto fue lo que vimos en escena ante la crítica a este texto tan honesto que en resumen lo único que nos quería decir es que “la obra es el mensaje”.

Joan Peiró, Luis Rius, Maité Garbayo, Magali Tercero y M. Minera
Para continuar con la reflexión subieron a la mesa de ponentes Maité Garbayo, Luis Rius Caso y Magali Tercero. -¡Ah!, se insertó por ahí también María Minera, quien no pudo llegar el día anterior al Museo de San Carlos para participar en la mesa a la  que se le había invitado pero, ¿por qué no colarse ahora?-.

En seguida tomó la estafeta de la palabra el investigador, curador y crítico, premio 2007 de investigación del INBA sobre historiografía del arte y la historia de las ideas estéticas y artísticas en México, Luis Rius, y en un ánimo de generosidad con el público lego, a reserva de ser criticado por sus colegas y perder su atención hizo un recuento historiográfico de la crítica en México, lo cual fue un viaje delicioso por las calles de la memoria y las publicaciones que permitió contextualizar en tiempo y espacio el ejercicio de reflexivo que estábamos llevando a cabo de manera colectiva. También muy en el espíritu humanista y didáctico de tratar de acercar a un público más amplio y a los jóvenes a quienes en especial se dirigió este coloquio, los antecedentes de una disciplina que está por abrirles los brazos.

Al tomar la palabra Maité Garbayo, Investigadora y crítica de arte, Maestra en historia del Arte por la UNAM y Doctora en Historia del Arte por la Universidad del País Vasco, especialista en teoría crítica feminista y prácticas de performance, quien ha hecho una tesis donde explora la aparición del cuerpo en el performance durante el tardofranquismo, y ha declarado que entiende la crítica, principalmente, a partir de un cuestionamiento formal de la misma.  Promete, entonces, una ponencia sumamente interesante, pero expone una confusión con respecto al tiempo del que dispone al micrófono. Esta situación se presentó en varios de los invitados extranjeros. Y aprovecho para sugerir que en lo sucesivo se defina muy bien cuáles son las diferencias entre conferencia magistral, ponencia y mesa de debate, pues varios de los expositores aprovecharon la oportunidad del foro para dictar conferencias magistrales más que para debatir ideas o favorecer el diálogo y el intercambio de opiniones con la audiencia y entre colegas, lo que supone un coloquio.

Así es que luego de exponer su dilema decidió solamente compartir un texto como crítico a partir de la escritura donde la escritura misma es objeto de estudio. Un texto que prometía mucho, pero que a mi gusto no alcanzó lo literario que el ejercicio exigía y se quedó en un ensayo que arrastra muchas de las inercias teóricas que no lograron sublimarse en la creación. En él hablaba del cuerpo y del deseo como una pulsión existencial, o al menos eso me pareció a mí escuchar. Sin embargo, al término de su lectura atajó a Peiró en cuanto al componente emotivo del arte y se deslindó de toda significación afectiva e incluso del cuerpo como biología, para que no se malinterpretara su texto, y precisó que lo nombraba en términos de frontera. Creo que fue aquí donde se rompió la construcción de un diálogo que hubiera sido muy productivo para el coloquio.

La participación estroboscópica de María Minera salpimentó la discusión generando cierta escisión teórica entre los panelistas, pues en medio de sus manoteos y sus interjecciones logré entender que estaba totalmente en desacuerdo con la idea de ir a “sentir la obra”, de “buscar belleza”, de “explorar la emoción”, como sugería Peiró y confirmaba Rius, como si estas búsquedas fueran hoy decadentes e inoperantes y la primacía teórica y fidelidad a los más recientes convenciones intelectuales se hubiera convertido en un Super Yo que rigiera su actuar, y fueran defensoras de un nuevo index cuya sola mención provocara la excomunión del reino de los sabios. Es más, así lo dijo: “Cuando escribo me desdoblo. Leo lo que hago y digo ¿quién es ese ser horrible que escribe estas cosas? Yo no escribo para compartir mis gustos ni mis sentimientos, ni para buscar belleza”. ¿Ah, no? ¿Entonces qué valor tiene la escritura sino la maravillosa subjetividad? –digo yo; ¿o acaso el ejercicio de la escritura y de la crítica se ha vuelto un medio para la propaganda de las ideologías de moda, más allá del proceso de creación, de conocimiento del individuo? Eso déjenselo a los publicistas que tienen que escribir como si fueran barra de jabón (Conozco a esos plebeyos, soy uno de ellos. J.M. Serrat).


Magali Tercero, periodista y cronista de temas sociales y de arte, fungió como moderadora de la mesa, compartiendo en este momento álgido de la mesa la definición de lector de críticas que hace el querido Jorge Ibarguengoitia en una de sus Autopsias rápidas, editado por Vuelta. Y como tengo el libro a la mano lo citaré textual: “Dije que los lectores se pueden clasificar, grosso modo, en los que leen críticas para no tener que ver las obras, los que leen la crítica y creen que ya vieron la obra, los que citan críticas para hacer creer que conocen las obras, los que creen que todas las opiniones que no coinciden con la suya están equivocadas, y por último, los que no leen críticas, saben que no saben nada, y creen que eso es una virtud”. Creo que a esta altura del coloquio nos dimos cuenta de que todos los asistentes estábamos representados en esta cita.
En el limitado tiempo de preguntas y respuestas que se le dio al público, en comparación a la gran necesidad que percibí de expresar ideas, tomó la voz el historiador Antonio Espinosa, quien había participado el día anterior en una mesa de debate, y dijo que él se asumía como un ser emocional. No sé si lo hizo como una provocación o como una defensa honesta de su lado femenino, pues a partir de ahí se desató la guerra de sexos. Maité Garbayo le contestó en un tono irónico que celebraba su emotividad, y ya en una actitud que rebasó la cortesía que un invitado que se confiesa inhibido por la importancia del recinto en que se encuentra le debe a un escucha, le respondió al crítico mexicano que también le habría venido bien leer los últimos textos sobre teoría del arte. La acotación de una voz femenina en la audiencia precisó que los discursos de Peiro y Rius obviamente venían desde una plataforma masculina heterosexual y que “eran de la guerra pasada”. Este comentario agresivo encendió los ánimos que se enfrascaron en los anti-valores de género que hoy todavía no nos ayudan a conformar un individuo integral, sino que fomentan el revanchismo entre hombres y  machos -o entre el mujerismo y hombres, como se oyó entre butacas.-

Esta fricción que hubiera podido ser muy positiva para el ejercicio del debate y la disensión no prosperó pues parece que todavía somos muy torpes para expresar nuestras ideas y defender sin agredir al otro. Como he dicho en otras ocasiones, estas son las oportunidades de hacer política civil, y las dejamos pasar. Nada de lo que habíamos escuchado tan amablemente en la mañana, ni la voluntad de comunión a la que convocaba el coloquio iba a lograrse si no salíamos, justamente, de esa absurda competencia violenta que, raro, inició del lado femenino de la mesa, cuyas representantes ridiculizaron la postura sensible de los hombres -qué ironía- y defendían el exacerbado raciocinio femenino, al grado de la anestesia. Pero bastó la palabra sabia de la experiencia de Estrella de Diego, ponente también del día anterior, quien puso una moción de orden diciendo a sus compañeras algo que no cito textual, pero que se parece a esto: “Hombre, si a lo largo de la historia nos han endilgado el papel de tontas, sensibleras e histéricas, al menos sintamos algo. Si ni eso tenemos…” Aplauso del público.

Yo comenté que no parecía estar en un coloquio sino en un mono-loquio pues la convergencia de voces brillaba por su ausencia y sí se confirmaba la disputa de grupos y escuelas con una actitud muy agresiva que reaccionaba a términos como belleza, sublime, emoción o sentimiento, inspiración  o infinito como si fueran puercoespines que no se pudieran tocar; la misma actitud del nuevo rico al que le ofende que su vecino no tenga el auto último modelo como él, y lo desprecia.

Durante mi intervención fui interrumpido por Minera con un desplante irónico que pretendía invalidar mi observación, así como la de varios a mi alrededor que la compartían. Su “Bienvenido al mundo” fue seguido de “Aquí nadie está enojado”. Pero el lenguaje corporal no miente. Tanto ella, encendida y manoteando, como Maité, cuya contención puso en riesgo de fractura alguna de sus piezas dentales, contrastaban con la serenidad de Magali, quien trataba de conciliar las posiciones de una manera amable.

Siempre pensé que a mayores oportunidades en la vida, más generosidad habría que tener con los demás, compartiendo lo recibido, pero la tiranía con que se defiende el conocimiento adquirido y los lugares de poder alcanzados a través de quién sabe cuántos intríngulis no refleja eso ni de lejos.  Finalmente, la profecía que evidenció Peiró en su ponencia al hablar de los barrios de la aldea McLuhiana estaba operando con rabia. Fanáticos de las últimas tendencias críticas fascinados por eufemismos como desplazamiento, territorio, corporeidad, enunciación y otros actores despreciaban las raíces de su hipsteriana existencia.

Pilar Villela y panelistas menciconados
Por la tarde se relajaron los humores y escuchamos el tono fluido del pensamiento y la investigación profusa de Pilar Villela, Licenciada en artes visuales, quien ha organizado algunos encuentros académicos y exposiciones enfocados en atender los vínculos que hay entre el arte, la economía y la política. Su ponencia “Hacer visible” responde a las preguntas propuestas por el coloquio ¿Hasta qué punto la labor del crítico y el curador se intersectan, crean alianzas o producen un conflicto de intereses entre sí, en relación con el público o con la institución museal?; Suponiendo que el crítico es el Ombudsman que defiende al público de los excesos de la curaduría, o el artista, ¿podría decirse que el curador es el abogado del artista, es su mano derecha, quien describe la intención del artista?; Cuando el papel del crítico y el curador caen en la misma persona ¿existe un conflicto de intereses?; ¿Cómo establecer una línea divisoria entre curaduría crítica y crítica de arte?; ¿Puede el crítico asimilar las funciones de curador usando su subjetividad como medio para leer la obra y el dispositivo de exhibición?; ¿Es válido que el crítico visite el taller del artista como lo hace el curador, que reciba información privilegiada a priori, información que no está al alcance del público?

Lo primero que aborda Villela es que hoy más que nunca en la historia se escribe crítica, pero se lee menos; que dentro de las muchas subcategorías artísticas que existen se encuentra la crítica hecha por artistas. Su exposición tomó como punto de partida un artículo de Mónica Amieva publicado en la revista Código del 25 de noviembre de 2013 titulado El peligroso silencio de la crítica de arte en México, en el que distingue la crítica ilustrada de la crítica romántica, y trata de dar una respuesta a la emergente visibilidad de una pseudo-crítica que ha encontrado eco en las redes sociales y es acogida por un grupo cada vez más amplio de lectores poco exigentes, a los que satisface a través de impactos sociales más que con argumentos críticos.

Basándose en las alusiones de Amieva, Villela supone que aquella crítica anónima que circula a través de blogs y otros resonadores tiene que ver con los pronunciamientos de actores como Avelina Lesper o Mariana Aguirre y Javier Pulido (Kurizambutto), o la página de Memes artísticos a los que atribuye su éxito o popularidad a que “están basados en la descalificación a priori, con argumentos pobres, infundados y tautológicos, donde lo importante es el efecto del insulto, la sensación de osadía, el atreverse a criticar al poderoso; de nombrar individuos e instituciones más que a las obras mismas; de desdeñar el análisis y promover una lógica de pertenencia y exclusión donde definen claramente un agredido y un agresor, dándole al público la oportunidad de estar del lado del agresor; donde los motivos de escarnio más repetidos en ambos casos son el fraude (el traje nuevo del emperador), la falta de originalidad y una oposición a una conjura de las cúpulas de poder socioeconómico.

Pero dejémoslo aquí para mencionar otro de los interesantísimos puntos que trajo a cuento esta ponencia: el valor del arte y de los subproductos que de él emanan como parte de los activos intangibles que una corporación puede capitalizar. Un tema que a todos nos interesa y del que tendríamos que estar más enterados. Por lo pronto Villela asimiló la dinámica de escalafones en la academia similar a la autopromoción que el freelance tiene que hacer de sí mismo para promover su trabajo y generar valor, capital político.

Al término de esta ponencia subieron a la mesa Santiago Espinosa de los Monteros, curador y co-director del coloquio, quien fungió de moderador; José Antonio Rodríguez, crítico y curador dedicado a la fotografía, quien anunció que se retiraría luego de su participación, pues en breve se presentaría su nueva revista de fotografía; Gustavo Ortiz, Maestro en artes plásticas de la Universidad Nacional de Colombia, Maestro en Museología y Patrimonio por la Universidad de Valladolid y Director del Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá;  y Chris Sharp, Escritor y curador independiente, editor de la revista Kaleidoscope, para dar réplica a la ponencia de Villela.

La importancia de definir el rol que uno juega dentro de la dinámica de un evento de esta naturaleza tiene que ver con lo que le pasó a José Antonio Rodríguez, quien además de avisarnos de que se iba, por lo que tomó la palabra en primer lugar, hizo un recuento autobiográfico desde los años sesenta que hubiera culminado en la experiencia de la redacción de la misma ponencia que leía si no es porque Santiago, con cierta diplomacia humorosa le sugiere dar oportunidad a los otros ponentes para luego volver con él. De esta forma Chris Sharp pudo expresar su inquietud acerca del concepto creación de conocimiento que expresó Villela en su ponencia, para llegar a la conclusión de que las connotaciones que la frase tiene en inglés y en español sugieren significados muy distintos. Sharp decía que aquello le sonaba muy materialista, cuando todos sabemos que el término en español apunta hacia resultados más abstractos e intangibles.

Para abrir la sesión de preguntas y respuestas del público José Manuel Springer, curador y co-director también del evento insistió con José Antonio sobre el trabajo del exotismo en la fotografía mexicana como una exigencia del mercado, a lo que el crítico respondió con la experiencia de que el estereotipo del paisaje mexicano es una demanda en el extranjero, pero que hay una muy buena propuesta de una mirada renovada, lejos de esos clichés comerciales en fotógrafos nacidos en los noventas, y que hay que voltear a ver.


Desde esta plataforma y con ánimo de comunidad, Arte DuroCurators & Dealers, los publicistas de la cultura (Claudia LópezVargas y José Manuel Ruiz Regil) proponemos  la creación de un sitio web en el que puedan confluir las críticas ilustradas, las románticas, las pseudo-críticas, las opiniones, los comentarios, las reseñas, los anuncios de todos los actores que conforman el medio cultural para que el público lector tenga un panorama comparativo de voces y estilos. Sería interesante recoger los textos que se hacen sobre una exposición determinada o sobre un evento cultural y acercarse en un solo sitio a las diferentes lecturas críticas que de él se hagan. Interesados en sumarse a esta iniciativa comuníquense por correo.



José Manuel Ruiz Regil
Analista cultural
Arte Duro Curators & Dealers

miércoles, 16 de julio de 2014

1er. Coloquio Iberoamericano de Crítica de Arte (Museo de San Carlos)

Foto: CONACULTA
"De la obra, lo que queda es el texto".
Maestro Marco Antonio Trovamala
Artista plástico

Comenzaron las jornadas del 1er. Encuentro Iberoamericano de Crítica de Arte organizadas por CONACULTA y el Instituto Nacional de Bellas Artes, a través del Museo Palacio de Bellas Artes, Museo de San Carlos y Museo de Arte Moderno.

El miércoles 16 de julio de 2014 alrededor de las diez de la mañana, luego de las consabidas incertidumbres del registro de cualquier evento, los gafetes, los stickers y los acomodos en el Auditorio del Museo de San Carlos; con la presencia de María Cristina García Cepeda, Directora del INBA; Carmen Gaitán Rojo, Directora del Museo de San Carlos, anfritrión del primer día; Miguel Fernández Félix, Director del Museo del Palacio de Bellas Artes y Sylvia Navarrete Bouzard, Directora del Museo de Arte Moderno, se declaró formalmente inaugurado este magno evento sin precedentes ´-bueno, señaló la maestra Gaitán que hay registro de que en los años cincuenta se hizo algo similar-, así es que ya era tiempo de que se abriera un espacio para la reflexión sobre la interdependencia que mantienen entre sí la aproximación crítica y el fenómeno artístico que analiza.  
En este coloquio, junto a este objetivo también se persigue describir los espacios transversales en los que se desenvuelve la crítica para mostrarnos su potencial y relaciones con otros ámbitos reflexivos como la teoría estética, la historia del arte, la antropología y las plataformas de pensamiento y redes de distribución.  De igual forma se pretende elaborar un mapa en el que se establezcan los parámetros discursivos que propone la crítica de arte en la actualidad.

En la mesa inaugural, flanqueada por los curadores José Manuel Springer y Santiago Espinosa de los Monteros, co-directores del evento, se compartió brevemente el sentimiento de equipo que la preparación de este coloquio produjo, así como el reconocimiento al compromiso y talento de todos los involucrados para llegar a esta fecha en la que una audiencia ávida de ideas y conceptos, -principalmente jóvenes- se reunió a escuchar la problemática de un medio al que aspiran pertenecer, pertenecen o  al que les interesa aportar su granito de arena desde las diversas actividades que lo conforman.

La primera ponencia estuvo a cargo del curador José Manuel Springer, “Crítica, creación y creatividad”, en la que el curador habló de su experiencia como crítico de arte, a partir del ejercicio periodístico, y como tal resaltó su carácter efímero. Expresó su inquietud por que el ejercicio de la crítica sea un oficio creativo, más democrático, donde la voz de todos los actores nutra la escena total. Aunque por otro lado puntualizó que no habla de una pluralidad, ya que no se definen ni se acaban de visibilizar todos los actores, a propósito de los diversos medios electrónicos en los que se ha fractalizado la crítica, quizás, deviniendo en mera opinión o comentario superfluo.

Su postura, a ratos ambivalente, sobretodo, durante la mesa de debate “La crítica como medio de legitimación”, generó confusión en la audiencia y en las participantes, la Maestra Estrella de Diego, de España, y la Doctora Diana Wechler, de Argentina, moderadas por Andrea Villers, quienes expresaron su opinión al respecto de su oficio como crítica, Estrella; y como curadora, Diana, desde la perspectiva de su país y de su condición.

El estilo desfachatado y simplista, no por ello menos serio de Estrella ganó simpatía y dejó ver una realidad global con la claridad de esta palabras: “Estamos viviendo otra era. No sé cuál, pero ya no es la de antes”. Su experiencia y conocimiento nos dio la tranquilidad de que “una vez que entiendes lo que pasa, ves que no pasa nada”. Desde ese espacio de sabiduría es que ejerce su oficio en la columna de El País, diario español por excelencia, donde tiene la libertad de escribir y comentar los fenómenos estéticos como un ejercicio especulativo en el que no se erige como una autoridad taxativa, sino que brinda vías para el acercamiento y la lectura de un fenómeno estético.

Ante ello, Diana se asumió como “la mala del cuento”, en tanto curadora de una institución que se rige por políticas y acuerdos que necesariamente dictan una línea conveniente, más allá de los romanticismos creativos. Citó como ejemplo algunas experiencias de investigación y curaduría y en la sesión de preguntas del público, de pronto, se asumió confundida, al grado de preguntar ¿de qué estamos hablando?  La pregunta en el aire trataba de dilucidar si debemos volver al modelo autoritario censor del crítico que valida y legitima una obra desde un canon dictado por los intereses de la clase dominante –cosa que José Manuel comenzó diciendo que no- o buscamos una crítica que abra vías de diálogo entre los artistas, el público, las instituciones y los distribuidores?

El ideal de saber que lo que es revolucionario hoy suele ser institución mañana alivianó la participación de las estructuras de poder como el museo mismo, el cual funciona como un filtro que legitima un discurso particular que debe ser superado.

Museo Nacional de San Carlos.

Afortunadamente, quedan muchos cabos sueltos luego de una mesa como esta. Lo deseable es que la construcción de la opinión y el sentido de comunidad continúen a través de los canales adecuados para ello y se logren trascender las inercias que obstaculizan el tránsito de la creatividad al consumo del público.

La tarde de verano ofreció una llovizna melancólica para la hora de comer.

La segunda parte del día continuó con la ponencia de Orlando Brito, “En las distancias cortas”, quien leyó una larga y amena reflexión sobre su experiencia como usuario del ciberespacio y los medios digitales, luego de la que, con humanismo conciliador, invitó a los jóvenes a no quedarse en los espacios virtuales, sino salir a la realidad a exponerse a la cercanía de la experiencia análoga, la cual es insustituible, a pesar de lo cómodo, diverso y versátil que pueda ser el acceso inmediato y la cercanía aparente de otras realidades que brindan los dispositivos electrónicos y las redes.

Durante la mesa de debate “Medios y plataformas para la crítica de arte”, moderada por Andrea Bustillos, Ramón Almela fue el primero que hizo notar su desacuerdo relativo con respecto a la cercanía de la realidad análoga, reivindicando la validez e impacto de las redes, e ilustrándolo justamente con el ejemplo personal de comunicación que ha tenido con el mismo Britto, estando lejos, geográficamente. Se entiende que la propuesta del ponente pretendía buscar el equilibrio entre el tiempo invertido en el ciberespacio y la vida real, pero la fascinación del segundo por los nuevos soportes y las posibilidades de lenguaje digital desvió, reenfocó nuevamente la atención del público en los “fierros” y no en los conceptos estéticos o filosóficos que implicaba la invitación.

Sobre esta apología tecnológica que encabezó Almela, se siguió Alberto García Rico con su “Respuesta a Orlando Britto” que más que réplica sonó a manifiesto tecnocrático cuyo envoltorio demagógico pretendía armonizar todas las posturas al tiempo que en lo concreto invalidaba todas aquellas que no comulgaran con la hegemonía tecno-científica que predicaba. Y ya que como escucha me perdió, quisiera tener oportunidad de leer su texto para poder discernir los conceptos que expresó y comentarlos con más precisión.  

Luego de eso el historiador y crítico de arte Antonio Espinoza tomó el rol del “pesado del Power Point” que en la mesa anterior Estrella evitó, para exponer una reflexión auto-biográfica sobre el devenir del trabajo del crítico de arte en la que evocó los tiempos en que Raquel Tibol, Teresa del Conde y Jorge Alberto Manrique marcaban la línea única, y hacer mención de una generación de críticos de arte -la suya- en la que se encuentran Blanca González , Alberto Ruy Sánchez, Luis Rius, Santiago Espinosa, José Manuel Springer, entre otros importantes críticos que hicieron el día a día de los últimos veinticinco años y que, desde su perspectiva han ido perdiendo autoridad ante la emergencia de las nuevas –y ya no tanto- tecnologías, la desvalorización del mercado y la preponderancia del curador como agente crítico, también. Sin embargo, en un encontronazo alegórico que hizo entre los zombies y la hidra de Lerna compartió su atisbó hacia un renacer de la figura preponderante del crítico como el faro que volverá a arrojar luz sobre la bruma de la confusión mediática.

Apropiándome de su metáfora yo precisaría que esa cabeza inmortal más que ser la amenaza del curador, es el artista. Podemos cortar todas las demás cabezas de la hidra, pero no la del generador primario.

Percibo una preocupación legítima de la generación actuante por acercarse, aprender y heredar su experiencia a los jóvenes, a los nacidos a finales de los años noventas. Sin embargo, invitaría a la mesura en este entreguismo tecnocrático en el que nos estamos dejando apabullar por el brillo de los sistemas, cuando en realidad, lo que hay que hacer es fomentar el pensamiento crítico en todas las áreas de la vida, y específicamente en el relato de las artes. 

Es notoria la disposición e inclinación vehemente hacia los jóvenes que yace en este coloquio, hubo una innecesaria discriminación de talentos en las clínicas por edad y eso me parece poco democrático, como me lo pareció obviar la presencia de actores importantes, por su trascendencia mediática en el escenario de la crítica de arte contemporánea, y que al soslayarse se evidencian, como es el caso de Avelina Lesper, cuyo nombre parece estar proscrito de estos recintos, pues ni porque apareció una obra del artista visual Eduardo Romo como parte de la presentación de uno de los ponentes se dijo su título ya que es una crítica a la crítica de arte, La silla de Avelina.

Ante esta diversidad de conceptos y aproximaciones técnicas y teóricas me pregunto si todo esto; la emergencia de plataformas sofisticadas, la multiplicación de los medios de difusión, la personalización del medio y la subjetivización del mensaje alteran en algo esa experiencia íntima de vivir y pensar la obra de arte o el fenómeno artístico. Quisiera saber si estos encuentros pretenden legitimar, más bien, al agente preponderante –por usar un término glam de hoy- y no propiciar elementos para la felicidad y el enriquecimiento del disfrute de la vida, dentro de la que se encuentra el arte.


Quedó manifiesto que hoy más que nunca es importante definir el lugar desde donde se elabora un discurso y ser consecuente con él. Saber si le toca a la academia divulgar, democratizar, popularizar las reflexiones teóricas sobre los asuntos estéticos; si el periodista comprometido adoptará un papel didáctico hacia sus lectores; si el promotor cultural habrá de generar un espacio donde medie la teoría y la práctica; si el espectador asumirá el papel de autodidacta y aprenderá a descartar de entre la oferta multitudinaria de opciones que le ofrece la red aquellas que le sean más significativas y le ayuden a construir su propio discurso o quedará a la deriva de las fuerzas propagandísticas que marcan los estilos de consumir productos de toda índole, entre ellos el arte como una moda pasajera que nutre a ratos al snob

Evocando las figuras tutelares que desde el origen del proyecto, y al principio del evento, a manera de homenaje, la maestra Carmen Gaitán mencionara, como son la de José Juan Tablada, Xavier Villaurrutia, José Vasconcelos, Octavio Paz, Luis Cardosa y Aragón, Rubén Bonifaz Nuño, y tantos otros que han enriquecido la tradición del comentario y el ensayo sobre arte, encontraremos quizás, la manera de otorgarle un elemento trascendental a esta tarea, pues su aportación a la tradición iniciada por Charles Baudealaire a finales del siglo XIX tiene hoy su más grande oportunidad. Será ahí, tal vez, donde el ejercicio de seducción de cada emisor convoque a un público específico, lo nutra y lo acerque a la maravilla de la experiencia estética desde su nicho particular, ubicado en algún lugar de la inmensa constelación fractal del ciberespacio.





José Manuel Ruiz Regil
Arte Duro Curators & Dealers
josemanuelruizregil@gmail.com
arteduro@gmail.com

domingo, 6 de julio de 2014

La danza de Jodorowsky


I

Conozco el trabajo de Alejandro Jodorowsky desde hace más de veinte años. Cuando yo arribé a su obra el dramaturgo, creador del teatro pánico, se había convertido en un maestro espiritual; un conferencista que hablaba del poder sanador del arte; el maestro del tarot terapéutico. Esto fue a principios de los años noventa del siglo pasado.

Asistí, junto con mi hermana, quien en ese entonces estudiaba psicología, a la presentación de su libro Psicomagia, en la Sala Miguel Covarrubias de la U.N.A.M. Todo el tiempo que habló Alejandro estuvo acompañado por su maestro Ejo Tacata sentado a un lado de él, meditando. Desde entonces he leído la mayoría de sus libros, he visto todas sus películas, y recientemente algunos –siempre serán algunos frente a la abundancia de clips en youtube-  de los videos donde lo entrevistan o donde aparece dando recetas psicomágicas o hablando de diversos temas de desarrollo humano.

Digo sin pretensión “la mayoría de sus libros” porque ha editado muchos, y se repite en todos, pero tiene algunos esenciales, como Donde mejor canta un pájaro, auto-biografía en la que describe el método de la psicogenealogía, una especie de Constelación familiar Freudiana a lo esotérico, y cuenta el origen de sus abuelos y sus padres; Los evangelios para sanar, para mi gusto una gran obra que se desprende del corpus auto referencial para hacer una interpretación artístico-simbólica de los personajes y las historias evangélicas; la Antología de Textos Pánicos, donde resume su etapa de artista transgresor, mimo metafísico, dramaturgo satanizado y director estrafalario, como lo suelen recordar la mayoría de los que fueron jóvenes en los años sesenta y setenta, cuando tuvo su auge mediático en México. Resaca de aquellos tiempos es todavía la recurrente obra El juego que todos jugamos, que estuvo en cartelera en el foro El ágora por más de diez años; y La danza de la realidad, punto de partida de su más reciente aventura filmográfica. Por supuesto que habría que mencionar en esta línea de títulos El maestro y las magas, donde con todo su poder hiperbólico nos comparte las experiencias que ha tenido con algunas mujeres de fuego como doña Pachita, María Sabina o la Tigresa.


II

Cuando se habla de arte suele destacarse la capacidad para crear un lenguaje propio, un mundo paralelo a la realidad tangible de todos los días; un universo que se corresponde dentro de un cuerpo estético de valores que funcionan como contrapeso crítico a los valores con que solemos interpretar las cosas de la vida.

El cine de Jodoroswsky es ese espejo a través del cual accedemos a esa otra realidad donde los colores de la culpa, los contrastes de los anhelos, las fantasías, las filias y las fobias, las deformidades de nuestro ego, las excrecencias del alma y las abyecciones del conformismo cobran carta de naturalización y se vuelven autónomas.

La montaña sagrada, Fando y Liz, El topo y Santa Sangre constituyen la estética del horror metafísico, donde lo más abyecto de la materia humana convive con lo más sublime del alma liberada. Con mucho Santa Sangre sigue siendo, para mi gusto, la más lograda, en términos artísticos, pues creo que no se filtra ese discurso iniciático que es muy claro en las otras, especialmente en La montaña sagrada, y me atrevo a decir, en esta última, La danza de la realidad, que está a la mitad entre la pieza, tragedia moderna, y el documental de superación personal, -sin que el comentario sea peyorativo para éste último género. Tiene momentos de alta poesía, aunque en el conjunto caen por su tufo a moraleja.

Desde que me enteré que iba a realizar un nuevo rodaje -¡y en México!- me entusiasmé muchísimo. Hasta tuve la fantasía de involucrarme en algún crew o hacer casting para lograr un personaje, aunque fuera de extra. Pero como suele pasar, todo este aparato mercadológico necesario que se usa para crear expectativa, sirve también para cercar al verdadero círculo de influencia del autor para que las oportunidades de trabajo y contacto queden entre ellos mismos. El caso es que al no poder hacer contacto con él de ninguna manera, me limité a seguir el proceso de colecta de recursos para la producción.



 

Salió un video en el que Alejandro hablaba del proyecto junto con su productor y pedían la colaboración de la comunidad para financiar la producción. Pedían dinero. -millones de pesos-, con la fe de que se conseguiría. Algo así como el proyecto de Fondeadora, pero con el prestigio del mago atrás.

Pasó tiempo y me enteré de que ya se había producido la película. Me emocioné muchísimo, aunque siempre dudé de que se hubiera producido con el dinero del público, pero imagino que fue un apoyo importante que facilitó el apoyo complementario de otros socios o inversionistas. Conozco aquella vieja lección de Alejandro en la que cuenta cómo para obtener millones prestados tuvo que pedir primero a otro amigo miles de dólares, los cuales prometió devolver al instante en que terminara la llamada con su otro acreedor, sólo para tener la seguridad de contar con el dinero en la bolsa al pedir el patrocinio.

Luego supe que estaba disponible la película en internet, sin costo. Que se iba a distribuir así: gratis. Accedí a todos los sitios que me conducían hacia ella, pero por alguna razón me atoraba en todos los links antes de que empezar a correr el filme. Tuve que esperar a que se estrenara en salas comerciales, apenas el 12 de junio de 2014 para verla.





 III

La danza de la realidad es un acto psicomágico de 130 minutos en el que el protagonista, el niño Alejandro, (Jeremías Herskovits), funge como alter ego del autor, El mago, arcano I, quien quizás de manera antagónica al Tambor de hojalata, en la que a través de la imagen de un niño, Óscar, Gunter Grass simboliza la incapacidad del pueblo Alemán para crecer; en esta otra, Jodorowsky, refleja el deseo constreñido del pueblo chileno por crecer y acceder a la madurez político-social.

 Jaime, el padre, (Brontis Jodoroswsky) es el retrato del padre que nos ha revelado Alejandro en sus libros: ese ser autoritario, tirano, machista, obcecado por el poder, cruel, que en esta historia se convierte en un héroe contemporáneo al emprender un viaje iniciático que le hará descubrir que ese dictador al que quiere asesinar es él mismo. En su larga odisea de regreso se pierde. Encarna al Ermitaño, arcano IX, y se encuentra con la Gran Sacerdotisa, arcano II, quien, de manera metafórica lo pare espiritualmente y lo echa al mundo cuando recupera la memoria, después de un largo sueño.  

La madre (Pamela Flores) es una mujer exuberantemente arquetípica, (La emperatriz, arcano III) nutridora y sensual que funge como hilo que hilvana todas las vicisitudes de la vida a través del canto de su voz. Cuenta Jodorowsky que su madre siempre quiso ser cantante de ópera. Aquí ella es una valkiria que trensa el ave de su corazón con las alas de la esperanza, y acompaña al pequeño Alex en su travesía por la sombra y los miedos, llenándolo de magia y de fe. Es el contrapunto sonoro de la trama, sus parlamentos operísticos hacen que la narrativa adquiera un toque surreal, y en ese contexto uno puede esperarlo todo, hasta la sanación de la lepra por medio de la cascada dorada.


La historia, que comienza siendo individual, auto-referencial, un fuerte exorcismo sobre la judeidad y el complejo de la diferencia, se vuelve colectiva al traspolar las inquietudes básicas del niño Alex a las necesidades políticas del adulto, Jaime, quien al tiempo que figura como un personaje castrante, vive un proceso de liberación, a través del tormento y el dolor al combatir lo que él mismo encarna.

Una de las primeras secuencias, hermosas por su realismo mágico, es cuando Alex corre a la playa y tira piedras al mar para desahogar su enojo. Entonces aparece la Reina de copas como una mujer ebria que advierte al niño de no hacerlo pues “una sola piedra puede matar todos los peces del mar”, y en una ola gigantesca el mar vomita miles de sardinas muertas que van a dar a la playa, para regocijo de las gaviotas y de los pobres pescadores de Tocopilla, para quienes la desgracia de unos es su bendición. Esta escena que muestra la relatividad del bien y el mal abre la lógica a la serie de acciones poéticas que se van a suceder a lo largo del filme.

El encuentro con el Teósofo (Axel Jodorowsky) refrenda la inocencia del niño reflejada en la sabiduría cósmica y la voluntad creadora que representa El Loco, 0, quien lo impulsa a creer en la unidad del espíritu, como piedra fundamental para el manejo de sus elementos (Bodisua…, la felicidad…).

No es de extrañarse que a lo largo de la historia nos topemos con representaciones de otros arcanos, pues éstos forman parte del cuerpo discursivo de Alejandro. Los personajes secundarios, terciarios y extras que aparecen en las coreografías, como los amputados de las minas, que son recogidos como basura por el servicio de limpia de la ciudad; los soldados nazis, que son apaleados por la fuerza descomunal que surge al evocar la fuerza dadora del padre, Don José, El Sol, arcano XVIIII; los leprosos, El juicio, arcano XX; los payasos de circo, La rueda de la fortuna, arcano X; los travestis, prostitutas y prostitutos, hermanos masones, el dentista, forman parte de esta estética particular, cuyo ritmo y color hace de la composición en pantalla una obra de arte típicamente jodoroswskiana. Sí, que hunde sus raíces en Fellini, Buñuel y Pasollini,  y no lo niega.

La sensación de los planos, las texturas y los contrastes entre los colores primarios y la monocromía del paisaje mineral, así como del grupo de leprosos vestidos de negro con sombrillas herrumbrosas que amenazan la ciudad, metáfora de la pobreza, es una de tantas imágenes alegórica que enriquecen la narrativa con gran valor semántico.

La dirección de arte es de una delicadeza soberbia. Recrea un tiempo sin tiempo muy parecido a los años cuarenta en Latinoamérica. El diseño del pueblo de Tocopilla, Chile, en el que solo resaltan de entre la grisura y el abandono la Casa Ukrania en color azul celeste, con su aparador, sus mostradores y anaqueles que exhiben productos de uso íntimo como guantes, ropa interior femenina y algunas baratijas; la estación de bomberos, que está a dos casas de ahí con su rojo intenso y sus uniformes impecables; el consultorio del dentista, con su muela de cuatro raíces como anuncio exterior; el prostíbulo El Loro mudo -no me extrañaría que tuviera un significado oculto que se esconda en la fonética que relaciona al oro y al silencio-; y  el barco púrpura, color de la transmutación, en el que se aleja finalmente la familia en compañía del arcano XIII, a escribir otra historia, lejos, en otro lugar, tienen una consistencia fantástica producida por la intensidad de los colores y la calidad de los props. 


Las máscaras que cubren los rostros de los pobladores, a veces caras sin rasgo; otras, calaveras, significan mucho más los rostros definidos de los personajes, haciendo de “los otros” un ballet de engranes donde los actores principales de la historia cobran vida; una metáfora de la realidad y de la concepción del self.


Los efectos especiales, particularmente el manejo del fuego, es de gran maestría. Aparece mucho este recurso, como elemento transformador. Todo se quema. Hay un gran incendio en la ciudad perdida, al que acuden los bomberos y donde se calcina uno de los comandantes, símbolo de lo ardiente de la situación en el pueblo. El padre de la madre, un bailarín ruso cae en un barril de alcohol y se incendia al querer encender una bombilla. En otro momento el grupo de conspiradores contra el régimen quema sus documentos de identidad; el padre, después de sentirse humillado frente a sus compañeros del grupo de bomberos quema los uniformes de él y de su hijo en una hoguera improvisada en el jardín de su casa; al morir Bucéfalo, el equino favorito del dictador Ibañez, (Caballero de espadas) al que Jaime no pudo asesinar, éste le ordena quemarlo todo y largarse a otro lado. Cuando regresa a su casa quema la imagen de Stalin, del presidente de Chile y de sí mismo en un acto psicomágico que lo libera de su tirano interior.


La música, creación de Adan Jodorowsky evoca las estepas rusas que yacen en la genealogía del narrador. El sonido melancólico de la Balalaika lleva la voz principal del tema, y las líneas melódicas de todos los parlamentos de la madre suenan a coros griegos. El sonido de la banda popular que respalda la presencia de los payasos guarda ese espíritu melancólico que esconde el maquillaje detrás de la sonrisa artificial.

La danza de la realidad, como toda buena obra de arte, trastoca nuestra percepción, cuestiona nuestros valores y entinta el presente con un dejo de magia que se vive aún momentos después de abandonada la sala.

No sé si podremos ver otro trabajo de esta magnitud de nuestro querido hermano mayor. Lo que sí sé es que nos ha dejado un gran tesoro viviente que debemos saber valorar, explotar y transformar, para que como él mismo nos lo recuerda en palabras de Jaime:  “tú le vas a arrancar la vida. Y yo te voy a ayudar”, que es otra forma de decir “Cuando te encuentres un buda en el camino, córtale la cabeza”.

José Manuel Ruiz Regil.